Por Juan Cameron. Con gran destreza en el oficio, lograda a través de cinco libros publicados en los últimos veinte años, Sonia González retrata a personajes inmersos en individualidades y estratos sociales infranqueables, en una precaria estabilidad que se resquebraja ante cualquier intento por escapar de tales márgenes. La preciosa vida que soñamos, un ácido retrato del Chile actual, publicado el año 2007 por LOM Ediciones, reúne catorce refinados cuentos de la escritora santiaguina.
Los escenarios donde transcurren los relatos de Sonia González Valdenegro resultan una especie de caja china. La ciudad, el barrio, la casa, el individuo o su historia conforman territorios infranqueables que, al ser invadidos, provocan un estado de crisis o el quiebre de alguna situación a primera vista normal. Este esquema es el leit motif, la cuestión en sí. Otro desenlace -esperado o inesperado- no es cuestión literaria que a la autora interese; pertenecería a lo vulgar y ordinario del mundo exterior. El placer de narrar, la forma del decir en estos párrafos, son en verdad su verdadero oficio.
Sonia González nos habla desde su estrato social; desde la clase media chilena y, principalmente, desde la clase media santiaguina. Un sector de quienes la integran están a punto de superar esa marca social a causa de la bonanza; otros, de caer en el amplio estadio del proletariado por su desubicación o desface con la modernidad. En esta misma caja (o "nicho" según dicen los psiúticos contemporáneos) hay otras más pequeñas que a su vez contienen individuos de una misma especie y diferentes destinos: la una correspondiente al barrio alto, la otra a los decadentes cuarteles de una antigua aristocracia capitalina.
La fina capacidad de observación permite a la autora detenerse en situaciones muy precisas y, al mismo tiempo, analizar el sitio del suceso. Nada ha ocurrido sobre el corpus de la página que no tenga, a su vez, una significación para el relato. De allí la precisión en el lenguaje, su arma fundamental en la construcción de la escena que frece al lector: "Fue cuando se sintió la detonación que venía desde el centro del condominio. Y luego, cuando oyó el grito de Leonor en la cocina, ya lo había recordado todo".
Estas mismas señas o guiños son los que va recogiendo quien ingresa en sus cuentos para armarse, a su vez, el entramado de tal anécdota. Pequeños indicios lo conducen a una próxima ventana y lo guian hacia la solución del texto; entiéndase del texto y no de la trama. De esta manera, y con frases cortas y largas intercaladas, Sonia González Valdenegro logra un ritmo sincopado y la permanente atención de quien la lee.
Sus personajes poseen un mundo propio; se trata de personajes que ingresan subrepticiamente en el espacio de otros para esclarecer algún misterio olvidado; o por simple curiosidad: "Se rebelaba. El hombre imaginó cuántas veces antes aquel gesto de dureza había espantado la aproximación de alguien que quería entrar en su soledad. Un grito reprimido, unas ganas inocultables de barrer su mundo de intrusos". El universo individual, aquel espacio donde sólo metafóricamente puede ingresar el otro, es el territorio que explota la escritora. "Había secretos, como existen siempre entre un hombre y una mujer que viven juntos por años. Los dos estaban conscientes de esa realidad y respetaban aquel espacio de privacidad del otro (...) Ser pareja es muy distinto a constituirse en una unidad"
La unidad de escenario nace a la vez del sentido territorial de clase; del establecimiento. Cada grupo vive allí donde ocurre un tipo especial de hechos y no otros. El disparo que apaga la vida en un barrio exclusivo, en el primer cuento, no sería un drama, sino más bien un hecho cotidianon las márgenes de esa misma metrópolis; o el ingreso de un grupo a la casa de veraneo, en el postrer relato (que da su título al libro), se debe a la situación acomodada del dueño de casa y, valga la redundancia, a un secreto que guarda como una espacio aún más pequeño en esta caja china.
Pero la enseñanza que sus historias nos dejan -la imposibilidad de trasgredir los límites sociales- retratan con fidelidad al habitante santiaguino. Todo esfuerzo será castigado y nadie, bajo ninguna circunstancia, podrá evitar su destino. Marcado por el orden social imperante (que ahora en Chile se disfraza bajo un supuesto "exitismo" -¡vaya término!- y progreso) el individuo avanza hacia su propia tragedia. Y esa no es otra sino el fin del statu quo, de la tregua social impuesta en medio de la hecatombre de un país ya derrotado.
Es indudable que la autora ha alcanzado un notable desarrollo a través de los años. Para el crítico Camilo Marks, de El Mercurio, se trata de "una colección de 14 cuentos donde, pese a la propensión por la uniformidad, predominan los rasgos positivos de una escritora que domina su oficio y sabe ejercerlo con aplomo, seguridad e incluso una nota de virtuosismo ausente en sus creaciones previas". Juan Mihovilovic, en letras.s5.com, la retrata así: "de modo sencillo, con una pulcritud y concisión que atraviesa la atmósfera donde los personajes anidan sus sueños casi siempre inconclusos o sus deseos de ser mejores en cuanto puedan o añoren el tiempo que no tienen y que, paradójicamente, persiguen como un estigma".
Sonia González Valdenegro (Santiago, 1958, casada con Ramón Díaz Eterovic, tres hijos) es abogado. En cuento ha publicado Tejer historias (1986), Matar al marido es la consigna (1996) y La preciosa vida que soñamos (2007), además de las novelas El sueño de mi padre (1997) e Imperfecta desconocida (2001). Cuentos suyos aparecen en Contando el cuento, de Diego Muñoz Valenzuela y Díaz Eterovic (1986), Andar con cuentos, de los mismos autores (1982). Salidas de madre, El cuento hispanoamericano en el siglo XX (España), Cuento chileno contemporáneo (México) entre algunas recopilaciones. De sus distinciones puede mencionarse los premios Metro-Sech y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, en narrativa inédita.
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