inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 23-Enero-2009

Marcadores políticos en la actual poesía chilena
Divorciados del Estado

 
Por Juan Cameron

No existe en Chile un vínculo afectivo entre poesía y Estado. El acercamiento durante de Unidad Popular fue de carácter emocional y no práctico, al menos por parte de los escritores. En los gobiernos de la Concertación, el Estado dejó de lado a los creadores.

A partir del advenimiento de la Unidad Popular comienza en Chile una época de esperanza y de una profunda mística nacional. Muchos de los poetas, sobre todo los más jóvenes, adhieren al movimiento y, aunque separados de la militancia, asumen el proceso como propio. La política cultural implementada por el gobierno. Los beneficios en materia de salud, ayuda social y educación, la creación de la editorial Quimantú y el apoyo de las universidades, crea un ambiente propicio para la escritura. Así, en las sedes universitarias de provincia va surgiendo una nueva promoción de poetas -conocida hoy como la del 65- en torno a los grupos y revistas Trilce, en Valdivia, Arúspice, en Concepción, y Tebaida, en Arica.


En consecuencia el espectro de creadores queda conformado por los mejores exponentes vivos en ese momento: Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier y Enrique Lihn, por los integrantes de la Promoción Universitaria del 65, y por los demás poetas, muchos de aquellos que, sin mayores méritos, producen textos combativos de escasa significación literaria.


Los mejores poetas captan en su escritura los elementos del medio ambiente y se hacen cargo del lenguaje, utilizando en sus escritos términos en boga. Omar Lara, en el poema Los días-luz de su libro Los buenos días, publicado en 1972, dice: "En fin, lo que en ti construí, lo que te di porfiadamente (...) la obstinada misión a que nos requerimos/ dueños desprevenidos del presente". Por aquella época Martín Micharvegas, cantautor y psiquiatra argentino, hoy en Madrid, recoge la obra de los menores en su Nueva Joven Poesía en Chile, editado en Buenos Aires, en 1972. Allí figuran casi todos los actuales y más conocidos poetas, entre ellos Omar Lara, Juan Luis Martínez, Raúl Zurita y Eduardo Embry.


Pero tras el 11 de septiembre de 1973 se impone el terrorismo de Estado. La persecución, la represión y la censura previa a todo papel impreso hace precipita a la floreciente poesía nacional en un largo y pesado silencio, entre 1973 y 1976, conocido como el "apagón cultural".


Autores casi anónimos nacen en esa época. Se agrupan en torno a organizaciones de lucha, a partidos políticos o en torno a la Sociedad de Escritores de Chile. En esta germina la UEJ, Unión de Escritores Jóvenes, otra cuna de creadores actuales. Esos jóvenes rechazan la censura previa, publican a mimeógrafo o en pequeñas ediciones clandestinas en papel barato, o en revistas aún más restringidas. Y aparecen las peñas folklóricas, que reúnen a músicos, poetas y gentes de teatro, como lugares de protesta y denuncia. Uno de los mayores exponentes de esta etapa es Gonzalo Millán. En su poema 55 de La ciudad, desafía el orden invirtiendo el tiempo y apuntando a las causas de esa gran derrota: "El río invierte el curso de su corriente./ El agua de las cascadas sube./ La gente empieza a caminar retrocediendo (...) Allende dispara./ Las llamas se apagan. (...) Los obreros desfilan cantando/ Venceremos".


La cuestión política como motivo se instala en el discurso literario. Gonzalo Rojas aborda desde Venezuela el exilio y la represión interna. En Transtierro (1977) saluda "Al ex prisionero Galo Gómez Oyarzún, chilote duro hasta los huesos/ que no se murió,/ que no se marchitó, que no se envileció ni con la vida/ ni el simulacro ronco de la orden de fuego. Jaime Quezada continúa explotando los términos en uso; el poeta no necesita ser obvio, sino mostrar. En Yo Juan llamado de la Cruz, dice: "No pudieron aplicarme la ley de la fuga/ (Que muchas ganas al parecer tenían)/ Yo mismo me fugué con mis propios medios de la cárcel (...) Y como caminaba por el aire no dejé huella alguna/ A no ser mi amor de Dios flotando en ese aire. Y hasta Nicanor Parra se atreve en 1978: " este país no sirve para nada'/ los que se fueron sueñan con volver (...) madre mía que estás en el cielo (...) déjalos regresar a la patria/ no permitas que mueran en el destierro".


En muchos poetas del exilio -aquellos con verdadero oficio- el tema del destierro opera más como nostalgia que como protesta. El país está allá, lejos, y duele. No es su tarea combatir la opresión; la poesía no figura como partera de la Historia. Y hay hermosos textos en este campo.


Pero diversos elementos políticos cambian el discurso público a partir de 1989. Se pone en escena de algo parecido a la democracia; algo que nace del acuerdo entre la Democracia Cristiana y un sector del Partido Socialista, hoy en el poder, con la dictadura, para pasar el mando a los civiles. La izquierda, que había debilitado con sus luchas al régimen, queda afuera -hasta el día de hoy- de ese acuerdo social. Los poetas, retornados o sobrevivientes, continúan sin trabajo. El aparato cultural no se hace cargo de ellos sino que, por el contrario, coloca en la cuestión cultural a funcionarios afines a los partidos de gobierno. Quedan afuera, según la lista de José Ángel Cuevas (en La gran marcha, de su antología Restaurant Chile): "los exonerados/ los débiles/ los feos/ lo que botó la ola/ los enfermos los sin dientes los pasados de moda


La cuestión de la cultura, a través de una subsecretaría con rango de Ministerio, se maneja con criterios de propaganda y dirigida a cuanto rinde provecho político o proyecta una imagen general. Se trata de un país donde subsiste la pobreza, donde hay cesantía y donde la represión continúa. La poeta Elvira Hernández retrata con ironía: "Vengo del País del Reloj de Flores, de Tres y Cuatro/ Álamos. Vengo de vuelta del Fausto y he buscado todos (...) The end/ Cierren y vámonos a casa/ Desde la poltrona veremos/ pelícanos fritos en aceite.


Puede concluirse que la gran poesía chilena, como ocurre en todo el continente, no ha sido mayoritariamente política sino que, más bien, rescata el lenguaje usual y lo integra como propio. Y la mayor parte de las manifestaciones políticas directas que utilizan el verso como matriz de expresión, carecen de la calidad necesaria para ser reconocidas como poesía dentro de los márgenes de la literatura. Sólo el poema, a pesar de todo, subsiste.



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