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09-Agosto-2002

 

Un poeta venezolano en Austria y alrededores

Memoria sobre memoria

 

escribe Juan Cameron

El eficaz oficio del autor de Memoria Ovalada da cuenta de un poeta que, aunque desconocido, promete una contribución importante para nuestras letras. Enrique Moya, editor, relojero y músico entre otros variados oficios, reside en Viena, capital desde la cual se proyecta a la literatura con un muy cuidadoso primer libro de poemas.

Enrique Moya es un ensayista, narrador, poeta, crítico literario y musical y también relojero, nacido en Caracas y residente desde hace algunos años en Viena. Meticuloso en la poesía y en su desempeño diario, el poeta venezolano que asistiera al encuentro de Pécs, en Hungría, y luego entregara una donación de libros de su país a la Academia Sueca, publicó el año 2000 su colección Memoria Ovalada. Esta, su primera publicación, aparecida bajo el sello del grupo Editorial Eclepsidra, en la capital de su país, precede a sus ya anunciados libros Juego de paradojas, en poesía, y el grupo de relatos El uno y el otro.

Moya invita a la lectura de Memoria Ovalada con tres buenos poemas iniciales: Muerte, con tu permiso, Sobre cuán original es un poema y La piedra de Heráclito. Acusa en ellos un perfecto conocimiento de la poesía y también de la antipoesía- para ubicar de inmediato al lector en un marco preciso del discurso literario. Ello rebela además su intenso paso por el mundo editorial, Monte Ávila y el mismo Grupo Eclepsidra, entre otras casas, donde se desempeñara como lector, corrector y ejecutivo antes de su partida a Austria.

Para quienes conocen de su discreto andar, de su perfecta conducción automovilística y de su generosa actitud para salvar y trasladar a los poetas de una ciudad a otra, de un país a otro, estos textos iniciales sorprenden por su capacidad de subversión lingüística.

En el primer texto nombrado traslada la imagen hacia un pasado inmediato donde se encuentran los libros invisibles para embriagarse con sus difuntos. Son los poetas ya leídos y queridos quienes le dictan -sostiene él- los versos que a continuación le siguen: Muerte/ con tu permiso/ comienzo el poema. Toda la escritura es repetición, figura geométrica que reflejada en el espejo de lo actual repite la obra de quienes ya partieron, a quienes a cambio de su melancolía y literatura/ alquilo mi escritura/ presto mi voz.

Este permanente transitar por las fronteras de un estado a otro (de un «Estado» a otro), de la vida a la muerte, del sueño a la realidad, va sumando experiencia y memoria como una nueva piel sobre lo ya dicho. Todo es memoria y ésta se refiere a algo previamente aprendido: Un poema es un poema/ sobre otro poema (...) Todos los poemas son uno solo/ como uno solo son los poetas (...) ya antes mil poetas han escrito/ el mismo poema, etcétera, reitera en el segundo trabajo; y no se equivoca.

Tal vez por esta condición binaria de lo original (¡tesis y antítesis!?), la posibilidad creativa existe por una sola vez; pero, como la historia es redonda («ovalada») la espiral dialéctica es la circunstancia que va construyendo, capa tras capa, este edificio llamado literatura. La referencia a la piedra de Heráclito contiene ambas significaciones: lo nuevo y lo permanente al mismo tiempo.

Interesante resulta la postura de Enrique Moya, toda vez que su lenguaje poético, como resalta el editor, enfrenta al lenguaje teórico y a la geometría, labor de iniciados en busca de una explicación en torno a la experiencia humana.

Allí, en ese tránsito y en su duda vital, podríamos encontrar la explicación de las ediciones bilingües de este poeta venezolano. Su Memoria aparece también en inglés y los libros anunciados aportan versiones en alemán. Con todo, esta costumbre se ha hecha regla en la mayor parte de los autores latinoamericanos en el exilio.

Hay numerosas poesías que, en este libro, producen placer en su lectura. La concentración del texto y la economía no va en el mero ahorro de palabras, sino en un trabajo de significados y correspondencias que, como bien se indica, siguen líneas, puntos y planos sobre la superficie de la hoja. La supuesta geometría opera, entonces, a nivel semántico. Como en Carta de despedida de Pia a Jóhann, proposición que el autor soluciona «poéticamente» de la forma más antipoética posible. El punto que quiebre está, precisamente, en la pérdida de su trayectoria más allá del horizonte, recurso que deja no sólo desolado a Jóhann, sino también al lector desatento. Su obvio final: ¡Ah!/ Me dices que te marchas/ a un país lejano// Bueno, adiós, quiebra al menos la esperanza del receptor quien, en la continuidad de la lectura, espera este cambio radical a partir del lenguaje (de una frase «bella», patética o, al menos, muy inteligente); lo cual no ocurre.

Breve muy breve, no ames a nadie, Vida de perro, son títulos para recordar; entre muchos otros. Porque a Moya le sobra inteligencia poética. Aún cuando quienes le conozcan esperen encontrar a un desaprensivo y típico poeta y no a un señor venezolano en Austria que, además, dedica su tiempo a remendar relojes. Así es como el atildado funcionario de la poesía venezolana -que hace un par de meses entregara una colección de libros de Monte Ávila a la Academia Sueca (a pesar de la muy atildada recomendación de no hacerlo, indicada en el discurso de agradecimiento)- poco tiene que ver con el poeta que intenta explicarse el mundo con un oficio digno de mejor causa.

Extraña que su nombre no haya aparecido antes en las listas literarias de su país.



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