inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 06-Feb-2009

Las antimemorias de Arbeláez
Nada es para siempre

 
Por Juan Cameron
Editada en Bogotá hace algunos años, las memorias de uno de los mayores poetas colombianos en la actualidad es un registro histórico tanto del movimiento nadaísta como las décadas recientes en su país.

Jotamario se acercaba muy orondo, esa noche, a nuestra mesa junto a la piscina del Confort Hotel, en Fortaleza. Cuando anuncié que allí venía el nadaísmo un contertulio, no sé si de bronca o por devolver con birlada moneda los sacros principios del movimiento colombiano, me corrigió: "el narraísmo". Se entiende, la burla, la ironía, la falta de (un exagerado) respeto es una constante tanto en la poesía de Arbeláez como en la de todos sus cómplices hermanos.


Pero también el esquivo colega se refería a las antimemorias que bajo el brazo, y el acertado título de Nada es para siempre, el poeta me traía de regalo. De un brazo se entiende; puesto que la mano del otro -la izquierda, me parece- venía aferrada a un Chivas Regal de doce años que nos apresuramos a consumir. Anotarán después los cronistas el olvidar un ordinario, aunque barato whisky local que, para escándalo de Floriano Martins, me había apresurado en comprar en la bencinera frente al hotel.


El libro en cuestión, editado por Aguilar en Bogotá durante el 2002, se lo había pedido en Manizales algunos años atrás -por compra, donación o cualquier otro modo de adquirir- tras una jocosa e instructiva entrevista radial (lo considero uno de mis maestros) concelebrada bajo el Nevado de Ruiz. Nada es para siempre encierra, en tanto lema, una afirmación y una negación al mismo tiempo; a fuer de otras referencias en torno a la nada, se entiende. La mención en este a su movimiento literario, al que seguíamos de jóvenes en los primeros setentas, cargaba una magnífica doble significación.


Los nadaístas emergieron en 1958 liderados por Gonzalo Arango (1931-1976). Al menos esa fecha acusa su Primer Manifiesto Nadaísta, impreso en Medellín en la Tipográfica Amistad. El grupo fue integrado, entre varios, por Alberto Escobar, Amílkar U., Darío Lemos, Guillermo Trujillo, Eduardo Escobar, Patricia Ariza, Jaime Espinel, X-504 (Jaime Jaramillo Escobar) y Malmgren Restrepo. Arbeláez, quien andaba por los 17 años de edad, fue uno de los fundadores del movimiento.


Para los estudiosos del género este libro resulta una gozosa fuente historiográfica. El origen de muchos celebrados poemas de Jotamario se registran allí junto a la saga familiar y nacional que cruza Colombia desde el asesinato de Gaytán hasta nuestros días. Su visión "resumida, unilateral y quizá tendenciosa" -como se califica en la contraportada, da cuenta de la cronología, los hechos y sus integrantes del modo más jocoso y trágico en que parece desarrollarse la verdadera joda político social de nuestros países americanos. Sin duda el movimiento ha sido cruzado por todas las modas y modos y tendencias de la época, desde la marihuana a la burla, la noche, las luchas reivindicativas, el sexo como reafirmación de vida, la publicidad, la tontera y el enciclopedismo como señal de buena ortografía para rendir cuentas a la naturaleza. Pero siempre ha significado una brillante y permanente manifestación libertaria. Por algo puntualizaron, frente al caso Padilla: "Nosotros no somos comunistas pero consideramos que la revolución será siempre bienvenida. Amamos la revolución aunque la revolución nos mate".


Descubrir la verdadera significación de los hechos humanos escondida tras los buenos modales y costumbres, es una de las tareas nadaístas. Arbeláez ha hecho, en sus notas, acopio de este recurso. Uno muy logrado es la intervención al verso de Vinicius de Moraes "el amor es eterno mientras dura". Citado por Gabriel García Márquez en una prosa que ocasionó, por parte de una no muy lúcida escritora la acusación de plagio, Jotamario culmina la defensa de Gabo con una espectacular versión: "el amor es eterno mientras dura dura". Elija el lector cual epígrafe prefiere.


Con gracia y a veces buscada ironía, el poeta relata jocosos -y otros no tanto- pasajes de su infancia. Sus familiares suben a este escenario con sesgos de picaresca y sabiduría campesina. Allí esta su padre, un sastre misterioso y seductor, la abuela iletrada y revolucionaria, Elvia Ramos, su madre hija de ecuatorianos, Picuenigua, su padrino, quien siempre carga una botella y un revólver. Este universo, tan de Colombia y tan del Gabo, no puede sino ser cuna del nadaísmo, o el arte de "mamar gallo" a través de la literatura. Del mismo modo como produjo a liberales y conservadores, narcos, sicarios y cárteles y a la gente más educada y bien hablada del continente.


En las ochenta continuas páginas de "Visión postrera", el segundo fragmento del libro, el poeta nos entrega su historia personal del movimiento. Historia de la que sí puede dar fe, como una fotografía, pues allí ha estado desde el acto mismo de la fundación hasta el día de hoy cuando, con nostalgia y cierto aire de reconvención, el stablishment lo reconoce, a pesar de todo (y de todos) como la cabeza visible de ese grupo insoportable de jóvenes.


Porque al fin de cuentas el nadaísmo, como cualquiera otra tendencia literaria, es eso: un procedimiento escritural, una forma de interpretar la realidad a través de una gozosa conducta y una elección de palabras para la construcción del texto. Como toda ideología la cuestión se resuelve al final a través de la palabra y en un producto conocido como obra literaria. Cuanto prima es esto último. Y de allí entonces que el contertulio junto a la piscina no estuviera tan equivocado al embromarlo con la calificación de narraísmo. Lo que distingue a Arbeláez como a los otros destacados miembros de promoción es el talento, la capacidad para sorprender con poética inteligencia y la de, por ende, acertar medio a medio en el nudo semántico. No otra cosa hace grande a los poetas.


Jotamario Arbeláez nació en Cali, en 1940. Ha publicado El profeta en su casa (1966), Mi reino por este mundo (1981), La casa de la memoria (1985), Doce nadaístas de los últimos días (antología, 1986), El espíritu erótico (1990), El cuerpo de ella (1999) y, junto a El Monje Loco (Elmo Valencia), El libro rojo de Rojas (1970), donde denuncia el fraude electoral con el que se pretendía impedir la toma de posesión del presidente Andrés Pastrana. Entre otros galardones ha obtenido el Premio de Poesía de La Oveja Negra y Golpe de Dados, en 1980, Premio Nacional de Poesía Colcultura, en 1995, y el Premio del Instituto Distrital de Cultura, en 1999.



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