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Una antología de Antonio Cisneros
Por la noche los gatos

 

Por Juan Cameron
Una de las tantas recopilaciones del poeta peruano que han sido editadas en el continente es la que el Fondo de Cultura Económica entregara en 1989 en México. Reeditada posteriormente el año 2004, recién ha sido distribuida, para beneficio de sus lectores, en los países del sur. Un cuarto de siglo de su producción -hasta 1986- queda así registrada en numerosos de sus más celebrados textos.

No es fácil volver a Cisneros sin caer en una serie de lugares comunes. Instituido como uno de los mayores poetas de este continente, junto a los colombianos José Manuel Roca y Jotamario Arbeláez, al argentino Jorge Boccanera, al peruano Arturo Corcuera, a la mexicana Coral Bracho o al boliviano Pedro Shimose por lanzar algunos nombres al estrado, su siempre joven y efervescente poesía continúa influyendo y enriqueciendo a la más reciente lírica americana.

Por ello la lectura o el conocimiento -a veces tardío- de cualquiera de las antologías que sobre su poesía se han reunido, es siempre una sorpresa y un motivo de alegría. Así ocurre con la recopilación de la obra escrita entre 1961 y 1986, Por la noche los gatos, que la colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica reimprimiera en México el año 2004. Con prólogo de David Huerta y epílogo de Julio Ortega, el volumen es sin duda un manjar para la mesa de sus seguidores. Y la tardía referencia a estas se debe, entiéndalo el lector, a la casi inexistente distribución de los fondos editoriales en nuestra región.

El volumen reune trabajos desde su segundo libro, David, y el más celebrado Comentarios reales hasta el Monólogo de la casta Susana y otros poemas, en un recorrido por veinticinco años y siete importantes producciones. De aquellas ediciones emergen una serie de conocidos y apreciados textos cuya conjunción serviría por si sola para una selección esencial: Javier Heraud, Karl Marx died 1883 aged 65, Dos sobre mi matrimonio uno, Homenaje a Armando Manzanero (Arte poética 3), Por Robert Lowell y unos cuántos más ya inevitables.

Quien lea en voz alta y por primera vez los versos de Antonio Cisneros descubrirá en ellos dos condiciones inmediatas: se trata de un poeta fino y de profundidad semántica. Esta gracia -muestra inmediata de su natural talento- aparece tempranamente en sus Comentarios reales y se reitera en el galardonado Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Hay líneas precisas, justas terminaciones que anudan el poema y la imagen y los carga de significación: "Su cuerpo (refiriéndose a Heraud)/ ha cambiado de pieles y colores/ en estos meses duros"; o aquel del Primer movimiento (largo): "Sal de mi templo, viejo, apártate, go home". En general el poeta se pasea por distintas disciplinas y conocimientos cuyos signos ocupa en función simbólica y de allí la supuesta "profundidad". Desde el deber del hombre sabio en construir la casa sobre piedra, señalado por la Biblia, a la letra del bolero popular y la cínica reflexión sobre el oficio cabe en esta poesía. "Escribir este poema me concede derecho a la versión", que ya destacáramos en Dos sobre mi matrimonio uno.

Una de las ideas que surgen al releer a Cisneros es que, más allá de la forma y de sus versos de largo y sostenido aliento, los temas están cargados de humanidad, de una suerte de amor por la vida que se expresa tanto en su transcurso individual como en su compromiso con el medio, con los sitios que conoce o recorre. "Como nombrarte, Danubio, piedra igual/ en el cauce repleto y en el aire" le canta al viejo Duna por las riberas de Budapest en Dificultades para nombrar un río en invierno. Y luego, en Otras dificultades del invierno, nos dice que "La ciudad es una piel de cabra congelada (...) Nada me libra de este dolor de orejas. Miro el cielo: Van los gansos en su viaje hacia el buen Sur./ Con ellos vuelvo". Puesto que para amar la tierra no sólo es necesario expresarle nostalgia sino, también, describir el escenario en cada uno de sus detalles. Tales declaraciones transmiten este reflejo existencial.

La revisión del tiempo, ya sea por voz de los amores o de los matrimonios que fueron, es síntoma del apego sentimental del poeta que -a su vez- es reprimido por la prudencia del oficio. Pero allí está, sin embargo, empapado en la selección de las palabras y en el ritmo constante: "Ahora las colinas amarillas se acercan al invierno. El quinto invierno desde que he vuelto a casa./ (Y preparo conservas de cebollitas verdes y pepinos)". Su análisis de la situación se convierte en una confesión íntima que nos acerca y compromete.

Tal vez esta visión individual de los lugares del mundo, por donde el poeta pasa en su propio tiempo y situación, opera como un tamiz para construir o precipitar su poesía así el zumo o el extracto de las personas y de las cosas. Su capacidad para llevarnos al germen de la cuestión -a la esencia de lo dicho- es cuanto nos permite reconocerlo como uno de los grandes poetas del continente.



Antonio Cisneros Campoy nació en Lima el 27 de diciembre 1942 y se formó en las universidades Católica y de San Marcos, doctorándose en Letras en 1974. En poesía ha publicado Destierro (1961), David (1962), Comentarios reales (1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986), Por la noche los gatos (antología, 1989 y 2004), Las inmensas preguntas celestes (1992), Un crucero a las Islas Galápagos (nuevos cantos marianos) (2005) y Como un carbón prendido entre la niebla (2007).

Periodista y traductor, ha ejercido además como académico en las universidades de Huamanga, San Marcos, Bupapest, Berkerley, Berlín y Virginia. Traducido en numerosas oportunidades, ha recibido, entre otros, los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Poesía (Perú, 1964), Premio Casa de las Américas (Cuba, 1968), Beca John Simon Guggenheim (1978), Premio Rubén Darío (México, 1981), Premio Parra del Riego (Uruguay, 1990), Premio Gabriela Mistral, otorgado por la Organización de Estados Americanos (2000), Premio Iberoamericano de las letras José Donoso (Chile, 2004) y Caballero de la Orden de las Artes y las letras de la República Francesa (2004). Es además Premio Nacional de Periodismo Cultural de su país (1993).



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