Escribe Ángela García. Juan Manuel Roca, poeta colombiano, para más señas de la provincia antioqueña nacido en 1946, es el ganador de la IX edición del Premio Poesía de la Casa de América de España, fallado el pasado 16 de mayo en Granada, por su poemario Biblia de Pobres. Para celebrarlo he llevado una semana conmigo su Cantar de lejanía, publicado en el año 2005 por el Fondo de Cultura Económica mexicano con prólogo de Gonzalo Rojas y epílogo de Manuel Borrás, he cargado con el liviano Violín para Chagall, con su Luna de ciegos y sus Testamentos, el más reciente de todos.
Mientras revisito su poesía vuelven a mi memoria aquellos encuentros con otros poetas una generación más joven y el creciente número de lectores de poesía que acudíamos a la Universidad de Antioquia o a la biblioteca de Comfenalco en pos de la nombradía colectiva más fehaciente. Entonces gratitud y admiración nos reunía en torno a la obra poética de Juan Manuel, a la sazón con tres títulos (Señal de Cuervos, Luna de ciegos, Los ladrones nocturnos) donde coraje y lealtad cumplían la doble devoción de testimonio y creación. En la memoria conjunta nos alertaba con apacible sorna su epigrama del poder, Con coronas de nieve bajo el sol/ Cruzan los reyes; o secretamente algunas mujeres nos sentíamos convocadas a limar el filo insidioso de algunos de sus días: Estoy tan solo, amor, que a mi cuarto/ Sólo sube, peldaño tras peldaño/ la vieja escalera que traquea. O la difícil crónica del miedo, relente añoso de una oscura historia humana que en Colombia ha llegado a cimas de pavor no creíbles (o que no se quieren creer) aún por el resto del mundo, pese a las masivas y tenebrosas evidencias.
Su trabajo particularmente humanista y literario, se vio enriquecido en el desempeño como coordinador del Magazín (dominical) la publicación cultural de periódico El Espectador, donde campeaba una crítica rigurosa en la exploración y difusión de la actividad artística, científica y filosófica que alimentó el movimiento social en Colombia a tono con el resto del mundo. Junto con Marisol Cano, ejerció un periodismo cultural que hizo época entre los años 80 y parte de los 90 y le hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1993. De entonces datan sus arengas o monólogos que le encaminaron al encuentro de los parajes ubicuos donde se pasea con toda libertad el maestro colectivo, Nadie, el interlocutor más idóneo, el mejor cómplice.
En muchos de los poemas de Roca el paisaje se estrena, como hablando a alguien que ha perdido la vista; recuentos de estancias desde la visión de un pintor que en vez de pincel y óleos, témperas o acrílicos usa el lenguaje, fecundado con mezclas inauditas, contrastes y retos de matices. Buscando la carne del lenguaje lo ha amalgamado descubriéndole propiedades. Leo a Roca y veo la danza febril de unos dedos de escultor maniático, para quien los guijarros de la argamasa son los giros hacia una ironía mitigadora del delirio. Por momentos se toma el tiempo para endurecer lo dúctil y encontrarle sonido a lo que se expresa con rumor, silbido, estruendo, jadeo, crujido o resonancia, como si alguien hubiera roto un collar de falsas perlas,/ a las puertas de la tarde se desata el granizo. Haciendo expansivos rastreos sea en lo frondoso del paisaje dando sonido a las sombras o liberando el aroma de la hierba; sea en el receloso corazón humano donde el miedo de abrir es aldaba.
Como si se hubiese atribuido la misión de traer los museos legendarios a sus poemas para un pueblo que de otra manera no los conocería, mantiene una tozuda plática con esos ingenios universales especie de gramáticos embadurnados de sustancias cromáticas a cambio de glosarios para nombrar el espectro de rostros humanos de ángeles a demonios. Lecciones de arte fabuladas que nos hablan del último pintor bizantino Giovanni Cimabue y su alumno Giotto; de Brueghel y su maestro Hieronymus Bosch; de Van Gogh y Gauguin; de Goya, Modigliani, Max Ernst, Munch, y de muchos otros rastreadores melancólicos deslumbrados por la perfección plástica. Juan Manuel ha explicado que esta veta temática se debe más "a un azar que a un asunto programático, pues son muy fuertes los lazos, cosidos con hilo de cáñamo, que existen entre la imaginería poética y la imaginería pictórica". Se llega a sus libros a una relectura de literatura y realidad con sus hitos alegóricos (Job, Sherezada, Macbeth, Mefisto, Charlot, Pedro Páramo) como a una tertulia y título a título ya no sólo con creadores, sino con afiladores, bailarinas, pandilleros, anticuarios, relojeros, adivinos, picapedreros y hasta con el viejo drogo, el sol o el no menos triunfante polvo. Todos videntes, ciegos o mudos, oficiantes visibles, y por supuesto Nadie, reunidos en el ritual del amanuense que como dice la votación por mayoría del jurado del premio de poesía de Casa de América tiene el dominio formal, la sólida estructura de la obra y la variedad de registros en la aproximación lírica a la realidad.
Roca ha recibido numerosos premios de poesía, entre los que cuales están el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura 2004, el Premio José Lezama Lima otorgado por la Casa de las Américas de Cuba y el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval en 2007 en lo que lleva corrido el milenio. Algunos de sus libros son: Memoria del agua (1973); Luna de ciegos (1975); Los ladrones nocturnos (1977); Señal de cuervos (1979); Fabulario real (1980); Ciudadano de la noche (1989, 2001, 2003); Pavana con el diablo (1990); Prosa reunida (1993); La farmacia del ángel (1995); Tertulia de ausentes (1998); Las hipótesis de Nadie (2005 y 2006); Testamentos (2008).
Pintura en fuga
En el patio de la casa,
Dibujado con tiza,
El rostro de la niñez.
Empieza a llover.
De: Pentimentos
II
Al bodegón de olores para Proust
Debe agregárseles un azul Cézanne
Que no deje podrir las manzanas
IX
Es extraño que en el pincel encantado de Gauguin
Habitara una dulce maorí,
Que al verla se sienta el sol en su piel
Y al tocarla se palpe una fiebre
Del Partido de Nadie
¿Y si Nadie fuera un antepasado de Kaspar Hauser? ¿ O del héroe que descubre que la única patria es el aire? ¿Si fuera el desconocido que lleva flores a la tumba de Bartleby? ¿Y si las plazas desiertas fueran rincones de nada habitados por Nadie?
A las puertas de mi ciudad encontré palabras trazadas en su nombre. En medio de consignas pintadas en los muros y de voces que deletreaban su miedo, un hombre paseaba un cartel escrito en una caligrafía de emergencia.
Todos prometen,
Nadie cumple.
Vote por Nadie.
Algunos increparon mi adhesión a la consigna de Nadie. Y me miraron con recelo. Ah, los entusiastas pasaban cantando himnos, enarbolando banderas: una gavilla de seres postergados. Al anochecer, las plazas volvían al dominio de Nadie.
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