Ángela García. El poeta colombiano Mario Rivero murió el pasado 13 de abril. Había nacido en Envigado el mismo año en que murió trágicamente Gardel en Medellín. Puede decirse que llegó a la poesía por el método de la exclusión, pues ya desde los 10 años ejerció los más disímiles y marginales oficios para sobrevivir. Tenía 18 años cuando se enroló en la guerra de Corea (quizás sin conciencia de que nutría las tropas del Grupo de Operaciones Especiales Smith al mando del general Douglas MacArthur, amparados en las Naciones Unidas). Fungía en Colombia -único país latinoamericano que envió tropas a Corea- como designado el ministro de Guerra (Roberto Urdaneta Arbeláez), seguidor de la pauta internacionalista de Laureano Gómez el mandatario titular, uno de los personajes sombríos de la historia colombiana.
Mario Rivero tomo asiento en la poesía después de azares y avatares en busca de un puntal para la trampa de lo humano. Hay a quienes se les pega mejor el gesto del vagabundeo aunque estén ya asidos a un nombre o tengan un oficio establecido, o estén fijos a la gravedad en un cuerpo grande. Para mí los momentos mejores de su poesía fueron aquellos en que se reconocía perdido sin ningún pudor, usando esto como llave para el alumbramiento de una comunicación:
Poniendo las cosas en su lugar
no son de mi incumbencia
nada tienen que ver
con mi identidad de pobre& de herido& de perdido&
Con un yo vagotónico
"me pande el cúnico" y trastabillo cuando quiero ser brillante
me caigo al foso de los lugares comunes
Ya que si llegué a la poesía no fue como un pavo real
sino yendo de un lado a otro confuso
como una polilla atraída por la lámpara
-ahora mi poesía es una llamita que lucha
contra un vendaval para mantenerse encendida-
Apenas tratando de probar
que todo lo que sangra que arde dentro
pugnando por salir es poesía
o que el dolor puede llegar a significar ESO como palabra&
O como lo explicó en el paralelismo entre la mujer (¿el amor?), el azar y la vida: La idealización de la mujer es un acto fe. Un acto de fe es jugar el viejo juego. Cuando se juega el viejo juego a veces se gana, que ilustra la constancia de su incertidumbre en los asuntos esenciales.
Se ha dicho reiteradamente que fue el introductor de la poesía urbana, pero en realidad ya Luis Vidales, Rogelio Echavarría y el mismo León de Greiff lo habían hecho. En el caso suyo la insistencia personal en el tema, cuando los poetas se agrupaban en movimientos de ruptura, agitacionales o escandalosos dentro y fuera de Colombia, el nadaísmo, el fugaz Techo de la ballena en Venezuela, la generación Beat; cuando se sentía la exaltación del surrealismo y de la Revolución Cubana y la revista Mito ejercía con audacia una crítica social y política inteligente y severa, Mario Rivero publicó sus Poemas Urbanos donde optaba por una poesía sin pretensiones, ni complejos grandiosos, sin propuestas contestatarias, ni intenciones polémicas, más bien relatos largos e informes salidos de una confirmación de sí mismo como producto de un estrato proletario, existencial, descaradamente humano, en gran medida de la selva de cemento de las calles y del absurdo.
No buscaba la sabiduría, ni ejerció la rebeldía, ni fue tras un estilo, o tras de logros sintácticos, ni se desvivió por metáforas. Se hizo retratista coloquial. Más que poemas era fabricador de baladas donde lo cotidiano y lo intrascendente quedaba singularizado por el ojo del poeta como mirada de fotógrafo. Animadas con evocaciones nostálgicas de la calle (las calles han estado conmigo desde el lado de la luz, del trabajo, de la vida, y se han cerrado también sobre mí con su lado de sombra en las noches&) amobladas con el olor característico de las plazas, o de la brisa intrascendente a cierta hora de las rutina de barrio, sus baladas son una mezcla de ternura y mofa de la existencia humana; una pesca con atarraya de algún relumbre, temerario en el exceso, pero carente eso sí de magnificencia (no manejo elementos inasibles, inefables, ni misteriosos) y apoyado en la formulación espontánea "aparentemente fácil" por lo que Henry Luque lo comparó con Nicanor Parra y Jaime Gil de Biedma.
Con las baladas se permitía una libertad de narración sin lo ceremonioso y se daba licencia para una retórica, más burda que cruda, a menudo sentimental rayana en lo ordinario o en lo cursi. Desde otra mirada, cito de nuevo a Henry Luque Muñoz, la consagración de lo banal constituye una crítica tácita de lo sacralizado, la obviedad es un recurso, la frivolidad adquiere, de súbito, una pesantez amarga en lo que concretó toda su capacidad de subversión. Sus personajes todos anodinos, excepcionales sólo en la derrota, antihéroes, perdedores, alteridades suyas, con el marco de héroes legendarios como Gengis Khan, Carlo- magno*.
Empecé diciendo que se instaló en la poesía por exclusión, pero quizás es más acertado concluir que llegó a ella por el método del abarcamiento, en cualquier caso logrando un camino personal, haciéndose poeta a trompicones mientras se defendía de la penuria. "Desde que empecé a escribir poemas me pregunté si valía la pena hacerlo, y encontré que, en algún punto, la poesía que es soledad, que se escribe esencialmente en soledad, y que viene de la soledad, es a la vez, paradójica y paralelamente, comunión& deseo de llegarle al otro, un punto de comunión universal ojalá con el semejante, un encontrarse con el otro en una misma experiencia de sentimiento y emoción, (&) y así la poesía que aísla y une, el poema que es la palabra del solitario, deja de ser soliloquio y se convierte en diálogo". Y por el camino del diálogo fundó y sostuvo por 3 décadas la revista de poesía Golpe de dados, que fue una columna de constancia en la difusión de una generación poética muy importante en Colombia. Un trabajo de doscientos números que ya hacen la excepción en la historia de las revistas de poesía, pese a que indudablemente carecía de atrevimiento en la búsqueda de nuevas voces y por eso también llegó a considerarse como la revista del Etablishement. Sus libros publicados son:
Poemas Urbanos(1963),
Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar (1972),
Mis asuntos (1986), Vuelvo a las calles (1986), Flor de pena (1997),
Qué corazón (1998),
Elegía de las voces (2002).
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