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Poeta Sergio Infante es publicado en Chile |
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escribe Juan Cameron La del Alba Sería, reciente publicación del poeta Sergio Infante, es una muestra de oficio y significación. El motivo de la revisión del camino y el asumir su transcurso en un inútil Carpe Diem, señala cierta nostalgia que, sin embargo, no se permite ni siquiera como consuelo. Infante, académico de la Universidad de Estocolmo, entrega su quinto libro, en una serie que lo ubica con claridad entre "los de los 80" en Chile. Tal parece ser el intento del poeta Sergio Infante en su reciente poemario, La del Alba Sería, editado por RIL en Santiago de Chile en julio de este 2002. Infante, nacido en esa capital, en 1947, reside en Estocolmo, ciudad donde ejerce como académico en el Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos de la Universidad local. Es su quinto libro de poesías; con anterioridad entregó Abismos grises (1967), Exilios/ Om Exilen (1979), Retrato de Epoca (1982) y El amor de los parias (1990). Su tesis doctoral, El estigma de la falsedad. Un estudio sobre "Yo el Supremo" de Augusto Roa Bastos, es publicada en 1991 y es además autor de numerosos artículos sobre crítica literaria. Infante ha tenido destacada actividad literaria entre los latinoamericanos en Escandinavia. Su participación en el grupo Taller, sus lecturas públicas y la organización de encuentros con numerosos escritores, le ha significado consideración y respeto; pero también el reconocimiento hacia una generosa actitud que supera con creces el mero discurso literario. En éste se involucra también a su esposa, la poeta Aurora Azócar, y a sus hijos. Texto y motivo parecieran centrar su atención en su último trabajo. A partir del título, el comienzo de un presunto Capítulo IV -que se inicia con las palabras La del alba sería, deja abierta la posibilidad al lector para indagar sus claves a través de las distintas secciones del libro. Allí, en el poema de página 68, aclara el tema y su preocupación central: Le cimbran al flaco los huesos, la furia, la carrera y una lanza que endereza lo torcido; el brazo la sostiene, cumplidor se amartilla en los calambres y olvida los cincuenta ya pasados. Se trata del propio transcurso. La del alba podría ser la caipirinha "del estribo" que, con indisimulada compasión, el mozo le ofrece a este caballero medio trasnochado que mira a las muchachas bailar en "El Palacio de la Salsa". O bien, la postrera muchacha ofrecida por los días a la manera de Yevtushenko cuando nos habla de "el último intento por ser feliz", al borde del abismo final. O quizá, también la única, la calurosa del alba, la del regreso después de caminar por metrópolis siempre ajenas en la ya repetida madrugada. Se trata de la nostalgia por el tiempo perdido; de su búsqueda en el texto, lo único que nos queda en opinión del poeta. Las ilusiones, esas quebradas como hojarasca, ya no serán alcanzadas; aunque, según afirma Ansioso corrí/ tras esas fogatas/ que amanecían dibujadas/ en el fondo de los parques. El escenario donde se ubica es un fin de fiesta; la vida ha sido una farra, alegre, oscura, cansadora; pero ya no está. Una serie de versos así la definen: la ceniza candeal de lo inconcluso, la espera de lo que pudo ser un reino, o los ríos/ donde un día ardiera el paraíso. Establecido el tema el poeta, como oficiante y técnico, delimita el texto. Este, en el poema inicial, Página en blanco, precisa un soporte que, aunque modificado por la técnica, siempre es el mismo: una pantalla virtual sobre la cual grabar los signos y que espera, fuera de su tiempo, desde hace cuatro o cinco mil años. El texto a su vez es el sonido (pues el sentido está en lo narrado) de un ciego y sus bastonazos mientras cruza un puente metáfora ideal del canal transmisor- entre emisor y lector, entre pasado y presente. Infante no se concede la más mínima compasión. De allí que para este andar a ciegas, sabio en el ritmo y necio ante el mundo de la inmediatez (¡lograda representación!), permita al autor pasearse por los ritmos y las formas clásicas de la lírica nuestra, en un ir y venir de un canto a otro. El idioma, protesta ahora como maestro y vigilante, es algo permanente y válido; aunque pase ante los ojos de los videntes, que nada advirtieron, que nada pudieron colegir antes de pasar sus lenguas por lo ya inútil. Porque el idioma, siempre santificado, no arrastra ripio ni frío, sino un alto ardor; es nuestro castellano, el amado. Intento que también agradece Juan de Yepes. La cuidada edición de La del alba sería se enriquece con la imagen de su portada, obra del artista chile Juan Castillo. |
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