Por Juan Cameron
Cuando el espectador no es tan ignorante como habría de esperarse, corresponde al funcionario hacerse asesorar en la designación de las delegaciones de artistas que representarán a su país. Como sucede con Colombia, país invitado a la 28ª Feria Internacional del Libro de la ciudad de Santiago.
Sin lugar a dudas los encuentros internacionales, como éste, son siempre agradables y beneficiosos para los escritores. Encuentros y reencuentros favorecen el intercambio de obras e ideas y abren una nueva ventana para la ciudad organizadora ante el mundo. Los nombres de aquellas localidades estarán en las notas de prensa, en los comentarios y en las obras de los escritores gracias a esa magnífica oportunidad que la literatura proporciona.
Estas instancias, si bien pueden agruparse en un mismo género, conforman dos especies diferentes con orígenes y objetivos muy distintos. Por un lado están los encuentros internacionales de escritores y, en la vereda contraria, las ferias de libros que, ya sea en su propio país o en capitales extranjeras los autores son convocados a participar.
Los encuentros literarios son precisamente eso: la convocatoria de varios profesionales para desarrollar un programa diseñado con anterioridad, en un espacio y tiempo determinados. Estos verdaderos festivales, a diferencia de los anteriores, se convocan por expertos en la materia -normalmente académicos o escritores- y la selección de los invitados se determina de acuerdo a la calidad de la obra. No existe en esta convocatoria en ella otro interés ajeno, salvo el de la investigación, documentación y registro historiográfico del oficio.
La feria de libros en cambio no se rigen por este tipo de normas; no tienen la obligación de hacerlo, por lo demás. La feria es una instancia de carácter comercial destinada al intercambio de bienes precisos: los libros. Y, por otro lado y necesariamente, responden a una lógica de mercado. En la selección de los escritores, a cargo de funcionarios o encargados ad-hoc, juegan un rol determinante los intereses editoriales, de volúmenes de venta y de publicidad. Y, en muchas ocasiones, priman intereses de orden político. La gama de los invitados, por último, es más amplia; caben aquí los analistas, los memoralistas, los autores de best sellers y de libros de autoayuda, entre la más extensa fauna bibliográfica.
Un ejemplo de ello ocurrió recientemente en una feria convocada en la región de Valparaíso. Los organizadores pusieron en manos del gestor de la misma, recién contratado, una lista previa de figuras ("parrilla" le llaman, quizá en qué lenguaje) usualmente aparecidas en las noticias o en el mundo del espectáculo. En ella fueron anotados variados autores de aquí y de allá. Se citaba a Hernán Rivera Letelier, Miguel Edwards, Patricia May, Hernán Milla (así, en singular), Roberto Ampuero, Fernando Villegas, Alberto Fuguet y Marcela Serrano; nada muy extenso. Se trata de rostros conocidos en los medios de comunicación masiva y no necesariamente artistas. Hay allí, junto a los pocos escritores del caso, aparecen sociólogos, periodistas, aficionados a las letras y figurines, lo que dificultaba la tarea del humilde gestor contratado. Felizmente Hernán Rivera aceptó a la primera conversación. Ampuero y Edwards respondieron rápida y gentilmente indicando que para esas fechas estarían fuera del país. Fuguet y Villegas, novelista y periodista de moda, resultaron inubicables. La señora May, quien al parecer escribe libros de autoayuda y de superación personal (géneros que ignoro, perdonará el lector) señaló a través de terceras personas que compromisos ineludibles le impedían atender este pedido (aunque entre bambalinas se comentaba de una cifra inalcanzable para la organización. Con todo, los encargados rechazaron, puesto que no conocían sus obras ni tenían idea de quienes se trataban, a Quezada, a Raúl Zurita, Teresa Calderón, Floridor Pérez, etc. Sin duda mandante y mandatario hablaban lenguajes distintos: literatura y libros no tienen porqué ir de la mano.
Similar situación ocurre en la convocatoria de la vigésimo octava Feria del Libro de Santiago, realizada entre el 31 de octubre y el 16 de noviembre en la antigua Estación Mapocho. El país invitado es Colombia y su numerosa delegación incluye escritores, grupos folklóricos y otros delegados. Positiva resulta la presencia de los poetas Ramón Coté Baraibar y Darío Jaramillo Agudelo, del estudioso de la poesía José Gustavo Cobo Borda, autor de una "Historia de la Poesía Colombiana Siglo XX" que mucho ha aportado al conocimiento y difusión de la actual lírica en su país, y de jóvenes poetas que se inician en las lides internacionales. Pero las ausencias son más generosas, sin duda alguna. En esta lista faltan los principales Jotamario Arbeláez y Juan Manuel Roca figuras señeras de las más recientes promociones. Y están ausentes, también, los poetas que mayor difusión han hecho a Colombia estos últimos años: Fernando Rendón, organizador del Festival de Medellín y Premio Nobel alternativo el año 2006 y Rafael del Castillo y Matamoros, gestor del Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Y eso, sin considerar a otros importantes y casi fundamentales como Rogelio Echavarría o Mario Rivero.
Pero en estas ferias hay a veces excepciones. En septiembre de 2008 tuvo lugar en San José de Mayo, a cien kilómetros de Montevideo, la Tercera Feria de Promoción del Libro y la Lectura. Organizado por María Celeste Verges, encargada de educación de la Intendencia de esa localidad, fue una verdadera excepción a la regla, tal vez por que en su estructura hubo técnicos y artistas conocedores de la gramática en sus particulares oficios; y ello hizo posible un mejor desarrollo y una calidad acorde a los intereses de cada disciplina. Allí el visitante podía toparse con nombres de primer nivel, como el poeta Guillermo Degiovanangelo, el dibujante Hermenegildo Sabat o el ensayista chileno Jaime Quezada entre otros, además de otros escritores convocados, como Mario Delgado Aparaín, quien a pesar del interés despertado en el público, excusas mediante no llegó a la cita.
Tales normas de calidad deberían ser observadas por los funcionarios a cargo de nominar las delegaciones de cada país, cuando de pagar pasajes se trata. Mal que mal aquellos los representarán en el exterior donde, como es de suponer, los espectadores y lectores carecen de la ignorancia necesaria para aplaudir a rabiar. Y, dada la versatilidad de las relaciones internacionales, esto puede resultar a veces muy beneficioso.
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