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Un grito silencioso
"Creer que yo soy yo", Raquel

 
Escribe Angela García.
El diario que corresponde a la parte final de RAQUEL Historia de un grito silencioso, obra de teatro escrita hace 15 años por Samuel Vásquez (profesor de Artes Plásticas, pintor, dramaturgo, ensayista, director del Taller de artes de Medellín) y publicada en 2003 por la Editorial de la Universidad de Antioquia años, acaba de aparecer en Colombia como plaquette y en una edición restringida.

Quince años atrás ya venían sucediendo los secuestros en Colombia, pero todavía no estaba secuestrada Ingrid Betancourt. Como Samuel Vásquez mismo lo explica este diario fue el resultado de un impulso incontenible , cuando apareció la carta de Ingrid y su imagen deteriorada. Al día siguiente tenía la plaquette diseñada e impresa con su computador: "Al publicar solo el diario quiero señalar el "modo" poético de la obra: que este diario no se puede leer autónomamente como un poema. El teatro contemporáneo ha olvidado, negado y menospreciado su fuente primordial: poesía oral."


En "Raquel" el juego entre espectador y actor, es el trazo que quiere distinguir al plagiario del ciudadano en la multitud de la cual entresaca la víctima, mientras que el autor intelectual, difuso, podría ser el director del plagio o el director de la obra. La pregunta flota amenazante a lo largo de la obra: ¿Quién es este ser amorfo... un instigador?... ¿un ojo persecutorio o una mirada alerta?... ¿en pos de la oportunidad, en pos de la falta o en pos del escudo? Lo cierto es que es un sin rostro ni traje pero con emisarios que -no saben lo que hacen? sólo cumplen órdenes, tienen una paga.


En la carátula de esta plaquette Samuel Vázquez ha contrapuesto dos fotos de Ingrid Betancourt; la primera durante la campaña presindencial en 2002 por el partido verde Oxígeno y la segunda es una prueba de supervivencia que ha dado la vuelta al mundo. En la primera, los labios abiertos y el gesto ayudado por un mentón voluntarioso, dibujan una amplia sonrisa que cascabelea en los ojos fijos por la determinación y en el gesto de las manos, cruzadas como escudo delante del pecho, los puños amarrados a los nervios y los dos pulgares erguidos como velas indicando marcha a todo viento. La juventud reverbera en este rostro enmarcado por un cabello brillante y libre. Nadie podría sospechar alguna sombra en el futuro de esta mujer llena de fuerza y entusiasmo a cuya espalda se abre una ventana. En el segundo, los párpados caídos poco dejan ver aquellos ojos sin brillo, vencidos por la aflicción como un velo sobre el rostro. El hermoso cabello ha crecido y amarrado atrás se descuelga por el flanco izquierdo del cuello hasta la cintura. La boca cerrada, los brazos caídos, la cabeza ligeramente inclinada pero lo suficiente para ver en el gesto el cuerpo entero, enmarcado en la oscuridad de la selva, y visiblemente sometido a un peso que le impide movilidad. Allá, 6 años antes, la ebullición de una propuesta para el mundo. Acá el sofocamiento de una voz en los labios apretados y la mirada vencida, la reducción de la persona a objeto canjeable. El cuerpo como una concha guarda para sí el grito que sin embargo para un espectador sensible retumba en ecos de tristeza.


Dos mujeres en una sola, el personaje verdadero, que corresponde con el de la ficción, en pleno contraste, la fe en la vida y la derrota. Podemos verlo en Ingrid que es una víctima anormal, de origen privilegiado, miembro de la sociedad más prestigiosa del país. Ejemplo de la juventud emprendedora y de una potencial renovación de la clase política. Miles de muchos otros rostros en donde el contraste podría verse en condiciones insoportablemente extremas no llegan a los medios de comunicación. Hombres y mujeres hermosos de cuerpo y de alma cuyas vidas fueron segadas en condiciones de oscuro terror, que el poder ha sabido guardar bajo cuidadosos cerrojos. Hombres y mujeres, niños entre ellos, jóvenes que tampoco tuvieron la opción de escoger, secuestrados de los modos tradicionalmente impunes. Qué dirían ellos en sus fosas, sobre la bestialidad de los hombres, sobre la distancia de sus padres o sus hijos, sobre la ausencia de Dios, sobre la compañía piadosa de la luna: "Es mejor entonces no querer nada para quedar libre de deseos".


Raquel o Ingrid representan la rebeldía aparentemente inútil del pensamiento en cautiverio. Dentro de la prisión el alma ya no cree ni en antes ni en después, el lenguaje pierde el poder de imantación, su tesoro significante. Está la oscuridad o el muro, la suciedad y la falta de aire, un cuartucho de dos por tres metros, allá, abajo. Empero es precisamente el lenguaje aquí la versión de Lo posible, una carta que habla, un diario que refleja una existencia, por lo menos para creer que ella es ella. El corazón late como en una bolsa aparte, alimentado sólo de recuerdos conectados a la devoción del amor, "No. No puedo estar sola. No." única posibilidad de seguir viva en el corazón de quienes la recuerdan. Estos dos nombres propios, Raquel o Ingrid representan muchos, miles de nombres desconocidos, cada uno un modo de la arbitrariedad demencial de la guerra. Sus gritos enterrados en la dilación del eco, tapiados por la iniquidad.


La obra tiene pasajes descriptivos, monólogos, diálogos y fragmentos de un diario. En algún momento de los monólogos de Raquel, ella sufre una metamorfosis, ya no es la hija de una sociedad burguesa, sino la hija de un país que aplica, mediante la pasividad o la doctrina activa, la decapitación del pensamiento autónomo. En su monólogo ella percibe difusamente que mientras era libre, tampoco lo era, estaba presa en su cuerpo o en su rol, siendo producto. La aparente incoherencia de los monólogos desliza en su arrítmica ondulación, (el método de omitir sentencias o denuncias es muy útil) que quien la secuestra está secuestrándose a sí mismo no sólo en el plano de la relación legal, sino en el emocional. El plagiario también es un resultado, un heredero de la desesperación, no un delincuente. En esta obra de teatro son los elementos incómodos que retan la atención de la lectura. El monólogo es irritante. Lo primitivo se yuxtapone a elaboraciones ideológicas, que por cierto, se pierden en los fragmentos del diario fundidas al sentimiento de frustración fluente en la exasperación que desemboca en sensualidad y escenifican la renuncia a seguir siendo un producto de clase.


Escrito casi una década atrás, este diario marca hoy un contraste que agita la ambigüa problemática del secuestro. La privación de libertad, el rehén como objeto de cambio es tan antiguo como el lenguaje. Pero las mutaciones del lenguaje le dan nombres de acuerdo a los fenómenos actuales, que convertidos en mercancia, venden o compran ideas. El cinismo del poder tiene su versión más siniestra en la impunidad. Para decirlo de otro modo, hay todo tipo de delitos, pero la impunidad es el delito por excelencia connatural al poder. El moderno concepto de secuestro es de una obtusa doble moral, pues junto con la tortura son prácticas consuetudinarias de regimenes -clara o solapadamente- dictatoriales, tan latentes hoy como ayer.

Sometimiento o secuestro. Vasallaje o secuestro. Dominio, sujeción, reducción o secuestro. La diferencia del concepto está en quien lo comete, los ordenadores del mundo o quienes los resisten, la diferencia está en quien sufre la historia. De todos modos que a nombre de causas libertarias se prive de la libertad a un individuo, es cosa tan insensata como izar los grilletes a símbolos de revolución. Más este tipo de secuestro inexcusable y que hoy se pone en la platea de la atención internacional, no puede desviar la atención al que ha sido su primer y sucesivos eslabones.



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