Ernesto Juaniquina Hidalgo.
Es oportuno de colocar a los sujetos de nuestra trágica historia boliviana en el sitial que les corresponde, para evitar de cometer esos empecinados y tercos errores en política porque el poder sino es bien administrado puede estar a un paso de la soberbia y el despotismo.
Después de haber degustado junto a un nutrido grupo de comensales la exquisita gastronomía que pervive desde nuestras abuelas con ese singular aderezo del olor a leña de aquellas estepas vallunas, visitamos el interior de la iglesia de San Pedro. Ubicada en plena plaza de aquel pintoresco poblado de Tarata, santuario construido por el 1600 con paredes de gruesa envergadura y ataviada con ornamentos creados por los talladores de Arani. En la pared izquierda de su cámara principal se hallaba enquistado un sarcófago pequeño de cristal, en cuyo interior posaba un cráneo humano con un orificio atravesado por la sien izquierda y en la base de esta urna rezaba el nombre de Mariano Melgarejo.
Medité en ese último balazo mortal de aquel 23 de noviembre de 1871 acaecido en Lima cuando el cuñado y a la vez esposo de su hija José Aurelio Sánchez le perforara el cráneo de un tiro, cumpliéndose así ese presagio fatalista de "quien a hierro mata a hierro muere".
Manuel Mariano Melgarejo Valencia oriundo en ese poblado de Tarata de paso por el poder entre el 28 de diciembre de 1864 hasta el 15 de enero de 1871, dio mucho que narrar y a la vez fabular con el aditamento de la sorna. En un tiempo pretérito, en aquella cavidad craneal se albergó una materia gris que rayaba la locura, el delirio del poder, el encono desalmado casi demencial hacia sus rivales, el desenfreno en la enajenación del territorio boliviano y la suspicacia por el acecho constante de la perfidia que le llevó a la conclusión de fusilar a su propio jubón, diciendo "Confianza ni en mi camisa".
Este singular y caricaturesco militar de barba hirsuta de cabeza pelona y cara patibularia, si algo bueno hizo fue mandar a montar al revés sobre un burro a un diplomático británico -que según cuentan los lugareños- se debió a que éste había desairado a Melgarejo negándose a compartir una tutuma de chicha. La reina Victoria de Inglaterra al enterarse de este agravio a su embajador no tuvo el empacho en borrar a Bolivia del mapa.
Fueron más sombras que luces lo que nos dejó esta mente humana; despojó arbitrariamente a los campesinos de sus tierras y sus pertenencias. Regaló 150.000 kilómetros cuadrados de territorio al Brasil, firmó un nefasto tratado de 1866 con Chile que fue la antesala para la Guerra del Pacífico. Como muchos de los criollos presidentes, hizo uso y abuso del poder como aquella versión descabellada -que más parece a fábula- de pedir que se imprimiesen las dos caras de sus hijas en un billete.
Mariano Melgarejo a sido hoy convertido en un santo, con muchos devotos en su pueblo natal y nuevamente se sobrepone la fragilidad de la conciencia pues los vendavales del tiempo casi siempre se encargan de borrar el pasado. Me pregunto ¿Cuántos Melgarejos entronados en el poder nos siguieron sucediendo a lo largo de nuestra historia? Me temo que la lista es muy larga, pues no hace mucho los bolivianos tuvimos un presidente por no decir un monarca chiquito de esos que tiene el acento americanizado y se le dio el gusto de enajenar el erario nacional con ese su eufemismo de "capitalización", subastando a precios de gallina muerta nuestras empresas estratégicas del estado. Pero para suerte de todos, éste salió escapando rumbo al norte después de dejar tantas viudas y jóvenes lisiados en la guerra del gas. Me pregunto, ¿Cuántos Melgarejos todavía existen queriendo expoliar a los indígenas y mantener un sistema feudal en estos tiempos? Aún existe muchos fantoches dispersos por nuestra geografía boliviana que quieren volver al pasado. El escritor Fausto Reinaga menciona al respecto:" ¿Qué tiene el cholaje digno de ser imitado?- y se responde: ¿La felicitación del presidente Velasco a Chile por haber derrotado al Mariscal Andrés de Santa Cruz en Yungay? ¿El asesinato del presidente Daza por el orador Baptista? ¿A Montes que vende el Litoral y a mano armada asalta y se apropia de Taraco? ¿A Salamanca que mata a 50.000 jóvenes en el Chaco, territorio que entrega al Paraguay? ¿A Paz Estenssoro que se roba las libras esterlinas del banco, que mata a su mujer legal por complacer a su concubina?(&)"
El carrusel del infortunio nos sigue dando de cuando en cuando un azogue a la conciencia, por la fragilidad de la memoria colectiva y porque ya es oportuno de colocar a los sujetos de nuestra trágica historia boliviana en el sitial que les corresponde, para evitar cometer esos empecinados y tercos errores en política. Porque el poder sino es bien administrado, puede estar a un paso de la soberbia y el despotismo.
Manuel Isidoro Belzu, (más conocido como "El tata Belzu" por el pueblo indígena) tuvo una innata vocación al servicio de los desposeídos, de los despreciados del campo. Fue él en persona quien recogió a los campesinos y los hizo sentar en la Plaza Murillo y declaró desde entonces ingreso libre a toda persona sin restricción alguna. El tata Belzu decía: "Bolivia será digna cuando el poncho y la corbata gobiernen juntos", estos presagios le crearon muchos enconos. Pues años más tarde, el 23 de marzo de 1865 mientras el pueblo gritaba ¡Viva Belzu! en la plaza Murillo de La Paz, Melgarejo sigiloso como una culebra atraviesa el gentío e ingresa al palacio presidencial, sube las escalinatas y se dirige hacia Belzu, mientras afuera seguía el pueblo lleno de júbilo proclamando a Belzu, de pronto, se escucha el retumbe de un disparo en las escalinatas del palacio. Se había consumado la felonía y a bocajarro Melgarejo había dado fin con "El tata Belzu".
Absorto por esa yerta e inanimada imagen de la calavera de Melgarejo en aquella iglesia de Tarata, me quedé abstraído, mientras los feligreses agolpándose entre si bajan los ojos con mansedumbre y con cierto aire de recogimiento, pues Melgarejo de un ufano y abyecto pasado se había convertido en nuestros días en el Santo de los parroquianos donde no le faltan cirios y devotos.
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