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30-Agosto-2002

 

Suecia, Elecciones 2002

El tocino electoral

 

escribe Carlos Vidales

El 15 de septiembre se realizarán las elecciones en Suecia y nosotros, los cabecitas negras, tendremos dos posibilidades: si gozamos de la inmensa fortuna de habernos nacionalizado, podremos votar en todos los niveles de la elección; o bien, si hemos sido tan brutos que no logramos obtener la ciudadanía sueca, votaremos solamente a nivel municipal. De una o de otra manera, siempre podremos influir un poco en los resultados de la votación.

Por eso es importante que conozcamos algunos detalles de esta campaña electoral, en la cual todos los partidos han intentado, como es lógico, ganar la mayor cantidad de votos posibles. Para ello le han ofrecido al pueblo lo que en sueco se llama valfläsk. Esta palabra hay que conocerla muy bien, sobre todo ahora que nos van a tomar exámenes de sueco a todos los cabezotas negras para ver si somos seres humanos o no. Valfläsk significa tocino electoral o, para los rioplatenses, panceta electoral. Es una palabra que viene de los tiempos bárbaros en que a la gente se le regalaba un poco de carne de cerdo a cambio de que votara por un candidato. Ahora se usa para denominar todas las promesas que hacen los diferentes partidos, promesas que, según todo el mundo sabe, jamás serán cumplidas o nunca serán realizadas en su totalidad.

Algunos de estos tocinos electorales han sido brillantes, hasta el extremo de que no pudieron sobrevivir más de unos cuatro o cinco días. Los lectores recordarán la magnífica idea de un distrito juvenil de los socialdemócratas, que inició la campaña prometiendo el derecho a la poligamia. O sea, que cada uno puede tener cuantas esposas quiera, o que cada una pueda tener cuantos maridos quiera aguantar. La propuesta, excelente por donde se la mire, no tuvo aceptación del electorado, sencillamente porque no vale la pena empeorar la situación ya existente: en este país, cada cual tiene todas las parejas que se le ocurran sin estar obligado a pagar impuestos, gastos para los niños, registros civiles y otros inconvenientes. Ya tenemos todas las ventajas de la poligamia y ninguna de las desventajas. En consecuencia, los jovencitos socialdemócratas recibieron la orden democrática de arriba de retirar su bello tocino electoral, y la idea fue tirada a la basura.

De todas maneras, el tema de la familia ha ocupado buena parte de la campaña electoral. Para unos, lo ideal es la familia tradicional, donde la señora obedece y cuida los niños, lava la ropa, limpia el piso y está en su casa viendo la tele, y el señor hace sus negocios, explota a sus obreros y a sus cabecitas negras y trae la plata para que los niños puedan ir a la escuela privada y aprendan que el mundo se divide en gente bien e inmigrantes.

Para otros, la familia debe ser la unión de dos o más homosexuales con derecho a adoptar todos los niños del mundo. Las parejas heterosexuales se tolerarán, porque hay que ser tolerantes. Pero eso sí, deberán siempre pedir disculpas por ser tan anticuadas y reaccionarias.

Entre estos dos extremos caben todas las variantes, y casi podemos decir que en este punto hay tantos tocinos electorales como partidos, subpartidos, fracciones y distritos partidarios hay en el país.

Luego está el problema de los viejitos decrépitos, que son diariamente tratados como basura en todos las parqueaderos de ancianos, privados y estatales, de esta democracia ejemplar. Aquí están todos de acuerdo en que la situación debe mejorar. Sin embargo, los partidos burgueses no han explicado por qué no ha mejorado ya en las instituciones privadas, donde los viejitos están obligados a permanecer echados sobre su propia mierda durante días y días, como si estuvieran en un campo de concentración nazi. El partido gobernante tampoco ha podido explicar por qué la situación no mejora en las instituciones que se encuentran bajo su control político. Unos y otros dicen: si ganamos las elecciones, los viejitos vivirán mejor. Típico tocino electoral, de pésimo olor y peor sabor.

El tema de la integración ha pasado a ser uno de los grandes puntos del debate electoral. Es muy curioso que así sea, pues ya está probado que en este país los políticos no saben qué diablos significa integración. El tema es como el clima: todos hablan de él, pero ninguno hace nada para mejorarlo.

Por eso, los cabecitas negras deberíamos saludar con emoción la única propuesta concreta que se ha hecho sobre el tema de la integración. Me refiero al programa del partido liberal (Folkpartiet), presentado con bombos y platillos como una tabla de salvación para todos los antropoides, subhomínidos, pitecántropos y goriloides que constituimos la clase de los inmigrantes.

Debo decir que el programa del partido liberal y su simpático Führer me parece genial. En particular es brillante su propuesta de someter a examen de sueco a todos los cretinos cabezas negras que se atrevan a solicitar la nacionalidad. Supongo yo que los liberales suecos tienen una estadística exacta de los cientos de miles de sinvergüenzas que han llenado su solicitud de nacionalización sin saber hablar sueco. La cifra debe ser monstruosa, a juzgar por el esfuerzo que ha puesto el partido liberal y sus asesores tercermundistas en subrayar esta propuesta.

Digo que la idea es genial, porque es la mejor manera de tapar los fracasos echándole la culpa a la víctima. El maldito SFI (Sueco para Inmigrantes), por el cual todos debemos pasar, ha fracasado. No sirve para aprender sueco ni para ninguna otra cosa. Si se propusiera una evaluación y un replanteamiento completo de ese curso miserable e inútil, habría que reconocer que la responsabilidad es de los suecos, lo cual es impensable. Por eso es necesario inventarse un curso nuevo, SFM (Svenska För Medborgare, Sueco Para Ciudadanos), y cargarle la responsabilidad de aprender a los cabezotas negras. Genial.

Pero hay otra razón más importante todavía para aplaudir esta magnífica propuesta. Si nosotros, los latinoamericanos, aplicáramos esta idea en América Latina, perderían de inmediato la nacionalidad unos cien millones de indígenas que hablan guaraní, maya, aymará, quechua, mapuche, náhuatl, otomí, y otra cantidad innumerable de lenguas bárbaras y subhumanas. Nos libraríamos de toda esa gentuza fea y primitiva, no tendríamos ya ninguna deuda social con ellos y podríamos continuar robando sus obras de arte para vendérselas a los museos de Europa, que tanto pagan por esas porquerías. En Guatemala quedarían como ciudadanos el 40 por ciento de los habitantes, y el 60 por ciento recibiría el tratamiento de parias o inmigrantes, que es lo mismo. Casi la mitad de la población del Perú quedaría fuera de la ley. Toda la inmensa selva amazónica sería considerada despoblada y tierra de nadie, apta para ser conquistada por gente civilizada. El Fondo Monetario Internacional se ahorraría cientos de miles de millones de dólares y la industria sueca tendría mano de obra barata, casi gratuita, para importar.

Porque la propuesta de los liberales suecos sobre integración tiene todo un capítulo en el cual se exige que haya más facilidades para importar cabezas negras baratas para la industria. Es decir, trabajadores que no hablen sueco, que no tengan derecho de pensión y que sean contratados por un corto período al margen de los convenios colectivos de trabajo. Qué tendrá esto que ver con la integración de los cabezas negras que ya estamos aquí, no lo podría explicar ni siquiera Aristóteles. Pero no hay que preocuparse, porque nadie en este país sabe quién diablos era Aristóteles.

En otras palabras: genial. Mientras, por un lado, se hacen más y más exigencias a los inmigrantes, por otro lado se otorgan más y más facilidades a la importación de mano de obra esclava del Tercer Mundo. ¡Viva el liberalismo, viva el Führer!

¿Saben ustedes cuántas veces aparece la palabra exigencia con respecto a los inmigrantes en el tocino electoral de los liberales? ¡Treinta y siete veces! Para estos repartidores de tocino, la integración es exigencias, no derechos.

Es natural que todo este tocino sea maloliente, desagradable de tragar y, para decirlo con pocas palabras, putrefacto. Para el gusto de los inmigrantes. Pero los electores suecos lo tragan con placer, porque la distribución de tocino gratuito es una noble tradición de la política sueca.

Mientras tanto, me permito aconsejar a mis amigos, compadres y comadres cabezas negras, que tengan los ojos bien abiertos y los pasajes listos para salir de aquí antes de que se nos vengan con una Noche de los Cristales Rotos. Porque si las cosas siguen como van, bien pronto nos obligarán a llevar una estrellita amarilla en la solapa, como una prueba de que no hemos pasado el examen de Sueco Para Ciudadanos.

Y no se olviden del español o castellano, porque eso es lo que nos va a salvar la vida y la dignidad, en caso de apuro.

Pórtense bien, voten con inteligencia y no traguen tocino.



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