Entrevista de Oliver Welden.
Sabemos de tu actividad artística y cultural en la década de 1960 en Chile; sin embargo, el tiempo se ha encargado de borrar muchas cosas de tu trayectoria, por lo cual ha quedado un panorama un tanto inexacto y borroso. ¿Nos podrías hablar de esa época (antes de 1973) en Chile y en los países en que viviste, antes de radicarte -obligadamente- en Suecia?
A principios de los 60 estudié pintura en Bellas Artes y pantomima con Alejandro Jodorowsky. Por ese entonces tenía yo la mitad de mis Pizarras del mundo escritas. La pintura y la pantomima me permitieron ganarme la vida, pero fué la pantomima la que se transformó en mi profesión, en el segundo oficio que suelen tener los poetas. Raúl Aicardi me llevó a la primera televisión que iluminó las pantallas en Chile. Mi rostro in farina apareció aún antes que los títulos. Lo cierto es que ya no paré. En el futuro viajaría por treinta países desde Santiago a Tokio, haciendo televisión y teatro. En Chile hice cine con Aldo Francia en su bello Valparaíso mi amor y con Naum Kramarenko en Prohibido pisar las nubes. También actué en teatro con el grupo Ictus, de lo que guardo un grato recuerdo. El personaje Chatarra, de aquel remoto El lugar donde mueren los mamíferos, de Jorge Díaz, fué el mejor trabajo de mi vida en el teatro. Entre 1965 y 1968 viví en España con una beca del Instituto de Cultura Hispánica. Además, hice algunas actuaciones en televisión y tuve tiempo para terminar mi primer libro de poesía. Miguel Arteche me hizo publicar en revistas e hice una compilación de poetas chilenos para Caracola la que, hoy, para mi sorpresa, ofrece un anticuario por Internet.
En casa de Arteche conocí a Gonzalo Rojas, a José Hierro y a otros poetas. Manuel Viola y Rafael Romero me introdujeron en el mundo del flamenco, arte que he cultivado toda mi vida. Asistí a bodas gitanas donde al amanecer se cantaban alboreás, un verdadero privilegio, en las cuales el más depurado de los cantaores, generalmente el más maduro, al llegar el alba le canta a la novia. Recuerdo a Rafael Romero en ese cante donde la casa fue, por unos momentos, un templo. En casa de Viola se llevaban a cabo veladas de cante que él pagaba con cuadros. Sus pinturas valían fortunas, pero él sólo invitaba a maestros. Por esas fechas partí en gira con dos bailarinas griegas, pero se acabó el proyecto a la tercera representación, porque las dos cayeron enfermas de gripe y yo ya andaba afónico. Tendríamos que haber seguido a Grecia donde ellas tenían contrato. De vuelta en Chile publiqué Las pizarras del mundo, como era de rigor, en la imprenta Arancibia Hermanos. Recuerdo que Gonzalo Millán publicaba por el mismo tiempo su maravillosa Relación personal. A fines de ese año, Ignacio Valente elegía el libro de Millán y el mío como los más sobresalientes de autores nuevos. A esa altura mi familia había crecido, ya tenía tres hijos, y volví a la noria. Durante la campaña presidencial de los 70 estaba yo en Chile y fuí llamado a colaborar como asistente de imagen de Salvador Allende. Aparte del aspecto gestual, había que salvarlo de las trampas de la cámara, la iluminación y el maquillaje, en los canales de la oposición.
¿Fue tu actividad política y este trabajo, en particular, lo que te trajo, luego, problemas y terminó con tu exilio? Entre 1973 y 1975 viví en Chile sin que se me ofreciera trabajo alguno. Se me cerraron todas las puertas, viví de los ahorros de mis viajes y de la pintura. El exilio se debió al secuestro de mi mujer, que fué recluída en la Villa Grimaldi, de donde salió gracias a la intervención de un obispo diplomático de paso en Chile. Huímos a Buenos Aires, con la idea de seguir a Europa, pero nos vimos obligados a asilarnos, tras soportar un nuevo secuestro y un par de palizas. Cinco individuos, que se turnaban, nos tuvieron encerrados en nuestro departamento argentino durante siete días. A veces se dejaban caer todos. Escapamos milagrosamente, pero es una historia larga, rocambolesca. Baste decir que nos salvó una lluvia intensa y una ventana impensable.
¿Qué labor has desarrollado en Suecia y qué reconocimiento has recibido por tu trabajo?
Al llegar Suecia, en Malmö, hice una lectura en la Escuela Superior de Teatro y obtuve el puesto de profesor de expresión corporal. Empezaba un mes después, así es que me fuí a Paris a ver a Jodorowsky. Yo había hecho estudios con él en Chile, como he dicho, y tenía 20 años de experiencia sobre el escenario, pero yo era un mimo de music hall, de burlesque, en la línea de Chaplin o Buster Keaton. Conocía la codificación de los franceses (Marceau, Barrault, Ettienne Decroux), pero quería profundizar en ello y Jodorowsky fué el maestro perfecto. En una semana de trabajo intenso, dos o tres horas diarias, me traspasó la materia. Fué muy generoso. -Ahí tienes para tres años de trabajo, me dijo, pero en esto se equivocaba, porque ahí estaba todo, todo, había sólo que desarrollarlo. Chaplin y Keaton son infinitos, la codificación francesa, en cambio, es bella pero limitada. Tiempo después, abandoné la escuela para seguir con mis grupos de pantomima, con ellos recorrí Suecia y Dinamarca Asistí a muchos festivales y, formando un dúo, gané el premio de la crítica en el Festival Internacional de Circo de Montecarlo, creo que en 1986, y el primer premio en un Festival Internacional de Circo en Madrid. También representamos a Suecia -oficialmente- en la Exposición de 1992 en Sevilla. En 1987 se publicó mi segundo libro, Serpentímetra, en versión bilingüe, traducido por Lasse Söderberg. Con intervalos de seis a siete años publiqué otros tres libros, también traducidos por Söderberg.
Esporádicamente, cantaba flamenco con el grupo de mi hija Mariana y mantuve durante diez años un café literario, que una vez al mes presentaba a un poeta al público sueco. He recibido varios estipendios del Fondo de Escritores de Suecia y en el año 2005 la Comuna de Malmö me otorgó un premio especial por mi labor cultural en los 30 años de mi permanencia en el país.
Te confieso que me cuesta seguir esta carrera multifacética tuya: poesía, teatro, mimo, bailaor y cantaor flamencos; además, eres pintor, he visto algunos de tus cuadros. Consecuentemente, ¿de qué modo ves tú que estas actividades influyen en tu poesía?
Desde luego hay poemas míos que son gestuales, verdaderas pantomimas. En el poema Con alas de papel, alguien abre un diario y sale volando. Y en La caja china hay cierto ilusionismo. Vi muchos ilusionistas. El poeta es un ilusionista que saca poemas de la manga.
Como he dicho, Buster Keaton ha sido para mí un maestro en poesía y en metafísica. Te sorprenderá si te digo que es el artista que más me ha enseñado en la vida. Creo que Keaton debía enseñarse en los colegios. El Royal Flush llamo yo a esas cualidades que él preconiza en sus filmes: la de estar en el lugar justo, a la hora justa, con la correcta actitud, la imaginación y el coraje. Si cumples con ello, la vida se te da como una novia. Keaton es mi maestro y mi profeta. Esto está por ahí en un poema mío.
¿Qué países y autores han tenido influencia en tu poesía y por qué?
Por razones de familia yo debería tener a España en primer lugar: mi padre era de Granada y mi madre hija de cordobeses, y yo pasé largas temporadas en España, actuando en 32 lugares del país, contando ciudades, pueblos y villas. Siento una gran admiración por Cernuda, Salinas y Lorca, entre otros del 27, pero en el sentido de una actitud mis referencia profundas son Neruda, Mistral y Vallejo. En el aspecto formal, la poesía estadounidense ha influído mucho en mí. De Elliot aprendí la impersonalidad, la ausencia del yo, y eso ocurre en gran parte de mi poesía; de Pound heredé el imagismo y aunque no no soy muy afecto a sus Cantos, "Con usura" me parece un poema magistral, cuya lectura influyó en mí. Y de Edwin. A. Robinson aprendí a transponer personajes históricos. Creo que, sin olvidar la eclosión de nuestra poesía, y de la maravilla del 27 en España, los estadounidenses han escrito la mejor literatura y poesía del Siglo XX. Si la poesía de ese país ha llegado a tan alto nivel se debe a una postura crítica frente al sistema. Robinson decía que podía hacer el plano de los lugares en Nueva York donde se podía comer gratis. Pero, atendiendo mejor a tu pregunta de cuanto aprendí en mis viajes, he de agregar los oficios que he tenido y su influencia en mi poesía. No siempre estuve en la punta de la ola. A los 16 anos me fuí de mi casa y entre otros trabajos tuve que limpiar los urinarios de un cine. 20 años después, en ese mismo cine, vi una película en la cual yo era el protagonista. Ese recorrido en la escala social, de la A a la Z y de la Z a la A, ha sido mi escuela. A los 24 años apredí a herrar caballos en Israel. Además, tuve un trabajo nocturno donde debía manejar un tractor con una metralleta en la rodillas. Eran otros tiempos y yo muy inocente. Nadie podía prever entonces el futuro nefasto.
Perdóname esta introducción un tanto extensa a mi siguiente pregunta, pero es necesario que haga este prólogo a mi pregunta para que se comprenda bien la intención de mi pregunta. ¿Vale? Pues bien, tu obra ha sido reconocida por poetas y críticos de Chile. Ignacio Valente escribió que tu poesía recuerda a la de Pound en esa cierta ágil y británica libertad para poetizar los sucesos más lejanos a la convención lírica, a Vallejo por un aire de ingenuidad arcaica e infantil en el decir, y a Cardenal en el aire bíblico o salmódico de la protesta política. Jorge Teillier escribió que, aparte de que eres un conocido mimo y actor teatral, tu poesía revela un estado de constante violencia, sarcasmo y humor negro, con influencias bien asimiladas de Pound, Cardenal y Elliot. Andrés Sabella escribió de tu agudísima visión donde el humor y el coraje de las ideas alcanzan una hermosa claridad. Juan Cameron escribió que tú eres un poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente, vinculado a la generación de Lara, Hahn, Miranda Casanova, Quezada, Pérez.
Y suma y sigue la crítica chilena con Lathrop y Muñoz Lagos, por ejemplo. Y, luego, están los críticos suecos que te alaban, como Söderberg, Swahn, Isaksson y Karlsson. Y es en Suecia donde se te ha traducido y publicado íntegramente. No obstante, en Chile estás ausente en las antologías, compilaciones, revistas, encuentros, artículos, etc. Es decir, nadie te ha pedido nada. Desapareciste. Ya te pedí disculpas por este discurso mío, así es que ahora viene la pregunta: ¿Te importa? ¿Tienes algún pensamiento al respecto?
Veo que es una pregunta difícil de hacer para ti. Pero para mí no es difícil contestarla. Creo tenerlo claro. Muy claro. Creo que la principal razón es mi ausencia fisica de Chile y el hecho de no tener allí más publicación que aquel primer libro, ya desaparecido. En segundo lugar, diría que se debe a mi total incapacidad para promoverme. Sin embargo, pienso que tengo un lugar entre los poetas de mi generación, aunque en ese "parnaso" mi asiento esté vacío. Pienso que lo más importante es tener un lugar en la poesía, estar en ella, ser de ella. Sé que se han publicado docenas de antologías del exilio, pero sólo fui incluido en la de Alfonso Freire, en 1985, que vivía en Noruega y pasaba por Malmö. Será que yo siempre he vivido en el exilio, siempre fui extranjero, sobre todo en Chile, sin que ello consistiera en sufrimiento alguno, pues yo vivo sin nostalgias, sin echar de menos. Los amores, los trabajos, y todo lo que importa en la vida, te lo llevas contigo, donde vayas, o no los tienes. El país también.
Y aquí va la más trillada de todas las preguntas, pero necesaria, creo yo: ¿de qué sirve la poesía? seguida de: ¿cómo ves tu poesía?
Sí, claro que sí, es una vieja pregunta, pero válida. Creo que la poesía es un modo de vivir, que ayuda a vivir. Pero, aún más, te daré una respuesta lateral. En la embajada sueca en Buenos Aires había 60 personas pidiendo asilo. Fui sometido a un largo interrogatorio que se interrumpió cuando el primer secretario encontró entre mis papeles la crítica que Jorge Tellier hizo a mis Pizarras del mundo. Cambió de inmediato, se disculpó por el interogatorio. Defensivo me dijo que, ante la avalancha de personas que se aprovechaban de la situación (espías, delincuentes, señoritos que querían viajar gratis a Europa), Teillier, me dijo, es su aval. Le queremos mucho, lo hemos invitado dos veces a Suecia, agregó, sin poder obtener una aceptación a nuestras invitaciones. De todos modos, lo volveremos a invitar. Bueno, ya ves, Oliver, que la poesía puede servir para algo. Te aseguro que en la calle nos estarían esperando. Y, en cuanto a lo último, te diré que, siendo muchacho, vi a un hombrecito que volteaba seis campanas a la vez, asidas las cuerdas con las manos y enlazadas en los pies, saltando y pataleando en el espacio, como una marioneta, como un saltimbanqui, o como un delfin. Nadie lo veía, excepto yo, pero todo el mundo escuchaba esa armonía. Ese toque que difundía el Angelus, que llamaba al oficio, que tocaba a fiesta y a gloria y, en ocasiones, más parco, a duelo y a muerte. Así pienso yo la poesía, que no es sólo armonía y aventar palomas.
El poeta lleva un espejo en la cabeza, decía Ferlinghetti, pero yo llevo un espejo de feria que refleja la deformidad del mundo. No me interesa la invención o la armonía que no congrega. "Líbreme Dios de inventar cosas cuando estoy cantando", escribió Neruda. Y Mistral, más hondo, escribió del "impuro pezón de la vida" Ellos por cierto me penan. El poeta no es un pequeño dios. Es un pequeño campanero que tira una cuerda cuya campana está, quizás, en el Olimpo, pero se escucha en la tierra.
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