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06-Setiembre-2002

 

Solo de Orquesta, novela de Enrique Valdés

Los ciegos vagabundos de la nada

 

escribe Juan Cameron

El reciente trabajo del escritor chileno Enrique Valdés, Solo de Orquesta, publicado por Ediciones Lar con el auspicio de la Universidad de Los Lagos, retrata a un grupo de poetas en un período de triste recuerdo para el país. La marcada nostalgia y acercamiento hacia sus personajes, cuyos retratos oculta bajo otros nombres, permiten su lectura como crónica de época por quienes compartieron el bar de Calle Nueva York Nº11 y la mesa del mítico Jorge Teillier.

La Unión Chica revisitada, podría haberse llamado esta novela de Enrique Valdés. Casi una crónica, a no ser por el cambio de nombres de sus personajes, Solo de Orquesta rescata los años duros de la dictadura en una suerte de pequeña, pero inconfundible metáfora de «La Colmena». El ya famoso bar de Santiago de Chile, ubicado frente al aristocrático Club de la Unión, fue refugio de escritores y perdedores en torno a la mesa de Jorge Teillier. A aquellos llamó el poeta, en su texto Nueva York 11 (la dirección del establecimiento, que para nada se refiere a ciertos ataques terroristas), los gaznápiros, los aturdidos, los ciegos vagabundos de la nada.

Este asilo para derrotados y alcohólicos en ciernes era también conocido como «el triángulo de las Bermudas». Era muy fácil entrar y tan difícil arrancar de ese tráfago de fraternal consuelo en tiempos de mucha desesperanza. Enrique Valdés, por entonces cellista de la Orquesta Sinfónica de Chile, compartía esas reuniones frecuentadas por Iván, hermano del poeta lárico, Rolando Cárdenas, Alvaro Ruiz, Ramón Díaz Eterovic, Aristóteles España, Roberto Araya, Mardoqueo Cáceres y una serie de próceres de la literatura y el foro santiaguino.

Sus recuerdos, traducidos en esta suerte de novela histórica, parten de un sentimiento de culpa que, veinte años después, el artista conmina públicamente para expurgarlo de su conciencia. La Sinfónica servía, en tiempos de la dictadura, como una simple orquesta de cámara para Pinochet. Luego de odiosos ensayos en la Escuela Militar, debía entonar para el tirano, a la entrada y a la salida de sus presentaciones musicales, la Canción Nacional. Muchos, incluido Valdés, abandonaron la agrupación que, además de un merecido prestigio, les entregaba su única fuente de ingresos.

Matías es la imagen del autor. A través de este personaje el lector comprende el punto de vista de Valdés en varias incidencias que hoy en día conforman el mito de la Unión Chica. Teillier se nombra acá como Martín Cantero; Juanito, el mozo, y el Wenche, el dueño, quienes siempre observaron una actitud entre comedida y de admiración hacia los poetas, conservan sus verdaderos nombres. Alvaro, Iván, Roberto, Rolando y Mardoqueo se reconocen con facilidad; y también sus hechos.

Resulta difícil, para quienes vivieron bajo tales circunstancias, referirse a la estructura de Solo de Violín. Es más, los elementos subjetivos y la fenomenal ternura subyacente impiden alejarse del texto. Por el momento la novela parece más dedicada a los historiadores y a los amigos que al común lector de literatura y ficción. En parte, aunque su autor mezcle anécdotas y fechas, resulta un diario de vida.

Y es del todo conmovedor conocer del destino, cargado por la desesperanza y la miseria urbana, de cada uno de sus actores. Iván Teillier, sabemos ahora, vendió la casa familiar en Lautaro para adquirir un pequeño e inhóspito departamento de planta baja en el centro de la capital. El bullicio, el encierro y un matrimonio un tanto desatento y tardío, lo llevan a frecuentar diariamente La Unión Chica. Poco a poco la cirrosis lo determina y, abandonado por su mujer, muere en una sala común.

No menos triste resulta el camino de Rolando Cárdenas. Asediado por su esposa, la Nana a quien debe hurtarle la carne molida destinada a sus gatos para subsistir y por una ya profesional cesantía, avanza hacia la extinción. Esta ocurre cuando Nana ha fallecido y sus deudos pugnan por expulsarlo del departamento que ocupan en calle Teatinos. Rolando es hallado muerto de inanición y tristeza en el verano de 1990. Jorge Teillier, en cambio, les sobrevivirá por otros seis años. Su familia lo traslada a La Ligua, al fundo de la Higuera, para instalarlo en el mito y el recuerdo de aquel pueblo artesanal. Los demás siguen a su manera en Santiago y algunas veces se les encuentra junto a la misma mesa de madera.

Los menos se salvaron del naufragio. Alvaro vive en Ciudad de México, en tanto Ramón y Aristóteles se refugiaron en el matrimonio. Y Enrique Valdés, después de mucho transitar por el sur de Chile, hace clases de Literatura en la Universidad de Los Lagos, en Osorno.
El autor nació en la región de Aysén, en Rio Backer, en 1943. Realizó estudios de música y de literatura en la Universidad Austral de Chile y es doctor por la Universidad de Illinois. Ha publicado las novelas Ventana al sur (1975), Trapananda (1984) y El trino del diablo (1985), el volumen de cuentos Agua de nadie (1996) y los poemarios Permanencias (1968), Avisos luminosos (1986) y Materia en tránsito (1998). Ha recibido el premio Municipal de Literatura de Santiago, el Premio Gabriela Mistral y el de la Academia Chilena de la Lengua, entre otros. Y ha vuelto a su instrumento, el violonchello, en el Trío de Cámara de la Universidad.



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