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13-Setiembre-2002

 

Carlos Vidales:
Después del 11 de septiembre

 

A mediados de 1970 se inició en Jordania un dramático conflicto político entre los refugiados palestinos de la guerra del 67 y la monarquía jordana. Luego de graves enfrentamientos, los refugiados palestinos fueron masacrados por millares en el curso de uno de los peores actos de terrorismo de Estado que registra la historia de la región. Las masacres, horripilantes como todas las masacres, culminaron en 1971 y la historia conoce este episodio vergonzoso con el nombre de Septiembre Negro. Estos crímenes fueron cometidos con la anuencia y el beneplácito de las potencias occidentales y el Estado de Israel.

El 11 de septiembre de 1973 se perpetró en Chile un acto terrorista de proporciones gigantescas. El presidente constitucional de ese país, Salvador Allende, fue sacrificado junto con millares de sus compatriotas, en una orgía de sangre y terror orquestada por la diplomacia norteamericana y ejecutada por el traidor y terrorista general Augusto Pinochet. Cientos de miles de chilenos sufrieron el destierro, muchos de ellos para toda la vida. Durante casi dos décadas los Estados Unidos apoyaron y protegieron este régimen de terror, torturas y crímenes.

El 11 de septiembre de 2001, un grupo de terroristas fanáticos destruyó las dos torres del Centro Mundial del Comercio (WTC) en Nueva York, causando una muerte horrible a más de 2.500 civiles y provocando una conmoción mundial. Otro blanco del atentado fue la sede del Pentágono, centro del mando militar de los Estados Unidos, y en este caso las víctimas (cuyo número no ha sido dado a conocer) fueron militares profesionales, muchos de ellos de alta graduación.

En el mundo se han cometido miles de actos terroristas entre 1970 y 2001, para no ir más lejos en las cuentas. En todos ellos hay un común denominador: los autores creen en la legitimidad de sus crímenes y consideran que el terror es la mejor manera de defender sus intereses y su causa. A cada acción terrorista del adversario responden con nuevas y más furiosas acciones terroristas. Se genera así un escalamiento del terror que produce más sufrimiento, más dolor y más odio. Cada acción terrorista se presenta como una "respuesta adecuada" a la última acción terrorista del adversario. Y a medida que esta violencia, que golpea siempre de preferencia a la población civil (especialmente ancianos, mujeres y niños), crece y se desarrolla, también se degrada la política, se degenera y destruye todo principio de humanidad y el Derecho Internacional Humanitario termina siendo una grotesca burla sangrienta.

Este es precisamente el camino que han elegido el gobierno de los Estados Unidos y sus amigos, aliados y satélites. Puestos en la coyuntura histórica, tal vez única en la historia del mundo, de elegir entre la defensa del Estado de Derecho y la imposición del Estado Terrorista, se han decidido por la segunda opción. Se bombardean implacablemente ciudades, pueblos, aldeas y campos de refugiados. Se preparan bombardeos masivos contra países y regiones. Se permite que un Estado masacre impunemente a los palestinos en Jenin y se obliga a las Naciones Unidas a declarar que allí "no pasó nada".

Peor aún. La recién creada Corte Penal Internacional (CPI) para el juzgamiento de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, ha sido obligada a extender impunidad a los soldados norteamericanos por lo que "pudieran hacer" en sus próximas operaciones antiterroristas. El nuevo gobierno de la República de Colombia ha aprovechado la oportunidad y ha obtenido también la impunidad para los crímenes de guerra que pudieran cometer él y sus amigos durante los próximos siete años. De esta manera, la Corte Penal Internacional ya no es un tribunal para juzgar crímenes, sino una oficina de licencias para matar impunemente. Es la primera vez en la historia del mundo que se establece un "tribunal" que perdona de antemano los crímenes que los terroristas de Estado van a cometer en el futuro. Tal es la dinámica del Estado Terrorista y del Derecho del Terror.

No es difícil pronosticar los resultados. Esta política está condenada a producir más y más terroristas. Los recientes atentados en la capital de Afganistán así lo prueban. Y los que pagan la cuenta son casi siempre los civiles, desarmados e indefensos.

Se me ha pedido que escriba algunas reflexiones sobre efectos y consecuencias del 11 de septiembre. Confieso que cuando alguien dice "el 11 de septiembre" pienso en aquel día trágico de 1973 en que se destrozaron tantas vidas en Chile. Ese es mi 11 de septiembre. Con todo el respeto y el sentimiento que guardo por las víctimas de Nueva York, brutalmente sacrificadas en el altar del odio fanático, no puedo dejar de sentir que la fecha que cambió para siempre mi vida, la de mis amigos y la del pueblo maravilloso que una vez me dio asilo y hospitalidad, es ese día horrible en que la potencia más sanguinaria de la historia asesinó los sueños de justicia del pueblo chileno.

Carlos Vidales, periodista y profesor colombiano del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Estocolmo.



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