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Volodia: la interminable pasión de vivir |
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Reynaldo Lacámara, poeta Presidente SECH Generosa y fecunda la llamada «Generación del 38». En no pocos aspectos somos lo que ellos vivieron y soñaron: pasión, fraternidad, cariño y desencuentro. Apuraron cada aspecto de la vida con la frágil urgencia del «carpe diem», pero también con la preclara intuición de los que son capaces de leer en, las entrelíneas de la historia, las promesas de un futuro siempre grávido de esperas o tareas inconclusas. Extraña y cautivadora mixtura la de aquellos jóvenes noctámbulos de infaltable, gastado y brilloso traje negro queriendo robarle al Forestal o a la noche los versos o historias que los hicieran inmortales al mismo tiempo que la humanidad les encendía el corazón de preguntas con su rostro dolorido y anhelante. No había espacio para la indiferencia. Lo fundamental de toda vida es aquello que la hace única, reconocible. Ahí radica, talvez, la tarea para cada uno de nosotros: la de hacernos reconocibles. No en un ejercicio básico y pedestre de egolatría adolescente, sino más bien en la amplitud cada vez mayor de una existencia vivida desde dentro para los demás, desde el lugar existencial, en que nuestra vocación específica nos ha ubicado. Volodia hizo carne esto desde la literatura. Logró encontrar y compartir una voz propia que hoy podemos reconocer y nombrar como una de las mayores en nuestro historial literario. Pero, sería imposible entender su aporte si no nos dejáramos cautivar también por su incansable pasión por la Justicia (con mayúscula) y por el ser humano. Pasión que lo llevó a abrazar desde joven la causa, siempre vigente y convocante, de los oprimidos, de los desposeídos. En él también aquellos encontraron una voz reconocible y solidaria que supo marcar con coherencia, compromiso y lealtad la senda irrenunciable de justicia, libertad y belleza para todos. Su pasión por el ser humano la podemos encontrar en cada página de su obra y de su vida, así como su largo amor por esta tierra cultivado también en la nostalgia activa y desafiante del exilio, cuando su voz serena y calida, desde Radio Moscú, nos invitaba a convertir cada abrazo y cada sonrisa en un gesto de rebeldía y resistencia ante la dura noche antropófaga de la Dictadura Militar. Chile le dolía. Le dolía no saber de aquellos que no quisieron o no pudieron salir, algunos se quedarían para siempre en su memoria convertidos en habitantes del dolor y la esperanza. Testigo y protagonista privilegiado de un momento en la Historia de la Humanidad que aún nos acosa con sus fantasmas e injusticias, Volodia siempre estuvo atento, vitalmente atento, a los nuevos desafíos y a las nuevas respuestas que el momento histórico nos exige. Pude comprobarlo en su última actividad pública: en la Fiesta de los Abrazos, en donde, como siempre, conversó con un público entusiasta al que escuchó y del cual internalizó, a través del diálogo, nuevos puntos de vista e incluso un aprendizaje en torno a la variedad y profundidad de los temas que Volodia mencionó en aquella inolvidable jornada. Ahora entiendo que esa fue su despedida. Parece que la hubiera elegido. Junto a los suyos, junto a los seres que siempre lo quisieron, junto a la izquierda, el Partido Comunista y su pueblo. La última vez que lo visité en compañía del poeta argentino Jorge Boccanera. Nos esperaba en su casa, puntual como siempre, junto a Jimena Pacheco. Hablamos de la nueva realidad latinoamericana, efectuó un paseo por la historia de nuestros pueblos y la unidad que desde diversas posiciones se ha logrado construir. Aún resuenan en mis oídos sus palabras llamándonos a estar atentos ante cualquier involución, pero sobre todo a estar atentos y abiertos a las nuevas posibilidades de unidad y construcción continental. En un acto cotidiano y generoso, nos regalo los últimos ejemplares en su poder de «La Guerra Interna», a Jorge y a mí el último tomo de sus memorias. Precisamente a través de sus memorias, Volodia, nos conectó de manera magistral y amena con un trozo de la historia colectiva, nuestra historia, construida entre trabajadores e intelectuales, entre alegrías y derrotas que modelan nuestra forma de ser y nos enseñan a abordar con más experiencia y menos ingenuidad las posibilidades, los desafíos del presente y futuro. Por su pluma pasaron también algunos grandes de esta Amerindia: Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, humanizados en su grandeza, pero sobre todo convertidos en rostros rejuvenecidos desde la perspectiva autorizada y creíble, es decir por esa la facultad tan escasa que sólo otorga la vida a algunos: la de escribir biografías en que el protagonista ya no es el del nombre y la foto en la portada sino la vida misma. Volodia: Por mi parte, bajo la sombra de tu gorro, estaré siempre oteando a través de tus palabras el horizonte, atento, entre laderas cubiertas de oro verde en donde el campesino espera, estaré contigo, aguardando ese tiempo dorado que soñaste y por el cual luchaste cada día de tu vida. Ese tiempo que viene a quedarse para siempre en la mesa honesta y fértil de los trabajadores. Gracias Volodia. Santiago de Chile, enero 31 de 2008 |
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