Por Juan Cameron
Una antología de la poesía argentina (1970-2008) se titula la selección hecha por Jorge Fondebrider y entregada por LOM durante el mes anterior. La notoria ausencia de varios de los mejores poetas argentinos de las últimas décadas y el agobiante discurso estético a que se somete a los incluidos opera en contra de una muestra efectiva de la lírica trasandina en actual desarrollo.
Lo primero que llama la atención al revisar esta antología es la ausencia de los mejores poetas de la época. La nómina resulta inmensa. Ya no se trata de la voluntad o el gusto del antologador, sino de la abrumadora constancia de que no ha sido el oficio el elemento determinante para su selección. De los ausentes podemos citar a Alberto Szpunberg (1940), Guillermo Boido (1941), Osvaldo Ballina (1942), Santiago Kovadloff (1942), Néstor Mux (1945), José Antonio Cedrón (1945), Raúl Felipe Oteriño (1945), Eduardo Dalter (1947), María del Carmen Colombo (1950), Jorge Boccanera (1952), Mario Sampaolesi (1955), Carlos Barbarito (1955), Laura Yasán (1960) y Washington Cucurto (1973) entre algunos. Y todo ello, sin mencionar -pues el conteo por nacimiento comienza en el año 40- a los fundamentales para esta historia, a Horacio Castillo (1934), Juana Bignozzi (1937), Horacio Salas (1938) o Eduardo Romano (1938), quizá las voces que continúan el mejor discurso poético argentino después de Juan Gelman. La lista es enorme; pero lo de Szpunberg y Boccanera es simplemente un atropello.
La selección no se fundamenta en la calidad de la producción literaria sino en los pretextos escriturales -la poesía al servicio de la sociología o algo así- y con ello se carga de connotaciones previas y ajenas la posible lectura que de la actual poesía argentina puedan hacer los lectores. O estamos frente a una verdadera guerrilla teorética o ante una "puesta a la lata" frente a la paternalista mirada de los académicos. Este acomodamiento a un supuestamente válido rigor intelectual (¡y a quién diablos podría importarle!) condiciona de manera innecesaria el oficio; nos da la idea que allí se escribe "para", se escribe "por", pero carece de importancia, en tanto elemento esencial, la calidad intrínseca del texto. Ese es el verdadero problema.
De la lectura del prólogo se deduce, en todo caso, que de ha considerado a la revista literaria grupal como fuente de poesía, o al menos, de sustento para un discurso que, así el género, se sostiene en sí mismo.
Por cierto podría argumentarse que se trata, como el título lo indica, de "una" y no de "la" antología de la poesía argentina actual. Observación muy válida si la obra hubiera sido editada en terreno, donde las papas quemas. Pero hacerlo en Chile y exponerla ante un público interesado -aunque no necesariamente culto en la materia- implica casi falsificar la verdad. Porque LOM Ediciones es el sello más importante en este país; y el único capaz de certificar el producto a los ávidos lectores de poesía. A simple vista tenemos la impresión de enfrentarnos al manifiesto de un partido o de una etnia poética en perjuicio la más que evidente realidad.
Existen, por cierto en este trabajo, aquellos aportes significativos para goce del desprevenido lector. La presencia del tucumano Mario Romero (1943-1998) rescata la provincia y la experiencia del exilio. Romero, quien fue conocido en Suecia antes de partir a su tierra definitivamente, entrega calidez y también una voz oscura que debiera resonar con más frecuencia. Lo mismo ocurre con el santafesino Jorge Isaías (1946) y el rosarino Eduardo D'Anna (1948), voces ya integradas a la literatura local.
La presencia de Diana Bellessi (1946) justificaría desde ya cualquier recopilación; y eso es muy válido. Su aporte, extractado de los libros Danzante de doble máscara (1985), Mate cocido (2002) y La rebelión del instante (2005) la muestran interesada en rescatar las imágenes primeras, el lar y la memoria de la sangre: "No hubo guerreros/ en mi familia/ ni doctores ni poetas (...) Tengo por herencia/ un resplandor del Adriático/ y un enorme azadón/ que puebla todas las cosechas". Junto a ella Tamara Kamenszain (1947) da cuenta de sus permanentes y de sus recientes preocupaciones, como de su historia, con textos publicados en El ghetto (2003) y Solos y solas (2005). Kamenszain es una de las poetas importantes de esa generación, la del 65, que en parte nació de los pequeños sellos de la Gran Capital, como Ediciones Noé por ejemplo, y del auspicio del Fondo Nacional de las Artes. Y la también rosarina Mirta Rosenberg (1951), de más reciente figuración que las anteriores, se ubica en este grupo de autoras.
Y, sin embargo, la contribución más significativa en toda selección se establece siempre en el hecho de contribuir, al patrimonio del lector, con nuevos e interesantes autores. La poesía de Rafael Bielsa (1953) es un claro ejemplo. Este abogado y político argentino, quien fuera canciller de la Nación en el 2003, señala a un autor culto, interesante y de buen gusto cuya obra, a pesar de iniciarse en 1979 con En mayor medida, no ha tenido mayor difusión en el extranjero. Hay poemas de notable factura aquí incluidos; como Edad moderna, de su libro Un rumor descalzo (1980): "De Cósimo Primero, el de carácter tiránico/ sólo quedan/ una estatua ecuestre algo desproporcionada/ y la sombra huidiza de su sombra". Pero quizá el más notable descubrimiento sea el texto Mi corazón era un hotel, logrado poema del cordobés Alejandro Schmidt (Villa María, 1980): "mi corazón era un hotel/ vestidos de fiesta/ los huéspedes se iban sin pagar/ a los portazos (...) es cierto/ hubo temporadas malas/ problemas de humedad/ palmeras muertas..." El oficio de Schmidt merece también una lectura más amplia. Y del mismo modo llaman la atención los trabajos de Teresa Arijón (1960), Rodolfo Edwards (1962), Fabián Casas (1965), Martín Gambarotta (1968), María Medrano (1971) y unos pocos más. Pero aún es muy pronto para referirse a una obra establecida.
La selección de Jorge Fondebrider resulta evidentemente parcial. Pero el antologador sabe lo que hace y lo sostiene -pudor aparte- en una frase de su prólogo destacada a contraportada: "Nada es más fácil que trazar un esquema y, retórica mediante, asignarle reputación de linaje, para luego dejar que la repetición y el tiempo le confieran una verdad provisoria". En verdad, así de fácil.
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