inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 17-Abril-2009

Reflexiones sobre la crisis (2)
¡El profeta Isaías también lo había dicho!

 
Carlos Vidales. Ahora que ha transcurrido la Semana Santa de los cristianos, me he divertido viendo en la televisión las procesiones españolas con su esplendor y pompa, con sus cofradías y sociedades y logias secretas cargando Vírgenes y Cristos para acá y para allá, con sus millones de fieles y todas las tiendas, bazares, mercados, bares, cantinas, sastrerías, fábricas de imágenes, túnicas, cirios, capuchones medievales, en fin, con toda la industria y el comercio que funcionan a toda marcha a costa de los fieles, para mayor gloria del capitalismo y su Santísima Trinidad: Producción Privada, Mercado Libre y Consumo Desenfrenado, tres diablos distintos y un solo demonio verdadero: el Lucro Sin Límites.


Me pregunto en qué estaba pensando Jesús cuando expulsó a los mercaderes del Templo. Hoy son los mercaderes y sus socios quienes controlan el enorme negocio de los ritos de devoción y amor por Jesús y su Santa Madre. Esto prueba que, en caso de elegir entre ser rencorosos o hacer negocio, los mercaderes eligen siempre la opción de hacer negocio.


Por eso debemos guardar eterna gratitud a los mercaderes, a los fabricantes de mercaderías y a los bancos que guardan en sus bóvedas las inmensas ganancias que obtienen de pagarnos sueldos bajos y cobrarnos precios altos por los productos que nosotros hacemos con nuestro trabajo.


Para aclarar lo que digo, pondré un ejemplo sencillo. Todo el mundo sabe que el pan es necesario y que sin él, la vida sería muy aburrida. Pero pocos saben que los látigos para flagelarse en Semana Santa son igualmente necesarios y que sin ellos la Semana Santa sería mortalmente aburrida, porque "no solo de pan vive el hombre". Fabricar panes y látigos para autoflagelarse, pues, es una función social útil y necesaria. Por supuesto, hay diferencias: si sobran látigos, siempre se pueden vender en las tiendas de pornografía sadomasoquista; en cambio, si sobran panes hay que tirarlos, porque no es cosa de dar mal ejemplo repartiendo pan gratis a los miserables que no trabajan ni tienen con qué pagarlo.


Como ya he dicho, las ganancias que obtienen los fabricantes y los mercaderes, van a los bancos y a las entidades financieras. Pero ese dinero no está dormido en las cajas fuertes. Ese dinero es prestado a interés. En el mundo del sentido común, este fenómeno se llama "usura", y está condenado por todas las religiones. Jesús odiaba la usura y fustigaba a los usureros. En el mundo capitalista, en cambio, esto se llama "crédito" y a él recurre el buen cristiano para comprar su látigo de flagelación (que no es barato, me consta), o su hijo para conseguir el último modelo de MP3 o el último ciberjuego de guerra virtual.


En otras palabras: yo pido "crédito" para que me presten mi propio dinero (salido de mi trabajo y de lo que yo he pagado de sobreprecio por mis compras) y pago interés por usar ese dinero para comprar lo que necesito, pagando por ello otra vez un sobreprecio que es la ganancia de los mercaderes, que luego me volverán a "prestar" a interés y así sucesivamente. Haga lo que haga, sea que trabaje, que compre o que pida dinero prestado, siempre el capitalista (fabricante, mercader, banquero, usurero) se quedará con una parte extra de mi dinero. Y así quedamos todos presos en el engranaje infernal del sistema expoliador.


Carlos Marx estudió el proceso del trabajo asalariado y llamó "plusvalía" a la parte del trabajo que no se le paga al trabajador y que queda en manos del capitalista. Demostró que la producción sistemática y reiterada de esta plusvalía empobrecía al trabajador y enriquecía al capitalista. Posteriormente, Marx y Engels estudiaron todo el ciclo de la producción y del comercio y vieron que el proceso de empobrecimiento del pueblo trabajador operaba en todos los frentes. Descubrieron, en fin, que el modo de producción capitalista conducía a una acumulación gigantesca de riquezas en manos de una minoría de explotadores. Y sacaron un conclusión bastante lógica: se llegará un momento en que la población no tenga con qué pagar las mercaderías, las mercaderías no se venderán, los capitalistas se quedarán con sus panes y sus látigos de autoflagelación en sus depósitos, no llegará más dinero a los bancos y el sistema entrará en crisis. Aunque este proceso corresponde exactamente al capitalismo clásico, sus rasgos esenciales se repiten en el capitalismo moderno, especialmente porque el modelo neoliberal ha puesto en movimiento el más monstruoso proceso de acumulación y concentración de riquezas y recursos que jamás haya sufrido este planeta.


La avidez de los explotadores por acumular riquezas y despojar a sus prójimos es muy antigua y ya se registraba muchos siglos antes de que apareciera el capitalismo sobre la faz de la tierra. El profeta Isaías (¡diablos, cómo me gustan a mí los profetas!) ya maldecía, hace tres mil años, a estos canallas: "¡Ay de vosotros, que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!" (Isaías, 5:8). Pero ha sido el sistema capitalista el que ha elevado esta orgía de concentración de riquezas a la categoría de principio sagrado y fundamental, como veremos en mi próxima nota. Y este principio, esta ley de acumulación, es una de las reglas de oro del sistema más voraz y depredador que registra la historia de la humanidad.


Todas estas aclaraciones elementales, que he tratado de presentar de la manera menos aburrida posible, me han parecido necesarias para que se entienda lo que explicaré en mi próxima nota: que las soluciones propuestas por los poderosos para resolver la crisis, no buscan mejorar las condiciones de vida de la humanidad doliente y trabajadora, sino conservar a todo trance la capacidad de expoliación y usura de los tiburones capitalistas.

(Continuará)



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