Cándido
La proximidad de las elecciones en Estados Unidos y el fin de la era Bush, ha encendido el debate, más allá de las fronteras del imperio, sobre las consecuencias positivas de la presumible victoria del candidato del Partido Demócrata, Barack Obama. El análisis de la situación, teniendo como marco de referencia cuasi inevitable la "gestión" de la Administración Bush, para llamarle de alguna manera a la mafia que ha monitoreado al inquilino de la Casa Blanca, tiene el riesgo evidente de la conclusión fácil y, en cierta medida real, de que "nada puede ser peor". El recuento de esa gestión marcada como una premonición, por el fraude, será, seguramente,una próxima tarea de los analistas políticos. Pero lo que ha resultado de una clarividencia incuestionable, ha sido el vaticinio de Johan Galtung, el investigador noruego de la paz, que predijo que la reelección de "W" adelantaría en al menos cinco años el fin del imperio "americano".
En este contexto la irrupción de Obama ha significado, internamente, un cambio cualitativo indicador de la vitalidad de amplios sectores de la sociedad norteamericana, que han resistido la sistemática propaganda del régimen. Son los herederos de los luchadores contra la agresión a Vietnam, que lo han sido contra la infamia de la guerra contra Irak, apaleados y silenciados por los medios nacionales y globales. Incluso recientemente en la convención del Partido Republicano cuando protestaron contra la guerra de Irak. Excelente comunicador -el terrible poder de la palabra- Obama ha sabido interpretar y canalizar hacia una posible victoria. Que recibe un nuevo impulso cuando la mágica "mano invisible" de Adam Smith, ensalzada por Hayek, Friedman e imnumerables burbujas de think tank, solventadas por la mafia financiera, y reputados columnistas de los grandes medios occidentales, carece de los "poderes" atribuidos, perpetra una estafa sin precedentes y además pretende hacer pagar a las víctimas para salvar a sus estafadores se desnuda como un macabro "cuento del tío" que estafa a una sociedad entera .
A partir de ahí otras realidades aparecen en el análisis del "fenómeno Obama". A saber, que el verdadero poder en la democracia capitalista no reside siempre -y muchos menos en la estadounidense- en los "elegidos libremente por el pueblo". (Solamente para un cargo en el Congreso se necesitaba en las pasadas elecciones un millón de dólares que sólo las grandes empresas pueden aportar y naturalmente con retribución asegurada.
Dólares aparte, otras poderosas fuerzas ideológicas mayoritariamente fundamentalistas, controlan que los "elegidos" no "saquen los pies del plato". El destino de los Kennedy, y otros sospechosos como Luther King, para mencionar sólo las víctimas propias, es ilustrativo.
Es así que curándose en salud Obama ha proclamado que " mi gran objetivo es renovar el liderazgo estadounidense". Una misión bastante difícil, sino imposible, en el descalabro actual del imperio.Y en relación a los procesos que tienen lugar en América latina ha arremetido contra el presidente de Venezuela Hugo Chávez por "explotar el sentimiento antiamericano en la región" y sobre Cuba ha repetido que "la libertad del pueblo de Cuba es de interés nacional" sin olvidarse claro está de "los presos políticos" que "deben ser liberados". De los de Guantánamo, nada. Obama o desconoce la historia de las relaciones de su país con Latinoamérica o incurre en la misma cínica distorsión habitual de los conservadores, de convertir un justificado rechazo a los crímenes del imperio, en "antiamericanismo".
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