Escribe Cándido.
Las élites que pretenden dominar el mundo, en una actidud típica de la mentalidad neocon, se resisten a reconocer el fracaso inocultable del modelo capitalista y su inviabilidad, si es que se quiere intentar la
supervivencia del planeta y las especies que lo habitan. La "mano invisible" que según las fuentes de sus teorías tenía el poder de armonizar los diversos componentes del mercado y garantizar su estabilidad, ha probado que efectivamente es invisible, porque no existe.
Una crisis más grave que la de los años 30 del siglo pasado, porque ahora se agregan las consecuencias de la sistemática destrucción del planeta, y la crisis moral, implícita en un sistema en el que la ganancia está antes que la vida. Estados Unidos el paladín de dicho sistema, vuelve a mostrar el paisaje social que reflejara Steinbeck en su clásica novela Viñas de ira. Millones de trabajadores de la industria automotriz han quedado sin trabajo y otros tantos, literalmente en la calle al ser desalojados de sus viviendas por no poder pagar los intereses de los préstamos irresponsablemente concedidos. La epidemia se extiende a Europa y el pánico también, mientras los "sabios" del sistema no se ponen de acuerdo sobre las causas ni sobre el diagnóstico y tratamiento del mal.
Las ventas de automóviles bajan por dos razones principales:
a) la existencia de una mayor conciencia ecológica en los individuos sobre su acción contaminante y b) una retracción natural, por las causas aludidas, del poder de consumo de cada vez más amplios sectores. Una combinación de ambos factores ha hecho que, como un primer paso en una estrategia de salvación del planeta, cada vez más imperativa, paralelamente con la caída de las ventas de los automotores
tradicionales, consumidores de bencina, haya aumentado la demanda de los llamados cológicos porque funcionan con biocombustibles. En muchos casos los compradores de estos automóviles reciben alguna forma de subvenciones del Estado, lo que explica su preferencia. Pero tampoco estos están exentos de problemas ya que en el caso de los derivados del etanol, su producción está (o puede estarlo) en colisión con la imperiosa necesidad de producir alimentos para neutralizar a disminuir la catatástrofe del hambre que se agrega, mutiplicada, a la que ya existía y a las otras -destrucción de especies marinas, desertificación a causa de la tala indiscriminada de grandes extensiones de bosques en diferentes puntos del planeta, agotamiento de los
recursos naturales, para citar sólo las más acuciantes- que el modelo ha provocado , con ritmo demencial en las últimas dos décadas.
La mentalidad suicida de los devotos del mercado, lejos de reconocer esta realidad que los científicos han descrito sin ambiguedades en sus recientes informes, pretende resolver la cuadratura del círculo y armonizar el crecimiento del modelo genocida y la supervivencia del planeta.. Se encomiendan a los adelantos tecnológicos y/o a medidas de tipo fiscal, que además de improbables y de mediano o largo plazo en su aplicación, en el caso de las primeras, resultan insuficientes ante la magnitud de los desafíos.
Sobre todo si se tiene en cuenta la condición deliberada de la obsolecensia de una gigantesca producción de mercaderías basura, de corta duración, con el consiguiente "tire y cambie". Si actualmente los niveles de producción y consumo resultan insostenibles para los 6 000 millones de seres que habitan el planeta, sin
contar con los problemas laterales de la injusta distribución de los bienes, no es difícil imaginar la situación cuando las previsiones para el 2020 son de 7 mil millones
Reconocer que se está en el final de una era, en este caso del sistema capitalista, con todo lo que ello supone de incertidumbre ante el futuro, no siempre es fácil. Sobre todo para los que han sido sus mayores beneficiarios. Pero aferrarse al pasado o a la apuesta más actual de los teóricos del sistema, de una renovación económico-tecnológica capaz de superar las contradicciones sin perder su objetivo esencial de acumulación capitalista, no tiene destino. La disyuntiva no admite muchas opciones. Los políticos, meros administradores del poder financiero, tanto en el imperio en caída como en la fracasada Unión Europea,
difícilmente asumirán su responsabilidad. Queda a los movimientos populares la imprescindible
y urgente tarea de cambiar un estilo de vida que conduce a la catástrofe
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