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30-Agosto-2002

 

El Día Quinto de Silva Acevedo

Aullido para despertar zopencos

 

escribe Juan Cameron

Día Quinto aparece como un libro en defensa de los animales en extinción de la fauna chilena. Sin embargo, el poemario del chileno Manuel silva Acevedo (1942), publicado por Editorial Universitaria, va más allá de tan magnífica intención y rescata, de paso, a varios especímenes de necesaria existencia en esta copia feliz del Edén.

La callada pasión de Manuel silva Acevedo no marcha a la par del discurso en boga, sino se opone a éste frente a la inútil manía de la estupidez por dominar el escenario. Su poesía es como la lluvia; está presente en el acontecer diario, comprometida con la tierra y con sus habitantes y desapercibida en su permanente validez y esencialidad.

Hay en ella una visión renovadora, fresca, que siempre aporta en su silencio a la grandeza de nuestras letras y de nuestro pensamiento. Algunos de sus títulos contribuyen con su voz acusadora al reordenamiento frente al caos. Lobos y ovejas (1976) apunta con el mejor tratamiento estético a la barbarie del dominador en una época en que el dolor oscurece al país y al continente. Algo similar sucede con Mester de bastardía (1977). Su poesía directa y clara resultó por entonces demasiado críptica para el entendimiento de los censores. Y pasaron sin ser advertidos textos como «Decadencia de la dinastía», «Pareja humana», «El árbol de Neruda» y otros tantos donde la burla y la desazón denuestan la actitud del tirano: Tú, entre los luminosos rumores/ del campo al mediodía/ mi semejante, mi hermano/ masacrado.

Continuando en ese estilo, Monte de Venus (1979) mantiene su protesta entrelineada entre eficaces y terribles poemas de amor: Un agua como suero de muertos/ inundó la sala de máquinas/ Todo salió a remate/ Compradores, buitres, alcatraces/ se arrebataron todo a picotazos. Y en Palos de ciego (1986) y Desandar lo andado (1988) continúa con este programa debastador del amor (la otra dictadura) y del tonto poder: Le doy esta lectura con la aviesa intención/ de iniciarle en artes perfectas; o Usted, la favorita/ de mis crímenes inconfesables. Más directo en Canto rodado (1995) -que le valió el Premio Eduardo Anguita otorgado por la Universidad de Chile en 1997- su búsqueda lo encamina en un sentido religioso que esconde, a la vez, la reflexión iniciática opuesta al credo institucional: Me pregunto quien soy: ¿el loco, el lunático,/ el colgado?

En Día Quinto, su más reciente producción, persiste en su cruzada contra la estupidez, esta vez bajo el lema de la defensa animal. La protección de los desamparados que aquí sustenta, ha sido la constante a través de toda su obra. Y en este poemario, el autor se permite una variada gama de recursos bajo un discurso aparentemente «sencillo, coloquial (...) destinado a un auditorio de niños o de adultos que se han vuelto tales, según el mandato evangélico», como apunta Gastón Soublette en el prólogo del libro.

El oficio mayor de Silva Acevedo va más allá de una mera comunicación o defensa ideológica -que por cierto existen. Es una puesta en escena del lenguaje para mostrar al ciego, al pelafustán, al ignorante la barbarie de la cual somos cómplices: nada vivo en el horizonte, sólo máquinas y edificaciones;/ ni un graznido, ni un gorgeo, ni un trino, ni un bramido,/ ni siquiera un aullido de dolor interminable.

Una reflexión aparte merece, por su valor poético, el último verso reciente. La, al menos, triple significación contenida en el aullido de dolor interminable incorpora en la expresión a la bestia extinguida en el tiempo (en su último aullido frente a la muerte), al dolor de la tierra por su pérdida y a la voz del poeta que se conduele ante tanta miseria. A la pregunta de quién aúlla el lector tiene múltiples posibilidades.

Día Quinto se presenta como una defensa de los animales frente al arrasamiento cometido por el mercader que ocupó el templo, la conciencia, la ética y cualquier soberanía. El quirquincho, la comadreja, el halcón peregrino y la chinchilla son algunos de sus personajes. Por todos ellos cuenta con el patrocinio del Comité de Defensa de la Flora y Fauna.

Pero también expresa la defensa de los poetas y artistas patrios. Ante la persistencia de la tontera, del marketing, de la voz destemplada del ignorante dueño del micrófono, vemos como nuestros autores van extinguiéndose hacia el silencio. Como Manuel Silva Acevedo, quien tiene méritos de sobra para acceder al Premio Nacional de Literatura, hoy oscurecido en discusiones menores y más bastas (con «b»). Instituciones como este galardón, la Academia Chilena de la Lengua y la Sociedad de Escritores de Chile, deben ya intervenirse por el Estado en defensa de nuestros valores y la imagen y honor de la literatura nacional. Para no continuar desapareciendo, como la poesía de Silva Acevedo, en esta selva de vivientes aplastados por el tiempo y por la podredumbre medio ambiental.



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