En la oscuridad asolapada de la noche
el virus de la muerte acechaba,
esperaba el momento
para dar el zarpazo artero
que te arrancaba la vida
sin decirnos adiós.

Mirta, haz partido a reunirte:
con Salvador Allende, Pablo Neruda,
Victor Jara, Miguel Enríquez,
Gladys Marin y tantos otros
como los ejecutados y desaparecidos
por los que alzaste la voz clamando justicia.

A ese sitial no todos podemos llegar,
fuiste consecuente con tus principios,
una luchadora social incansable
que dejó su huella trasparente
en las organizaciones latinas y suecas.

Compañera, amiga, madre, abuela
el melodioso trinar de tu voz
recorrió las calles de Estocolmo,
en cada departamento y cada rendija
de Tensta y Rinkeby
está impresa tu humildad y solidaridad,
por eso te nombraron de palabra
"Alcaldesa de la hermandad".

Rosa roja sin espinas,
mujer abnegada y trabajadora
mensajera de la nueva sociedad,
forjada en el norte chileno y curtida en el exilio,
como la espuma por los pliegues del viento
se propagó tu sonrisa y canto.

Tu nombre vive
en la sábana blanca del invierno
cuando luchabas por la democracia,
en el canto de la lluvia cantarina
que corría por tus mejillas
cuando veías como eran masacrados los niños
en las guerras urdidas por el imperio del norte,
en el grano de trigo del desierto Iquiqueño
que te vio nacer, crecer con las margaritas,
en la brisa marina de nuestra América morena
que conoció tu solidaridad con ellos
y con los pueblos del tercer mundo.

Te extrañará tu norte,
tus escapadas para allá
tendrán que ser de otra manera,
quizás de los colores del óleo, de la acuarela
en la poesía, en los escritos y leyenda
de los que quedan,
pero los revolucionarios como tú
no mueren jamás.

Adiós golondrina de nuestro cielo,
soldado sin galones ni corona,
descansa en paz que bien te lo mereces,
tu alma vive y seguirá presente
en cada rostro del exiliado y emigrante
para recordarnos tus anhelos de libertad y unidad.

Hasta la victoria siempre
Mirta Constans Araya