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05-Julio-2002

 

Walter Rojas repite el camino de Almagro

El Adelantado

 

escribe Juan Cameron.

Recientemente editado por la prestigiosa editorial Lar, de Concepción, el poeta nortino Walter Rojas presenta su tercer libro de poemas. En él une sus propios recursos creativos y las referencias culturales y literarias que permiten retomar la ruta del conquistador, don Diego de Almagro, desde la revisión y el sentido del fracaso.

La única persistencia del pasado está en las cosas, ya se trate de objetos que ocupan un espacio en la realidad, ya de instituciones humanas en el plano de lo conceptual. Estas cosas constituyen el presente y una de ellas, la historia, conforma parte importante de ella. Así lo percibe el poeta Walter Rojas en su reciente poemario El Adelantado (Ed. Lar, 2001), cuyo texto es el desarrollo de dos premisas que se cruzan y complementan; por un lado, el relato de la conquista de Chile emprendida por Diego de Almagro y, por el otro, la proposición del poeta T. S. Eliot: el tiempo presente y el tiempo pasado están tal vez ambos/ presentes en el tiempo futuro; y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.

El juego le permite entonces una revisión del camino, de ese extenso país, a través de la ruta emprendida por el Conquistador entre el Desierto de Atacama y la ciudad de Lúa, actual La Ligua, fundada por el aventurero español en julio de 1536.

La historia no es ajena al poeta. Walter Rojas nace en Tocopilla, al norte del país, en 1958 y, luego de un extenso periplo por Concepción, se traslada a La Ligua, donde reside y ejerce como profesor de Artes Plásticas. Pero tampoco lo es la revisión histórica en tanto fuente literaria; sólo en épocas recientes podemos citar La Tirana, de Diego Maquieira, y Cipango, de Tomás Harris, como claros ejercicios en este sentido. Y, un poco más atrás, un texto de Rodrigo Lira leido en el Centro Cultural de Las Condes, en 1979, donde jugaba con las imágenes de entrecruzamiento histórico entre dos desplazamientos humanos, uno desde el centro del país al extremo norte y, el otro, en dirección contraria.

Rojas no oculta estas fuentes; más bien las utiliza como referencias literarias de alguna suerte de tradición o establecimiento de la vanguardia. El poeta, en este caso, se convierte en un referencista y el recurso del montaje se establece sobre el escenario. Las imágenes transcurren sobre una gran pantalla cuya escena primera, el Desierto de Atacama, es una obra de Roberto Matta y la siguiente, el valle central de Chile, una pintura de José Balmes.

En este juego de significaciones cita a Benjamín Subercaseaux («Comencé la loca penetración desta loca geografía»), a Raúl Zurita («Helo allí Helo allí/ Suspendido en el aire/ El Desierto de Atacama») como a los elementos del habla cotidiana y del entorno (personal stereo, música de Pink Floyd o Ibamos + locos/ Que/ Una/ Cabra).

Todo deviene entonces en un pegamento de significados encaminados hacia la perplejidad y el humor. Almagro, el tuerto, ve toda la historia a su paso y, así en el cine, se le aparecen polvorientas y envejecidas oficinas salitreras (...) la Escuela Santa María de Iquique (...) la Cantata del Quilapayún. El buen lector podrá encontrar allí la voz de Oscar Hahn o la sedienta oscuridad en la Taberna «Una temporada en el infierno». Y por ahí, las aspas de ese helicóptero que cita, con la mayor claridad posible, el casi único texto literario de Erick Pohlhammer y el paso de la Caravana de la Muerte con su estela de sangre sobre el desierto.

Mala suerte también la del hidalgo español, capturados por los militares chilenos, son torturados en el Estadio Nacional hasta ahogar el grito de Munch (...) Hasta hacer carne vida los grabados/ De Goya el sordo.

Para Rojas -quien pone de epígrafe los versos de Nicanor Parra Creemos ser país/ Y la verdad es que somos apenas paisaje- el fracaso de nuestro proyecto de nación parte de su patético origen. Más que un antihéroe, el pobre analfabeto de Almagro es cuanto es: un señor feudal en busca de oro y de poder; una sombra dictatorial y destructora establecida como punto de partida de nuestro discurso. Pero tampoco su propio texto intenta convertirse en relato antiépico; simplemente se trata de la destrucción del mito, de decirnos cara a cara que esta mezcolanza de ideologías y prácticas no es gratuita, sino la mera continuación de tan fastidioso proyecto.

El fracaso, cualquiera que este se, es su motivo. De allí los versos finales: Y sangrando como estoy todavía/ No me compadezca nadie y/ No me entierre la memoria/ Ni el olvido. Esta reflexión lo establece como «un poeta marginal» (según el mismo manifiesta) escondido en un pueblo de alguna región de Chile. Su trabajo, sin embargo, nos muestra otra cosa: un oficio en desarrollo y una proposición estética definida para su escritura. No sin razón figura en las listas de las prestigiosas ediciones Lar.

En numerosos versos Walter Rojas da cuenta de una poesía mayor. Baste citar éstos, mencionados también por su prologista, el profesor José Manuel Gaete, como ejemplo de su altura poética: «Vendrían otros tiempos otras muertes/ Otros dolores otras traiciones vendrían, «Y el sueño me corría vena a vena/ Y la noche vena a vena me soñaba».

Con anterioridad ha publicado Producto Geográfico Nacional (1987) y Territorial (1997).



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