Por Juan Cameron.
La noticia de una muerte siempre sorprende. Mi hijo me pregunta a través de Facebook si me he enterado del fallecimiento de Carlos Geywitz. Y no lo sabía hasta ese momento. Morir solo y en Estocolmo -cosa bastante común para quienes residen en Suecia- tiene una carga de tristeza, un valor agregado al hecho de la partida que, en el otro extremo del tablero conmueve y deja perplejo hasta el más plantado.
Al regresar a casa por la noche envío un correo electrónico a Sergio Infante y a Sergio Badilla. Badilla, quien vive en Santiago, me había informado de ésto durante la tarde; pero como andaba afuera no leí su nota hasta el día siguiente.. Sin mayor dramatismo relata: "su deceso se habría producido, al parecer, de una trombosis y casi con seguridad este lunes. No se sabe bien cómo murió ya que vivía solo. Su amigo Tito Estrella lo encontró ayer ya fallecido. Según él ha relatado, Carlos tuvo una trombo en una pierna hace unos días y estaba delicado por esa afección. Tito Estrella disponía de unas llaves de la casa de nuestro amigo poeta y una vez que se cansó de llamarlo por teléfono fue a verlo, tocó el timbre de su departamento, y como éste no abrió, entró y lo halló ya muerto". Más que sorpresa es rabia y desaliento mi mayor sensación.
En cierta medida las palabras no son gratuitas. No emergen por simple casualidad desde el razonamiento artístico. Son bienes comunes, más bien, y están vigentes en el habla porque la comunidad del lenguaje así lo exige y lo capta en ese momento. Cobra entonces vigencia el terrible enunciado del narrador chileno Luis Sepúlveda. Chile, sostiene aquel, es la melancolía perversa, la melancolía de la ausencia de futuro, porque éste ya no existe. Y la muerte de Geywitz parece legitimar aquella sentencia. Si curvamos la mirada desde la antigua y noble Svea no encontraremos nada.
La primera reacción al enterarnos de la partida de un colega impele a uno escribir un poema fúnebre. Viene a la cabeza -por mera fonética- el texto de Enrique Lihn, Hoy murió Carlos Faz. Pero son tantos y hay tan buenas despedidas que más apropiado resulta comentar sobre su trayecto por el mosaico y guardar en la memoria sus buenas obras y sus mejores imágenes; algo así como una antología fotográfica para goce de quienes vengan. En mi caso recuerdo unas buenas cervezas, de esas nórdicas, en los cálidos bares escomolmences. Como también rescato los stora stark bebidos con Juanito Castillo, con Roberto Mascaró, con Santini, con Infante, con Badilla, con Galvarino Santibáñez, con Harold Durán, con tantos otros.
El año que viví en Estocolmo fue generoso en encuentros. Pero también los tuve en mis continuas visitas a la capital. Varias tardes compartimos en el departamento de nuestra hermosa Sun Axelsson. Yo me reía bastante de las discusiones, muchas absurdas y otras tantas personales, entre los miembros del Grupo Taller. Producto de la lejanía, la generosa cocina de la sucinta Suncita, del buen vino comprado en el Systembolaget y de los amores por damas imposibles o demasiado serias, la pasión ponía sobre la mesa cuestiones tan extrañas, a veces, como nuestra extracción social en Chile o sobre quien era mejor poeta. Ahora no tiene importancia; total, todos éramos aristócratas, olvidados, marginados en ese país de nada.
No sé si Geywitz publicó otros libros. Hasta ayer la ficha que de él tenía anotada en mi computador era bastante escueta: "Nació en Santiago en 1948. Estudió administración de empresas en la Universidad de Chile y sociología en las universidades de Concepción y Estocolmo, ciudad esta última donde reside. Publicó El ojo privado de la ira en 1982 y en 1991". Hoy me he enterado que también editó Distancias, en Lar, en 1990, y Años de asedio, en Ril, el año 2004. Pediré hoy mismo a Omar y a Ernesto Guajardo estos ejemplares. Más que escribir un kaddish el mayor homenaje será leer su poesía.
En 1991 anduvo por Chile. Viajó a invitado por el Instituto Sueco y la Universidad de Santiago junto a Adrián Santini, Sun, Bengt Emil Johnson y Bruno K. Öijer. Con este último -autor de aquel magnífico "Oye ángel escucha, oye ángel escucha, escucha a un hombre hermoso que ya no cree en nada"- bebimos otras copas, esta vez de vino tinto y en el Cinzano, en la Plaza Aníbal Pinto de Valparaíso. Prometimos no competir más entre nosotros, respetarnos, etc., etc. Con todo respeto y salud compañero, por supuesto. Hablamos durante mi último viaje a Estocolmo, el 2004. Fue bueno hacerlo; me dejó un buen recuerdo, la imagen de una sonrisa y esta conciencia sucia por no preocuparme de mis amigos durante años.
Reviso algunos de sus poemas. Con las dos ediciones de El ojo privado de la ira tengo buena parte de su obra. La misma tenía al regresar a Chile, hace más de una década, cuando pensaba publicar Siempre al Sur/poetas chilenos en Suecia, un proyecto que como tantos no tuvo ninguna acogida en ninguna parte. Carecía de interés; no servía a nadie. Reviso mis papeles. Allí aparece Déjame algo que me recuerde que te has ido, un poema cuyos primeros versos pueden aplicarse a este momento: "Viene el día como un puñal abierto,/ lugares y rostros quiebran la mañana./ Apago ventanas y continúo respirando./ Me gustaría saber cuán libre soy hoy que ya no estás". Y no logro determinar si el ojo a que se refiere ha sido privado de la ira; o si la ira tiene un ojo particular, distante, para observar la realidad que detesta. Cualquiera de las versiones es válida.
El poema Bella Marie durmiente no es menos explícito; la soledad, motivo recurrente en su poesía, está allí presente: "Nadie necesita a Nadie,/ ve al sueño./ ¿Quieres un amigo?/ Compra un buen perro/ y esconde las manos./ ¿Quieres colocarte en la línea de fuego?/ Ve al sueño y habita/ el pie largo y pesado de mis labios". En otro texto, La Señorita Agustina, 1977, reitera esta sensación de abandono a que ha sido condenada nuestra historia y la historia personal de cada uno: "¿Qué te han hecho los años?/ Es pecado maldecir entre sollozos/ sin mirar estos días que te son desconocidos/ y deshojando lágrimas y rosas/ como si ellas fueran tu perdida inocencia". La soledad fue el motivo que el tiempo eligió para nuestra generación. Es muy posible. Pero es cierto también que en este caso no se podrá, por obvio, escribir un poema llamado Hoy murió Carlos Geywitz. Basta con agregar una última línea a su curriculum: "falleció en Estocolmo, solo, en agosto de 2008".
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