inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 11-Julio-2008

Sobre un informe en torno al Café Riquet
Patrimonio y ambición inmobiliaria

 

Escribe Juan Cameron.

La ciudad ocupada por el discurso y el capital foráneo se resiste a entregar su espíritu a los nuevos conquistadores. El desaparecido Café Riquet, un símbolo de pujanza comercial en tiempos ya pasados es un claro ejemplo de esta actitud.

Ya se ha repetido bastante. Valparaíso es una ciudad ocupada por un discurso ajeno y de instalación inmobiliaria generado desde el centro mismo del poder. La implantación, primero, del parlamento nacional y más tardíamente de un supuesto Ministerio de Cultura no remedian -para el porteño- la destrucción económica, industrial y simbólica iniciada durante la dictadura militar y continuada generosamente por los gobiernos concertacionistas. La ciudad, su habitante, su historia propia de espaldas a la capital y -por qué no- al resto del país, conforman una lectura diversa e imposible de ser leída por el ojo forastero. Este aspecto formativo incide del mismo modo en su producción artística tanto como en la defensa de lo propio frente a los ya cotidianos atropellos.

El desaparecido Café Riquet

Un ejemplo de esta política devastadora es el caso el Café Riquet, un tradicional establecimiento que se ubicaba en la Plaza Aníbal Pinto, en pleno centro de Valparaíso. Importantes figuras nacionales, como Salvador Allende, Pablo Neruda y Carlos León -y hasta más de algún desubicado dictador- disfrutaron del viejo local porteño. Pero tras 76 años de existencia debió bajar sus cortinas tras ser vendido, el inmueble donde se ubicaba a una empresa extranjera. De nada sirvió el discurso patrimonial, las falsas lágrimas de las autoridades y las ya repetidas promesas de mejoramiento. El Obispado de Valparaíso, propietario del edificio, lo traspasó a la Inmobiliaria Santa Ana por más de 700 millones de pesos. Veintisiete trabajadores quedaron cesantes y con las imposiciones de nueve años sin cancelar, denunció en su oportunidad la dirigente Nina Sotelo.

El Café Riquet funcionó en Plaza Aníbal Pinto 1199 entre el 19 de agosto de 1931 y el 4 de agosto de 2007. Fue fundado por Guillermo Spratz, un comerciante de origen alemán. Spratz lo mantuvo hasta 1996, pasando desde entonces por varios propietarios hasta su virtual decadencia por falta de inversiones o mayores capitales. Incluso hubo un intento de convertirlo en un foco de atención artística; pero el mal gusto y la improvisación contribuyeron a derrumbar su imagen.

Sobre el Inmueble


El edificio donde el Café Riquet se ubicaba -una construcción de estilo neoclásico- está emplazado en la zona del sitio de Patrimonio de la Humanidad y posee la categoría de inmueble de conservación histórica. Tiene una superficie de terreno de 638 mts2 y sus tres pisos construidos suman un total de 1.160 mts2. Su uso es comercial y para bodegas.

Fue construido por orden de Juan Brown Diffin en 1865, el año en que la escuadra española sitió Valparaíso, para luego bombardearlo en el siguiente. Brown, quien era un carpintero naval desembarcado en este puerto, construyó numerosos inmuebles en la ciudad, entre ellos el edificio de la antigua Aduana. Fue casado con doña Isabel Caces quienes, junto a sus nueve hijas, tuvieron allí su vivienda -en el segundo y tercer pisos- hasta el año 1890. El primer piso estuvo destinado a bodegaje de repuestos y aceites para la compañía Naviera y Marítima Brown y Menéndez, de propiedad de don Juan, hasta 1921.

Ese año -y hasta 1930- se arrienda a una fábrica de muebles de propiedad de don Alberto Lüdernann, y a la verdulería de don Guillermo Spratz, ambos socios comerciales en alguna oportunidad. En 1931 el señor Spratz alquila toda la propiedad e inaugura el Café y Restaurant Riquet.

Spratz y Lüdermann fueron los creadores de la ornamentación y decoración del edificio. No es menos importante esta afirmación. Al recibir la Inmobiliaria la propiedad reclamó al último dueño del Café, el abogado Jorge Garrido, una serie de bienes pertenecientes al establecimiento. Por cierto fue la sociedad de Guillermo Spratz y Cía. Ltda. la única propietaria de los bienes que alhajaban sus dependencias, entre ellos ciertos cristales italianos de estilo greco romano que había en su interior y que los nuevos empresarios reclaman para sí, incluso denunciando a Garrido a la Fiscalía local. Esto resulta sintomático. La evidente confusión entre el patrimonio y lo patrimonial puede parecer hasta ridículo. Refleja el sentido de ocupación del capital -y de la capital- respecto a la imagen autóctona de este vencido puerto.

Hay mejoras necesarias que, en Derecho, pertenecen al inmueble por naturaleza; cualquiera sea que las haya efectuado, por cierto. Así fue de cargo de estos arrendatarios -propietarios de la firma comercial que ocupaba el inmueble- la reparación de los daños sufridos por el edificio en el terremoto de 1985, como la restauración del mural hecho por el pintor Camilo Mori a comienzos del siglo XX, en 1992. Este último gasto, por caer dentro de la categoría del descubrimiento (fue empapelado por sus dueños en su oportunidad) debió haberse devuelto, en su momento, al señor Spratz.

Otra mejora implementada por este propietario fueron la vitrificación de los pisos, en la planta intermedia, como el complemento del mural en toda la caja escalera, la implementación de nuevas luminarias internas y la reparación íntegra de la chimenea del segundo piso.

De la historiografía consultada, tanto de las crónicas literarias como de inscripciones comerciales, registros periodísticos y otras fuentes, puede deducirse que el único titular de los bienes reclamados es la sociedad Café Riquet, toda vez que pertenecen a la naturaleza, uso y manejo del giro comercial de que se trata y no se originan por el diseño, construcción o alhajamiento del edificio levantado por Brown. De tal modo, el afuerino que compra en el otrora primer puerto de la República sólo adquirirá la cáscara, la imagen lejana de este Valparaíso; por que el espíritu -y valga acá este caso a manera de metáfora- seguirá en propiedad de los porteños.



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