La Fundación Pablo Neruda, que en junio postuló a Volodia Teitelboim al Premio Nacional de Literatura, acaba de enviarle a cada uno de los miembros del jurado un dossier con cartas de artistas, intelectuales y personalidades de la cultura que apoyan esta candidatura al máximo galardón al que un escritor puede aspirar en Chile. Liberación publica en exclusiva una de estas cartas, la de Sergio Infante, poeta y profesor de la Universidad de Estocolmo. El premio tiene un monto de doce millones de pesos chilenos y una pensión vitalicia de alrededor de mil dólares mensuales. Se entregará a fines de agosto y existe una gran expectativa ya que entre los candidatos, además de Volodia Teitelboim, figuran Isabel Allende, Antonio Skármeta y Hernán Rivera Letelier.
Estocolmo, 21 de julio del 2002
Señora Mariana Aylwin, ministra de Educación, presidenta del jurado del Premio Nacional de Literatura.
Señores miembros del jurado de dicho premio: don Luis Riveros, rector de la Universidad de Chile; don Alfredo Matus, presidente de la Academia de la Lengua; doña Marcela Prado, representante del Consejo de Rectores; don Raúl Zurita, poeta y escritor.
Estimados señores:
El propósito de la presente es el de manifestar mi apoyo a la candidatura del escritor Volodia Teitelboim al Premio Nacional de Literatura. Sería lato enumerar todos los motivos que lo hacen digno de esta distinción, y estoy seguro de que ustedes los conocen y reconocen. Me limitaré, entonces, a señalar aquellos méritos que, a mi juicio, hacen que Volodia Teitelboim descuelle con respecto a los demás postulantes; huelga decir que no se trata de desdeñar la trayectoria literaria de los otros candidatos sino más bien de una cuestión de primus inter pares.
En primer lugar, me parece importante que se premie a un escritor que comienza a publicar a los 17 años y que lo sigue haciendo cuando ya ha sobrepasado los 80, ya que tanto en esa obra temprana, de adolescente aún, como en la dada a conocer en los últimos años no sólo puede apreciarse su condición de creador sino que asimismo su preocupación por la literatura que hacen los demás, especialmente por la realizada en Chile. Esto debiera llevar a una reflexión con respecto a la voluntad de crear y con respecto al esfuerzo por contribuir a sostener una tradición, entendiendo que para ello no basta con la difusión de la obra personal, se hace necesario divulgar y comentar -en este caso de manera brillante- la obra de los demás y así mantener la memoria cultural; sobre todo cuando ésta, por circunstancias históricas bien conocidas, ha sufrido reveses de toda índole.
En segundo lugar, consideraría la capacidad de Volodia Teitelboim para adentrarse con entera soltura en diversos géneros literarios: la novela, el ensayo, la biografía, la historiografía económica, las memorias, a lo que hay que agregar además otras actividades ligadas a la escritura, como la de antologador, periodista, comentarista radial, director de revistas culturales, etc. Debe rescatarse, al valorar esta pluralidad en el oficio, algo que debido a la excesiva especialización, tan propia de nuestra época, puede verse en desmedro o como un fenómeno prácticamente extinguido, sobre todo cuando se olvida que esa poligrafía y esa plasticidad intelectual, de Bello en adelante, de algún modo siempre estuvo presente en quienes forjaron las letras de nuestra América.
En toda esta diversidad, me voy a detener brevemente en las novelas y en los ensayos y biografías. Como no puedo analizarlos aquí, me conformo con señalar que dos de esas novelas están escritas con notable originalidad, imaginación y búsqueda formal a la vez que ciñéndose a hechos históricos claramente identificables, me refiero a Hijo del salitre y a La guerra interna. Con respecto a los ensayos, incluyendo en éstos las biografías, no cabe duda que, sin desmerecimiento de las otras expresiones, aquí Volodia Teitel-boim se maneja con singular maestría y por eso han alcanzado renombre internacional y son materia de estudio en universidades europeas y norteamericanas, como el libro sobre Neruda y el sobre Borges, según he podido comprobar.
Estoy consciente de que a la hora de galardonar la labor literaria, en Chile se suele tener cierta reticencia con respecto a los escritores que se dedican al ensayo, al menos los comentarios en la prensa dejan esta impresión. Nunca he entendido bien el porqué de esta actitud, muy antintelectual por lo demás, escribiéndose las letras chilenas en castellano y sabiéndose que en las tradiciones culturales que derivan de esta lengua -incluso antes que esta lengua se formara, ya con Séneca- el ensayo también es una cuestión estética, también es literatura. Lo que sí sospecho es que ese prejuicio frente a un género literario llamado ensayo puede haber contribuido a que a pesar de existir en Chile excelentes ensayistas, ninguno todavía haya alcanzado el renombre de un Ortega, de una Zambrano, de un Mariátegui, de un Paz, de un Cea, de un Borges. Quizá, otorgándole este año el Premio Nacional de Literatura al escritor Volodia Teitelboim, que cuenta con méritos de sobra, también se abran nuevas perspectivas y un modo más amplio de entender el fenómeno literario; así la ensayística chilena en el futuro tenga mayor estímulo y pueda alcanzar el sitial que internacionalmente ya obtuvo la poesía y en alguna medida también la novela.
Sin otro particular, con todo mi respeto y consideración, se despide atentamente
Sergio Infante
Poeta, doctor en Filosofía y Letras, Profesor titular del Departamento de Español, Portugués y de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo.
|