Escribe Angela García.
A la pregunta de qué es la muerte, contesta un niño con gestos de obviedad, "es cuando el espíritu no está manifestado". Definición que podría acabar con reparos existencialistas. El concepto de finitud es lógico pero impotable emocionalmente. El sentido común rechaza la muerte como una forma simple de defender el hecho de ser, de estar manifestado. Como reacción del instinto de vida.
Pero aún en la existencia hay de la muerte modos invisibles, especie de levedad del vivir que sirve a su rapacidad para la cosecha fatídica. La frase que leí en algún lado "No temo a la muerte o a la enfermedad sino a la hora boba" fue, drásticamente suscrita, no pocas veces por suicidas o viajeros en los paraísos artificiales. "He intentado suicidarme para saber que existo" recuerdo que dijo una vez Leopoldo María Panero. Lo que por antonomasia me hace recordar la absurda práctica en Colombia, de pedir un certificado de existencia a los pensionados que se presentan a cobrar su jubilación.
Al pánico que produce la muerte se anteponen la lógica comprensiva, la crédula resignación o la mitificación. El rechazo frontal desde lo emocional o la investigación científica. En pos de la eliminción o neutralización de sus causas naturales se ha profundizado el conocimiento sobre la vulnerabilidad y el poder del cuerpo. Paralelamente nos enfrenta al problema del mal su oficiante por excelencia, para quien ella es cómplice, herramienta y medio. El mal ha explotado, manufacturado y vendido o comprado la muerte, ha instalado una industria macabra. Es la parte hórrida de la historia humana que redunda en su manifestación trágica, su extensión en el tiempo, la versión cósmica que Lovekraft representó en sus cuentos.
Pero también la muerte puede ser alivio, libertad o premio. El sacrificio, cierto tipo de suicidio e incluso la autoflagelación se contraponen al asesinato, la enfermedad mortal y las catástrofes. Como si lo heroico venciera lo trágico, o al revés, como si la soberanía sobre la vida propia sólo fuese posible con la ofrenda, convirtiendo en celebración la pérdida.
Muerte y vida, antiguo tema
Muerte y vida son un único tema, el más antiguo y constante objeto de contemplación de la literatura y el arte, que ha alumbrado libros sagrados en diferentes culturas, uno de ellos El libro de los muertos, en Egipto; piezas inmortales, una de las más famosas "A una carroña" de Baudelaire. Tanta insistencia en los olores, las formas, el sonido de la muerte trata de descifrar o expresar su misterio dando lugar a muy diversa ritualización. Es el tema nucleador de un programa interdisciplinario, que tiene como epicentro el lenguaje plástico, organizado por el Centro Atlántico de Arte Moderno de Gran Canaria, bajo el título general de "Cuatricromía de la muerte".
Han sido varios meses de varias exposiciones: Viva la muerte, con alrededor de 30 artistas (Alemania, Argentina, Austria, Belgica, Brasil, Colombia, Cuba, España, Estados Unidos, Guatemala, México), Petite morte/Grande morte, Arne Haugen Sörensen (40 cuadros del pintor danés residenciado en Andalucía); La sonrisa de la muerte, Jorge Dámaso; Vanitas, Cristino de Vera. Alternando con otras lenguajes artísticos como el cine y el teatro ( El león de invierno de James Goldman), se integró el punto de vista científico con Cuatro visiones sobre la muerte. Y bajo el título Apariciones y desapariciones se realizó un seminario que abordó los modos en que lo trágico se convierte en pulsión creativa. Nilo Palenzuela reunió escritores, poetas y filósofos : La venezolana Ana Nuño se refirió a Hannah Arendt a quien "más que la muerte le preocupaba el mal como uno de los grandes problemas filosóficos".
El mexicano Alberto Ruy Sánchez ilustró con fotos su viaje a través del universo cultural de México, donde la muerte tiene un protagonismo singularmente controvertido con íconos como la Calaca o la "Santa Muerte" y nos enseñó una serie de fotografías sobre la "Muerte niña", parte de antiguos rituales populares en México. El filósofo catalán Miguel Morey partió de Albert Camus para su reflexión sobre el suicidio lógico y el poeta sueco Lasse Söderberg releyó la obra de Pär Lagerkvist para rastrear la angustia de un "creyente sin fe, un ateo religioso".
Han sido varias salas y sedes culturales de la ciudad (Casa de Colón, la Biblióteca Insular, el Teatro Cuyás, el Centro de Artes Plásticas y Gran Canaria Espacio Digital) las anfritionas de cerca de 50 artistas con diferentes visiones de la compleja experiencia personal y colectiva de la muerte, reunidos bajo el propósito gestor de "contemplar entre todos el modo en que las sociedades de Latinoamérica y el mundo hispano se miran en la muerte".
Sin embargo no por la cantidad de participantes es que se ha logrado buen nivel en un tema tan ambicioso, sino por el énfasis en su envergadura social para los tiempos que corren. La calavera símbolo de la muerte no abandona nunca su sonrisa y además baila. Viva la muerte es una frase de doble juego cuya absurdidad no está dada ni en el despróposito de sugerir una celebración, ni en su contraposición sino en la obviedad, ya que la muerte como la vida es.
Y no tan democrática como afirma la clásica definición. Las guerras actuales, las enfermedades, las cifras de mortandad en los paises pobres del mundo, muestran que la muerte es, en una proporción espeluznante, un producto social.
Es el fruto de una cosecha aviesa en la realidad social de nuestro tiempo. Si sumamos a esta la insensata actitud del hombre ante la naturaleza obtenemos dos versiones modernas del problema del mal que concurren para el hundimiento del planeta.
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