Por Juan Cameron.
Con el apoyo de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Michoacán, a través del Sistema Estatal de Creadores, aparece la más reciente creación de Guillermo Meléndez, un nombre a celebrar en la actual poesía del país azteca. Circo romano nos entrega su propia visión del mundo; y a la vez representa la suma de una poética donde los más celebrados recursos de este autor cobran fuerza y vigor para así destacarlo entre sus pares.
Hay en el poeta mexicano Guillermo Meléndez un marcado desarrollo. Las diversas formas constitutivas de su poética van tomando cuerpo y fortaleciéndose a la par de sus publicaciones. Tímido el verso en Perdido mas no tan loco, su primer poemario, no evita sin embargo motivos no del todo clásicos en el género. Los testículos -tal vez su más temprana declaración de independencia- da cuenta del desenfado futuro del autor: "libremente desnudos, moviéndose/ como un par de campanas domingueras".
Pero esta adhesión a lo antipoético como determinación estética no es la única. Trazos de lenguaje lárico aparecerán en sus próximas publicaciones, generosas por lo demás, en una franca burla a lo establecido, a los lugares comunes y a la tontera social imperante. El humor y la rebeldía irán de la mano cuando no una abierta militancia en la noche. Humo, alcohol y música popular -dominio intelectual de este interesantísimo poeta mexicano- colgarán de su pecho como banderolas en las que a fuego ha trazado su declaración de principios. "Es la hora de los desequilibrios,/ su evidencia me toca: atavismos, efusión,/ ingenuidad y recelo se alternan,/ y balbuceos amargos ocupan mi garganta" nos dice de aquella en Jacinto enloquecido.
Esta rebeldía se hace muy evidente a partir de Astillas de arce, libro cuya introducción señala su divorcio definitivo con el Derecho, disciplina humana que, en su caso, se opone al ejercicio legal de la literatura: "La práctica y la enseñanza me anulan hasta que comprendí que mi título de Licenciado en Ciencias Jurídicas valía menos que una licencia de chofer". El camino dionisíaco y la letra inicial de la palabra pesimismo, que en tanto fauno incorregible como declara ser lo llevan por la ruta de Pascal, Pound, Pavese y Pessoa. Libre ya podrá recorrer esa ciudad maravillosa en la que "Música portuguesa y un Flor de Caña/ embotellado antes del derrocamiento de Somoza/ amenizan mi encierro y despiertan el diálogo/ que el espejo y mi sombra dejaron inconcluso".
Un recurso pleno de jovialidad y humor, y ello por la magnífica economía de pensamiento contenido en él, es la comparación contradictoria entre dos elementos ajenos e impertinentes entre sí. Es el símil que en Chile gira en torno a la afirmación "como chancho en misa". De tal suerte, Meléndez eleva hacia una categoría valórica a un concepto absolutamente devaluado, o más bien "invaluado", carente en absoluto de este bien filosófico. Un ejemplo, en Cuaderno de nieve, uno de sus últimos libros, es muy decidor: "Le hago caso, me levanto y me largo, comprobando/ que mi ingenua teoría sobre el Ser, la Dicha y la Repetición/ fallan más que mi viejo Renault". Como veremos más adelante, el objeto del mundo físico cumple para el autor -personaje del poema- una categoría fundamental. Pero, como es fácil entender, tal proceso no nace de la experiencia de los hechos empíricos, sino -como parece darnos a entender- de una vulgar borrachera.
Su permanente ritmo y el reiterado uso del endecasílabo son muestras evidentes de su estilo en Circo Romano, su más reciente publicación, aparecida con el fundamental auspicio de la Secretaría de Cultura de Michoacán. Este libro es la suma de sus anteriores, una recopilación de formas y recursos estéticos a los que Meléndez ha llegado para mostrarnos su particular oficio y su cálida poética. Como apunta en el prólogo Carmen Avendaño, esta transculturalidad que le permite acceder a diferentes sectores de nuestro discurso cultural es, por cierto, la obra de un observador; pero de un observador solitario que al escribir se acompaña y se hace cómplice de tal escritura.
En el poema Tigre (agradezco desde ya su generoso epígrafe) el autor se representa en la figura del felino abarrotado por la noche y por este destino de dar vueltas y vueltas en ese mismo espacio. No es ese glamoroso tigre de Juan Gelman retratado en Anclao en París; más bien su héroe puede ser atropellado si lo dejan en libertad. Y el circo del mundo lo necesita: "porque el circo sin tu audacia cautiva/ es como balcones sin geranios/ como una ciudad en donde no hay cantinas". Una vez más eleva nuestro humilde concepto de bar a la categoría de lo bello.
Meléndez resulta un fenomenal retratista; su ojo avizor no perdona a quienes observa y sorprende en pecado de estupidez; bastante ha vivido como para seguir soportando y callando. Por eso es poeta. Y, como bien señala la prologuista, en cierta medida, y más que por sostener los codos sobre el mesón de madera, su rica escritura lo acerca al sureño Jorge teillier.
Pero, a pesar de su amarga alegría y de su desencantada visión, Circo Romano encierra una metáfora de la sociedad. Si bien lo representado y lo narrado se unen por funciones similares (también establecidas en el escalafón de los valores) la similitud es del todo formal. La arena y la Tierra siempre giran en su redondez absoluta; los personajes circenses son el paradigma de algún oficio y las características de aquellos, llámese trapecista, payaso, domador o espectador, se remiten a lo profano y a lo cotidiano del mundo exterior. Pero sobre todo este circo nos trae imágenes, recuerdos de la infancia y de los patios familiares, nostalgia pura que el autor trabajo con lejanía, con gracia y con un fuerte sentido de ternura.
Guillermo Meléndez nació en Galeano, Nueva León, México, el 25 de junio de 1947; Licenciado en Derecho es autor de Perdido mas no tan loco (1979), Jacinto enloquecido (1985), Astillas de arce (1989), Cifra incierta (1989), Diario de Sillayama (1993), La penúltima piel (1994), Inmundi (1995), Memorias del aljibe (1998), Ciudad del náufrago (antología, 2002), Cuaderno de la nieve (2004) y Circo romano (2007).
|