Malmö, ciudad que no llega a tener 300 mil habitantes, en los últimos tiempos se ha vuelto centro de las noticias internacionales. Primero, porque en una esquina de Rosengård, -un barrio periférico- el cierre de una mezquita y lugar de encuentro de jóvenes desató una escaramuza con la policía que mostró que "algo huele a podrido en Suecia" en materia de integración social y cultural de los "nuevos suecos" al país.
Esta semana se agrega la protesta que se produce porque tenistas de Israel llegan a la ciudad, como si nada hubiera pasado, a disputar un partido de tenis de la Copa Davis contra la selección sueca. Y decimos como si nada hubiera pasado, porque se quiere desconocer que 400 niños fueron asesinados por los masivos ataques del ejército israelí, los miles de muertos y heridos, el cerco por hambre, incertidumbre y pobreza impuesto a Gaza por las fuerzas de ocupación de Israel.
Por eso es legítimo desde un punto de vista moral y político, protestar y oponerse a que Israel pueda presentarse a nivel internacional, en este caso con sus deportistas, sin que reciba una condena por su política violatoria y de desconocimiento del derecho internacional y de resoluciones de la ONU que condenan claramente la ocupación militar y construcción de asentamientos en territorio palestino.
Entre los argumentos más usados por los grandes medios amigos de Israel, fuerzas de derecha, la asociación de tenis y columnistas de diferente calibre para criticar a las autoridades de Malmö (que en correspondencia con valoraciones de seguridad hechas por la policía resolvieron que los partidos se jugaran a puertas cerradas) está el muy recurrido de que "política y deporte no deben mezclarse".
El hecho es que, aunque no lo quieran estos ascépticos "defensores de la convivencia entre pueblos, culturas y diferentes religiones", estos dos campos siempre, para bien y para mal se entrelazan, se juntan o se separan por imperio de circunstancias muy concretas.
Y en este caso como bien han señalado los convocantes al boicot del encuentro deportivo en Malmö, si no fuera suficiente razón la vida de cientos de niños muertos por las bombas israelíes, existen otras que sí tienen que ver con la esfera del deporte y el derecho de los palestinos al mismo.
En un informe presentado esta semana por los Grupos pro Palestina de Suecia, se denuncia que las más de 600 barreras y puestos de control del ejército israelí impiden el normal tránsito de los palestinos en general y de sus deportistas por su territorio, hacia y desde el exterior.
Entre los ejemplos que se consignan está el de los efectos que tiene desde 2003 la construcción del muro que impide que se hayan podido seguir disputando los campeonatos de las ligas de fútbol palestino, al no poder los jugadores desplazarse con libertad entre las distintas ciudades y poblados. A lo que se suman otras arbitrariedades de Israel, como el hecho de que impidiera durante un mes el retorno a Palestina del equipo juvenil que había hecho un gira por Jordania en 2007. A los jugadores del seleccionado nacional palestino provenientes de Gaza se les obligó en 2006 a esperar semanas en Rafah, en la frontera, para poder llegar a un campo de entrenamiento en Egipto, pese a las protestas de la FIFA. La única cancha de fútbol adecuada para entrenamientos de Gaza había sido bombardeada ese mismo año por la aviación israelí. Israel obstaculiza que jugadores de Gaza puedan desplazarse a Cisjordania o a Jerusalén, y a los palestinos de esos lugares viajar a Gaza.
El único estadio de Gaza, construido según las normas y con apoyo de FIFA, está nuevamente en ruinas luego de los últimos bombardeos. Tres jugadores palestinos de élite resultaron muertos como consecuencia de la invasión militar. Israel viola las disposiciones del Comité Olímpicio Internacional cuando ataca a los deportistas palestinos, y en un informe de la revista deportiva palestina Atlas Sport se consigna que 373 deportistas han sido muertos, incluidos profesores de gimnasia y deportes de nivel universitario y deportistas profesionales. Y que 2000 han sido heridos por tropas israelíes de ocupación, desde que comenzara la segunda Intifada después del año 2000.
De esta manera queda claro que la política de ocupación y neocolonial de Israel se entrelaza con el derecho al deporte del pueblo palestino y quien no lo quiera ver, es porque no quiere. De la misma manera que a los mismos sectores que pregonan hoy, (como ayer cuando contra Rodhesia, el mundial de fútbol en la Argentina de la dictadura militar o el partido de deportistas del Chile de Pinochet), "no entreverar los dos campos" los hemos visto en otras ocasiones promoviendo boicot a encuentros deportivos y olimpíadas cuando ellas han tenido como sede a "países de dictaduras comunistas".
Entonces, ¿en qué quedamos?
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