inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 8-Febrero-2008

Grageas

 

escribe Víctor Montoya

Alucinación
Ella quedó sola en medio del desierto, tras un ventarrón infernal que barrió la aldea, dejando a salvo sólo su choza hecha con ladrillos de barro y estiércol de camello.
Al día siguiente, cuando contemplaba el horizonte con los brazos apoyados en la ventana, divisó a un hombre que, acercándose cada vez más, más y más, cruzó por delante de sus ojos.
Ella lo recibió en la puerta y le preguntó:
Y tú, ¿quién eres?
Un fantasma contestó. Luego desapareció
Fue una simple alucinación se dijo. Cayó al suelo y rompió a llorar. Se revolcó y lamentó, hasta ahogarse en sus lágrimas que formaron un oasis entre las dunas del desierto.

El anarquista
El oficial, al mando del pelotón de fusilamiento, ordenó abrir fuego. Los diez disparos sonaron como uno. El anarquista, sacudido por el impacto de las balas, giró sobre sí mismo y cayó boca arriba. La sangre fluyó a borbotones por los orificios de su cuerpo, en tanto sus ojos abiertos parecían gritar: Me cago en la ostia y en la puta madre que los parió.

El cocodrilo
Cuando abrió los ojos constató que el cocodrilo de sus sueños yacía junto a él. Pegó un gritó de pavor y se levantó de un brinco. El cocodrilo cerró la mandíbula de afilados dientes y siguió soñando.

Misterio
Cuando el amor de su vida tocó la puerta, él no le vio el cuerpo, pero escuchó sus pasos avanzando hacia el interior de la casa.

El esclavo
Su rebeldía le costó la vida. Fue decapitado a machetazos y su cuerpo reducido a cenizas, para evitar que su sombra huyera como un pájaro entre las llamaradas de la hoguera.

El zorro
Penetró en el corral disfrazado de gallo y mató a las gallinas una a una; dejó un reguero de sangre y de plumas. Al ser descubierto por el granjero, se tiró al suelo y se hizo el muerto; pero el granjero, conocedor de la astucia del zorro, le apuntó con la escopeta y, pensando que era mejor un zorro muerto que un zorro en el gallinero, le desarrajó dos disparos y le quitó para siempre el disfraz de gallo.

Cristóbal Colón
El navegante genovés, ávido de riquezas y de gloria, vivió y murió sin enterarse de que su travesía hacia el poniente, como la de un pirata en alta mar, lo llevaría hacia un continente que, habiendo sido el paraíso en la Tierra, llegó a ser el infierno durante el colonialismo.

La ley de fuga
El preso se escabulló de sus captores y corrió abriéndose paso entre el gentío, mientras a sus espaldas, como acosado por un tropel de bestias uniformadas, se oían voces que atronaban en el aire: ¡Deténganlo! ¡¡Deténganlo, carajo...!! ¡¡¡Deténganlo!!! De súbito, un disparo inundó la calle y el fugitivo cayó a plomo. El capitán le pegó el tiro de gracia en la nuca. Volteó el cadáver con el pie, lo miró con infinito desprecio y dijo: ¡Por fin le apliqué la ley de fuga a este subversivo de mierda!

El domador
Cuando despertó de su pesadilla, encerrado en una jaula de barras salpicadas de sangre, tenía el traje en jirones, el látigo alrededor del cuello y las extremidades descarnadas por las dentelladas del tigre.

Metamorfosis
Al fin se cumplió su deseo. Se transformó en sirena y, ¡plaf-plaf!, se metió en la mar.

El alpinista
Alcanzó la cima más elevada de la montaña. Miró el vacío que se abría a sus pies y se lanzó en honor a su hazaña. El eco de su grito rodó entre las peñas y su cuerpo, precipitándose como una piedra, se fue achicando, achicando y achicando. Se hizo un puntito negro y luego nada.

Último deseo
A la hora de su muerte, deseó que lo incineraran y arrojaran sus cenizas en un parque de perros, pero para evitar que los mejores amigos del hombre levantaran la pata en el lugar, pidió también colocar una lápida con una inscripción que diga: ¡Prohibido mear!

Golpe de Estado
En un país ingobernable, donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada, el mandatario perdió la silla presidencial por bailar morenada en el Carnaval. Cuando pasó la fiesta y reclamó que le devolvieran el mando, sus adversarios golpistas, entre ruidos de sables y fusiles, le gritaron al unísono: ¡Quien va por semilla, pierde su silla!.

Acoso textual
El periodista es un acosador textual en potencia; acosa a las palabras con agujeros, las desnuda hasta su morfología y las cuelga en las columnas de un diario, donde el acoso a las palabras termina en noticia.

El susto
El cinéfilo de mi pueblo, con los nervios en punta y comiéndose las uñas, cuenta que en las películas de terror, el gustito está en el susto.

Estructuras profundas del idioma
Había una vez un gusano, el gusano estaba en la manzana, la manzana estaba en el frutero, el frutero estaba en la mesa, la mesa estaba en el comedor, el comedor estaba en la casa, la casa estaba en la calle, la calle estaba en el barrio, el barrio estaba en el pueblo,...

La mofa
¿Cómo te fue, mi amor? le preguntó el marido, apenas ella cruzó la puerta.
Como de costumbre contestó con voz quebrada. Cuando llegué al trabajo encontré sobre mi escritorio una nota que decía: ¡Muérete, hija de puta!. Era el mismo puño y letra de siempre. Durante el almuerzo, uno escupió en mi plato y otro escupió en mi taza. Me cerré en el baño y lloré en silencio. Después me miraron con desprecio, me llamaron tres veces puta, dos veces inútil y una vez gorda. Por lo demás, todo transcurrió como de costumbre.
Las palabras de su mujer, pronunciadas con un dejo de tristeza, le atravesaron el corazón como lanzas. Se quedó mudo y el silencio inundó la casa



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