Por Juan Cameron. Con un estilo muy personal -frases y párrafos extensos que reconstruyen la narración oral sobre la página- el escritor nacional Germán Marín traslada a su lector al escenario narrado. Tarea que logra con singular oficio en este reciente volumen que reúne trabajos de índole diversa, entre creación y crónica, publicado en la capital durante el año anterior.
Germán Marín es de aquellos escritores vinculados por vida y oficio a la literatura. Su primera obra, Fuegos artificiales, publicada poco antes del golpe militar fue retirada rápidamente de circulación por la censura en boga. Exiliado en Argentina, México y España regresó al país para editar, por Sudamericana, la trilogía integrada por Círculo vicioso, Las cien águilas y La ola muerta, entre 1997 y 2006. Hace pocas semanas dejó de servir a un importante sello nacional cuyo cargo le significara, según propias declaraciones, demasiados enemigos.
Dejar de escribir es fácil, dijo en alguna oportunidad; basta con meter las manos en los bolsillos. Marín está montado en la escritura; como oficio y destino debe ahora abocarse a esta tarea la que, de seguro y pronto, habrá de reconocerlo con el esquivo y mal manejado Premio Nacional de Literatura. Su más reciente volumen, Basuras de Shangai, reúne en un solo tomo unas cuantas nouvelles, cuentos sueltos, crónicas, retratos y memorias, Editado el 2007 por Random House Mondadori de Santiago (aunque impreso en Buenos Aires), el volumen no accedió al prestigioso Premio Municipal de Literatura de Santiago sólo porque la diversidad de sus contenidos no encajaba en el género cuento al que fue presentado por la casa editorial. El jurado, integrado por la profesora Carmen Balart, de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, el escritor Fernando Jeréz y el autor de esta nota, debió atenerse en rigor a las claras bases del certamen. Pero sin duda Marín merece aún mucho más.
El título responde, según indica en la nota introductoria, a un ilógico "castigo" aplicado por el oficial de guardia, a los cadetes de la Escuela Militar, arrestados durante los fines de semana, donde el autor se formó en su adolescencia. Este consistía en recoger, de rodillas sobre la grava del patio central, todas las basurillas que fueran encontrando para, al final del día, entregárselas a este superior. La idiotez de tal función, lo absurdo del acto, llevaba al castigado a un estado de hipnotismo que borraba toda conciencia de la realidad tal cual, según nos indica, en el Shangai de Marlene Dietrich o de André Malraux. Estos restos de civilización que alguna vez cargó en sus bolsillos de aspirante a oficial los vincula, ahora, con estos singulares retazos de escritura salvados entre sus papeles, por aquí y por allá, para conformar el presente volumen. Con todo el trabajo no sólo resulta armónico, sino que además es muestra de la excelente mano que posee Marín para crear mundos y transmitir situaciones desde la hoja impresa. Porque, además de una cuidada y entretenida forma de escribir y de una anécdota más que amena, alcanza esa tercera instancia en la imaginación del lector, que significa transportarlo sobre el escenario y la situación planteados, tal un protagonista más. A esta suerte de magia acceden solamente los mayores exponentes en el arte.
Buen observador, Marín consigue trazar el ánimo nacional (el "ser nacional" resultaría una estafa filosófica en estos momentos) desde aquella masa informe adherida a la máxima mediocridad, el concepto de "la roja de todos", el slogan publicitario que vende la imagen de la selección de nuestro endémico fútbol chileno. La ceguera ante el fracaso histórico, la pretensión de ser cuanto no somos ni seremos, la paja en ojo ajeno, se expresa en varios de los textos que el autor incorpora en las distintas secciones de su libro. La primera de ellas, Tentativas de evasión, aporta una nouvelle y tres relatos más cortos en los que predomina la relación de pareja como motivo de ellos o, por extensión, el esquema de una posible telenovela criolla. El esfuerzo de Marín por retratar la estupidez mayoritaria no resulta ajena, en definitiva, al ojo del lector.
Con Días naturales -cuatro cuentos en rigor- concluye su aporte creativo. Le sigue Lecciones de cosas, una interesante serie de observaciones que van desde el apunte puro al borrador de una crónica; mezcla que el autor defenderá explícitamente al iniciar el último cuerpo de Basuras de Shangai, su Artículos de Bazar. Dice allí que: "Bajo la sospecha de que la literatura resulta cada vez más un ejercicio espúreo, indefinido, en que la crónica o el ensayo pueden ser también otro modo de narrar, hemos decidido añadir unas páginas que tal vez la academia rechazaría".
Sin duda es en esta sección donde el autor logra concentrar la mayor vitalidad de su escritura. Notas de fuerte vinculación autobiográfica referidas a su experiencia profesional, al exilio o a su amistad con Enrique Lihn, ya detalladas en otras obras -como es el caso de El circo en llamas- son escritas con verdadera maestría por este, hasta hace un par de décadas, desconocido prosista santiaguino. Y el mayor mérito de estas páginas es, sin duda, el necesario alejamiento que el narrador -en primera persona- logra del protagonista. La descripción objetiva, la anulación de cualquier sensación o vano sentimentalismo constituye el acierto en este punto. Su relato resulta verdadero -más bien verificable en la imaginación del lector- por una suerte de lejanía e inmediatez bastante similar a la conseguida por Albert Camus en El extranjero. Una transversal sensación de cinismo hace inevitable, en este caso, una franca complicidad con el autor.
Germán Marín (Santiago, 1934) ha publicado entre otros libros Fuegos artificiales (1973), Círculo vicioso (1994), El palacio de la risa (1995), Cien águilas (1997), El circo en llamas (1997, recopilación de textos de Enrique Lihn), Conversaciones para solitarios (1999), Ídola (2000), Un animal mudo levanta la vista (2003), Carne de perro (2003), La ola muerta (2005), La princesa de Babilonia (2007) y Basuras de Shangai (2007). Por su obra ha recibido el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en dos oportunidades, el Premio Municipal de Santiago, el Premio Vuelan las Plumas y el Premio de la Crítica de la Universidad Diego Portales entre otros galardones.
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