El pasado jueves 20 se cumplieron 5 años de que tropas de Estados Unidos y de otros grandes países occidentales cómplices, atacaran y ocuparan la República de Irak, haciendo añicos las normas básicas del derecho internacional.
El pretexto para la invasión se basó en dos mentiras puestas a correr por el gobierno de Bush hijo y del entonces primer ministro británico Tony Blair: 1- Que Irak estaba en posesión de armas de destrucción masiva (biológicas, químicas y posiblemente atómicas también) y con capacidad de atacar Occidente en pocas horas (45 minutos según los servicios secretos británicos), y 2- Que se sabía que el régimen de Sadam Hussein tenía contactos de colaboración con Al-Qaeda.
Claro que mucho tiempo después funcionarios norteamericanos fueron confesando que la idea de atacar Irak y apoderarse de su petróleo estaba rondando los escritorios de Washington mucho antes los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.
No pasó mucho tiempo para que se supiera que las supuestas pruebas esgrimidas ante el mundo eran totalmente falsas, como surgió de investigaciones de los propios norteamericanos y británicos. Las armas de destrucción masiva nunca fueron halladas, y recién después de dos años de ocupación inspectores norteamericanos reconocieron, con el mayor sigilo posible, que no había ni rastros de las mismas.
Ahora, a menos de un mes de este quinto aniversario, otros funcionarios norteamericanos admitieron también en voz baja, que el análisis de más de 600.000 documentos del gobierno iraquí, capturados en la ocupación, no revelaban ningún vínculo del gobierno de Hussein con Al-Qaeda.
Hoy el discurso oficial ha variado. La administración Bush proclama que la invasión fue para llevar democracia a la región, aunque las monarquías fundamentalistas aliadas de Washington siguen lo más campantes.
Una vez más una potencia imperialista encabezada por una camarilla fascista, urdía el pretexto del derecho a la "autodefensa preventiva" para atacar un país, tal como lo hizo Hitler en 1939 cuando fraguó un supuesto ataque a las fronteras alemanas por parte de Polonia para invadirla y ocuparla, comenzando así la Segunda Guerra Mundial.
Naturalmente la administración Bush invocando su amor a la democracia dejó al descubierto a poco de andar sus sentimientos verdaderos: su arrebatada pasión por el petróleo y el control definitivo de una de las mayores reservas mundiales de crudo.
Han pasado cinco años, Irak es un país en llamas, y los iraquíes aún está esperando por la paz y la prometida democracia que traía el invasor. La infraestructura básica permanece destruída pese a que en esta guerra -según cálculos hechos por el premio Nobel de Economía Joseph Stieglitz y la economista Linda Bilmes- se llevan gastados la friolera de 3 billones de dólares.
Stieglitz, en un artículo en la prensa norteamericana para presentar el libro The three trillion dollar war escrito junto a Bilmes, recuerda que "el equipo de Bush no sólo engañó al mundo sobre los posibles costes de la guerra, sino que además ha tratado de seguir ocultándolos a medida que la guerra se desarrollaba".
En el invierno 2002-2003 el Pentágono era más optimista, porque calculó que el derrocamiento de Sadam Hussein le costaría sólo alrededor de 60 mil millones. En este pandemonium han resultado muertos casi medio millón de iraquíes y una cantidad aún no estimada, pero seguramente mayor de víctimas, han quedado para siempre lisiadas. La ocupación extranjera ha provocado también una cifra de más de 2 millones de exiliados internos y 4,5 millones de iraquies que han tenido que abandonar su país.
En tanto que las fuerzas ocupantes norteamericanas han sufrido las bajas, hasta hoy, 3998 soldados, a lo que habría que sumar los muertos de sus aliados, la mayoría, después de ocupar el país y derrotar a Sadam Hussein.
Ante la barbarie que esta guerra imperialista significa, a los costos humanos, económicos y políticos que tiene, y el hecho de que Estados Unidos nunca saldrá vencedor de esa contienda en el Oriente Medio, uno se pregunta: ¿Quién ha ganado en todo ésto? Y la única respuesta que se puede encontrar, es que el único beneficiado ha sido el complejo militar-industrial, que se ha alimentado desde 2003 de la destrucción diaria y del mantenimiento de la poderosa parafernalia bélica.
Uno de los principales responsables y negociante en esta guerra, el vice presidente norteamericano Dick Cheney quien ha defendido reiteradamente el envío de más tropas a Irak, estuvo esta semana de visita en Bagdad. Allí Cheney dijo una siniestra perugrullada cuando advirtió a los detractores de la guerra que "Si EE.UU. se retira de la zona prematuramente se podría generar el caos y que se continúe derramando sangre", como si allí durante cinco años sólo hubiera corrido el sudor que provoca el intenso calor mesopotámico.
Mientras tanto más allá de tantas cosas que quizá no llegamos a entender ni a compartir, al pueblo iraquí le asiste el derecho a la resistencia al invasor y ocupante, a decidir sobre sus propios asuntos, y más que nada a tener paz. Por eso es justa la exigencia que leímos en un cartel enarbolado el sábado pasado por refugiados iraquíes en las calles de Estocolmo: "Estados Unidos y Bush, déjennos en paz".
|