Juan Cameron.
Higiene el segundo libro de Ernesto González Barnert (Temuco, 1978) nos habla de la poesía como motivo literario y como un eficaz camino hacia la derrota. Pero su ejercicio, propone el autor, implica del mismo la salvación de quien la ejerce en el más puro sentido de la palabra. Con anterioridad había entregado La coartada de los dragones por el camino pequeño (2000).
Higiene connota una suerte de limpieza étnica no sólo para su poesía, sino que alcanza al ejercicio total de este género en el país. Es evidente que en Chile se publica demasiado y apresuradamente. Por ello esta edición contribuye con una seria y refrescante reflexión, una visión distinta y cercana, también, sobre el oficio.
Pero también Higiene implica el sano ejercicio de sacar palabras de un texto que describe la escritura como un ejercicio de sacar palabras del texto. El oficio de González Barnert se ha decantado. Descubre, y bastante tempranamente en su recorrido, que la poesía se convierte en un ejercicio de reconstrucción del pasado - intentado con cierta fruición e inutilidad, cuando no sin sentido- en un permanente transitar hacia la derrota. González Barnert lo señala como "los restos terribles y comunes/ de la bestia que comienza soñando/ y termina en angustia".
Por un lado la escritura recoge una serie de experiencias y sensaciones auditivas que el poeta instala en un molde armado de acuerdo a su respiración y a su circulación sanguínea. Pero a veces la medida de los hechos vividos le sobra; y las otras, al desbastar cuanto excede a ese producto conocido como poema, resta al concepto o al equilibrio una parte fundamental. "Y a continuación,/ -relata el poeta - terminada la obra:/ si pules demasiado/ obtienes sólo el brillo". Este brillo no es, como pudiera creerse, el generado desde el interior del corpus literario, sino más bien se trata de aquella luz que, por su opacidad, este rechaza. González lo dice con claridad: "Raya de quien insiste/ desde su propia inclinación/ arrebatado de luz/ -fosforece el misterio-".
Y la poda, a la que se refiere como esa "escueta porfía que sobrevive vigilada" no es otra sino la tala. Talar, vieja palabra indica también devastar y cortar árboles, limpiar de ramas inútiles o de "callosidades propias de su ralea" (en términos del poeta); pero a veces el verso se rebela a esta higiene y protesta desde el interior así "todo caballo golpea a oscuras su cerca".
Su poesía, en este libro, nos va conduciendo a través de su lectura hacia un Arte poética que el autor figura por medio de imágenes de similitud: símil cuando no comparación o simplemente metáfora. Tal vez este manido tropos no convenza aquí como recurso. Pero se da; ocurre sin embargo. Al ejercicio de escribir lo señala en un texto como una crisálida fenicia que golpea un trozo de carbón sobre el lienzo. Y puede que ese oficio convierta al poeta en verdad en una mariposa del Imperio, en una falena del Estado. Si es bueno o malo desde un punto de vista ético, el poeta no se pronuncia; simplemente lo muestra. Como también es posible que lo transforme en un bárbaro marinero, un navegante sin puerto fijo, se entiende, "con un alfabeto a cuestas". Bien lo sabe el joven poeta, algunos de los oficiantes, en Chile al menos, ardieron en las loas al poder y otros fueron congelados en el más absoluto abandono. Una preocupación destacada en estas páginas es el porqué se escribe. O si acaso se busca el aplauso de la masa o el mismísimo vibrar de las palabras: "Delirar ser oído por la camada: mi fe de erratas".
Tal vez la verdad esté, como dice Dylan Thomas en edad similar, en las cosas del mundo. "Era el año en que treinta cumplía", y manzanas y peras rojas y la infancia, en el más solitario de los campos, le dictan su poema y el transcurso.
Poco se conocía de este autor con anterioridad. Existen varias contribuciones a concursos y algunos textos suyos han aparecido en la página virtual letras.s5.com además de algunos publicados en el cuadernillo santa rosa 57 hace poco más de un año. En esta edición su verso es menos contenido y en cierta medida desaforado como si acaso anduviera tras esa eufonía que tanto esplendor le ha otorgado a otros colegas. Pero también se percibe allí cierta intención de poetizar sobre la poesía: "Esos que rezan con miedo, desesperación/ a la orilla de una cama o en una sala de clases y apenas juntan las palabras;/ esos que en un pasillo de hospital o templo/ cierran los ojos y te piden con su propia vida a cambio/ y no son escuchados". Rezar, orar, pronunciar oraciones en voz alta es ejercicio de poetas. Y ser escuchado en un país de sordos y analfabetos virtuales resulta una tarea desgastante, sin sentido ni retroalimentación posible. Si bien el poeta ha hecho una limpieza en esta Higiene; si bien ha optado por una economía de lenguaje en beneficio de la concentración conceptual y enriquecido la forma y, por ende su manera de poetizar, su discurso continúa centrado en la escritura misma como oficio y como motivo y método de comprensión del mundo.
Según Felipe Ruiz "Higiene no está nombrando solamente la depuración del poema, el trabajo, la técnica de la mano de obra con que opera el autor en el texto - como si este título fuera en realidad un meta título: una poética -. Nombra también el desgarro por cuya suerte el mundo se apodara del poeta, lo hace parte de esa casta de sujetos cuya "vida" está destinada al fracaso". La opinión en más que certera. Porque el poema no es sólo el texto; es también el autor y su vibración con el entorno. No podemos descontextualizar el mensaje y suponer que sólo un material significante circula en dirección al lector; o, por el contrario, excluirlo del canal y sostener que es puro concepto de un metalenguaje exclusivo, bocado de cardenales. Porque eso no corresponde a la realidad. No son así las cosas, simplemente.
¿Qué hacer entonces con la poesía? No suscitar su compasión otra vez, repite Ernesto González. Porque en definitiva la escritura es derrota. Derrota frente a los dioses que nombran y al nombrar crean; derrota frente al vaticinio que no se cumple; derrota ante el espejo de la sociedad; nadie comprende esta vibración interior. Y sin embargo se persiste en ser poeta. Y en esta escueta porfía cifra su esperanza; aunque mientras tanto deba predicar en el desierto con traje de mendicante: "Lazarillo fui, albacea de una tosca arpillera/ que a trazos de escofina devela un dulce morir soñándote". Hemistiquios y cesuras le dan la razón. El objetivo no es la meta, sino el camino.
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