Escribe Santiago Alba Rico. Finalmente las potencias europeas hicieron el pasado lunes el gesto enérgico, digno y civilizado que todos estábamos esperando. Como izquierdistas justicieros, sin temor a las consecuencias, poniendo su honor y su conciencia por encima de los protocolos, afirmando públicamente su apoyo insobornable a los altos valores encarnados en nuestra historia, los representantes de la UE no dudaron en boicotear una reunión internacional en la que la infamia pretendía alzar la voz. Se levantaron de sus asientos y desfilaron uno por uno, la cabeza erguida, la estatura desafiante, hacia la salida.
Europa había aguantado ya demasiado. Había tolerado -por ejemplo- la invasión de Panamá, la doble destrucción de Iraq, el bombardeo de Sudán, los bombardeos sobre Pakistán, el linchamiento del Líbano, los asesinatos de Uribe en Colombia, las cárceles secretas de la CIA, etc. porque eran realmente destructivas. Había tolerado también las declaraciones de Bush sobre Iraq y los falsos testimonios sobre los Balcanes, como ha tolerado las calumnias contra Chávez, Fidel o Evo Morales, porque eran mentira. Pero todo tiene un límite y si alguien dice la verdad, y sin matar a nadie, ¡he ahí por fin la ocasión de protestar!
Contra la verdad, "no es posible ningún compromiso", afirmó Bernard Kouchner. En cuanto se pronunciase la verdad, "teníamos la consigna de abandonar la sala", aseguró Javier Garrigues. Si se decía la verdad, "no íbamos a tolerar ningún abuso", había declarado la presidencia checa de la UE. Como compareciese la verdad, teníamos la obligación de silenciar "ese discurso de odio", dijo Sarkozy. Todo el que diga la verdad, apoyó el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se hace culpable de "acusar, dividir e incitar".
Si no se mata y no se miente, los europeos nos indignamos. Es natural. La verdad es más "incendiaria" que los incendios; es más "extremista" que el fósforo blanco; es más "violenta" y "provocativa" que la mutilación de un niño. Ahmadineyad, presidente de Irán, subió a la tribuna y dijo serenamente: "Israel es racista". Los representantes europeos se le echaron encima: "violento, radical, antisemita". La estrategia legitimadora de Israel, sencilla y brutal, se inscribe en la más acendrada tradición europea: matar, despellejar, masacrar con elegancia y sin aspavientos y escandalizarse luego ante la denuncia, que pone fin a toda posibilidad de diálogo. Decir que las críticas de Ahmadineyad no son constructivas es lo mismo que decir que las bombas de Israel no son destructivas. Entre dos constructivos bombardeos, las destructivas denuncias de Ahmedineyad lo destruyen todo. Y Europa, muy justamente, se indigna no por el racismo de Israel, que acaba de producir 1400 muertos en Gaza, sino por las denuncias de Ahmedineyad, ese racista que acusa de racismo a los asesinos de racistas palestinos. Israel no es racista: sólo mata racistas que, de otro modo, podrían cometer el crimen de denunciar sus crímenes o, por lo menos, de odiar a los israelíes.
No insistiré en lo verdadera que es la verdad que enunció el lunes el presidente de Irán en la Conferencia sobre Racismo de la ONU; hoy mismo Pascual Serrano lo explica muy bien en este mismo medio (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84192). Lo preocupante es que esa verdad haya que escucharla precisamente de labios de un gobernante que nos es tan afín como Sarkozy y que nos entusiasma tanto como Berlusconi; y que, en definitiva, es tan de izquierdas como Merkel o Klaus; un hombre que contribuye decisivamente a la ocupación de Iraq mientras utiliza la retórica antiimperialista a favor de un proyecto social y culturalmente tan emancipador como puede serlo el del PP o el del Vaticano. Nada puede convenir más a Israel que dejar la verdad en esas manos; ningún otro portavoz legitima mejor la "dignidad" europea a los ojos de una opinión pública manipulada e ignorante. ¿Se hubiesen mostrado tan orgullosamente moralizantes nuestros embajadores si en la tribuna hubiese estado -por ejemplo- el padre de Amal y Suad Abed Rabbo, de 2 y 7 años, asesinadas delante de su casa por un tanque israelí? ¿O la madre de Lina Hassan, de 10 años, tiroteada junto a la escuela de la ONU en Jabaliya? ¿O Mahmoud Abdel Rahim, de 20 años, que perdió a sus padres y a tres hermanos en un bombardeo? Me hubiese gustado ver a los representantes de la UE despreciar cara a cara -como realmente han hecho- todo ese dolor del que son parcialmente responsables.
En todo caso, que la denuncia proceda de un lugar incómodo no es algo que haya que reprocharle a Ahmedineyad, que al menos dice la verdad, sino a nuestros propios gobernantes europeos, tan parecidos en todo lo demás a su homólogo iraní, pero que podrían, si dijeran la verdad y obrasen en consecuencia, acabar con la agonía del pueblo palestino y con la ignominia del Estado de Israel. Porque lo peor, lo más obsceno, lo más vergonzoso es que el "gesto digno, enérgico y civilizado" de nuestros representantes europeos no responde ni a profundas convicciones ideológicas ni a bajos intereses económicos; tampoco al saludable sadismo de nuestra tradición colonial; ni al honrado racismo bien instalado en nuestros instintos; responde solamente a la más pura, cobarde y humillante sumisión. Nunca nadie ha levantado tanto la cabeza para lamer unas botas.
Santiago Alba Rico es español, escritor, ensayista y filósofo.
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