Por Juan Cameron.
Estación puerto es el tercer libro del poeta Patricio Flores. Anunciado para este mes, el antiguo habitante de La Calera, y hoy un flamante abogado de Santiago de Chile, recoge los símbolos de una ciudad que fue y que representa, tal vez, un antiguo amor ya destituido por el paso del tiempo. En esta edición, Flores da cuenta de un desarrollo escritural manifestado por la economía, la concentración y el ritmo de sus versos.
Un conocido poema de Ennio Moltedo, Valparaíso, nos habla de la Estación Puerto, ese lugar que pareciera indicar el último límite, el fin del mundo o del camino, el punto de partida hacia ninguna parte. Pero al mismo tiempo es la imagen postal de un sector de la ciudad cuyas torres lo flanquean como dos columnas misteriosas. Más allá, en la costanera y junto a la poza de abrigo, pequeños establecimientos venden artesanías y ofrecen recuerdos a los turistas entre el bullicio de los lancheros que invitan a dar una vuelta en lancha por la bahía. Pero si nos desentendemos del espectáculo humano, el escenario es frío, triste, decadente; y está cargado de extrañas connotaciones.
Para este poeta resulta un lugar destruido, sin futuro y que sólo alberga al letargo que transcurre sobre un tablero de ajedrez: "un panel de piedras relucientes por el paso de las botas de la muerte, hoy", dice Moltedo. El orgulloso terminal de trenes ya no recibe las elegantes locomotoras ni la "Serpiente de oro", esa máquina eléctrica que arrastraba más de una treintena de elegantes coches de pasajeros desde y hacia Santiago. Hoy no es más que una parada de trenes locales.
Por alguna razón o vínculo literario, el poeta Patricio Flores Rivas elige precisamente este sitio como símbolo de aquel mundo mayor donde habita su memoria. La oposición entre el punto de llegada, la estación, y el de partida, el puerto, crea un ineludible sentimiento de pérdida, de ese estar semejante a la nada, a la detención absoluta. El paso de lo concreto a lo ideal y desconocido, de la tierra al mar -por definición infinito- es símbolo, sin embargo de una muerte generadora de vida y de una visión que, en definitiva, encarna a la esperanza.
La aparición de Estación Puerto representa un renacer en la poesía de Flores. Sin duda quien conoce su obra hallará aquí una escritura otra cuyo ejercicio beneficia la concentración y el ritmo. Frente a sus anteriores producciones, Estación Puerto constituye un reinicio y da cuenta un paso más allá en el desarrollo de su escritura.
Curiosamente observará el agudo lector que el elemento aire, como paradigma de la libertad, cruza todos sus títulos. El aire contiene tanto al viaje como al fuego, el volantín que traza su escritura y viento que recorre los andenes llevándose las fumarolas, la infancia y los recuerdos.
Esa estación terminal es parte, entonces, del renacimiento. Los amantes así lo intuyen y cuando "Se despiden,/ tienen trenes mendigos a la gira;/ tienen océanos entre los rieles lastimados./ Ya no juegan: la estación Terminal anuncia la partida". Y, sin embargo, la nueva jornada está allí, al alcance del protagonista. Flores lo refiere a veces en tercera persona; pero no cambia de personaje cuando anuncia: "Para la segunda romería,/ cató candelas blancas,/ embriagó los lamentos/ y despejó el cielo a bocanadas".
Antes de la llegada a ese punto la bestialización es el mejor recurso para retratar a lo amantes. Hay un sujeto escondido y escindido en un zoomorfismo que a la vez lo delata y lo compromete como actor. Y al mismo género responde la figura femenina en este cuento. Si bien el héroe es "Ese animal que reflejo en las aguas (...) esa bestia que habito/ mastodonte que arroja ira", la contraparte es algo más que la dulce loba quien no desata los andamios de tela y no responde a los requiebros del amado. Ambas imágenes pueden interpretarse a partir de símbolos bien establecidos: la figura de Narciso sucumbe, puesto que no podrá reproducirse en la piel de aquella protegida tras un opaco templo. Después de todo, dice el poeta alejado del personaje, "Tú querías su vino y su cuerpo/ Ella quería tu alma y tu vino".
El cierta medida se trata de una estación terminal. El texto de igual nombre -que pudo perfectamente haber sido el título de este libro a no mediar sus negativas connotaciones- da cuenta de ese encuentro e indica el lugar "donde se acaban los regresos" puesto que "la estación terminal anuncia la partida". Un logrado trabajo cuya vibración nos traslada hacia el dolor en torno a un escenario decadente, tal vez propio de un film posmoderno.
Patricio Alejandro Flores Rivas es un poeta vinculado por formación a la ciudad de Valparaíso. Aunque nacido en la comuna de San Miguel, en Santiago, en 1969, su familia pertenece a La Cruz., pueblo cercano a La Calera. De profesión abogado, ejerce dicha actividad desde 1996 y, en la actualidad, reside en la capital. Es autor de Homenaje a los volantines (2003) y Andenes de fuego (2005).
|