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Un reencuentro con la Quimera del Oro |
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escribe Ernesto Joaniquina Hidalgo
Lo bueno que tienen los canales estatales suecos en su difusión es de acertar con mucho criterio las joyas del séptimo arte en su programación como «La quimera del oro» y «Tiempos modernos» de Charles Chaplin que las pasaron recientemente. Los vientos glaciales de Alaska fustigan aún más el hipotérmico y flácido cuerpo de Charlot, un vagabundo que cual judío errante peregrinaba por esas gélidas estepas en busca de fortuna en aquella época de «La quimera del oro» (The Gold Rush) de 1925. Una alegoría a esa eterna lucha de los hombres por descubrir el sueño dorado, esa obsesionada avidez hacia la fortuna pero como no todo lo que brilla es oro, los gajes del oficio tienen un innumerable correlato de desazones y tormentos. Como cuando no se puede ser displicente con el hambre y para distraer a esas desalmadas tripas que ya llevaban días sin probar nada y rasgaban el filo de la locura, Charlot (que conocía él mismo el hambre) recurre a la imaginación más sublime priorizando a la sazón las necesidades existenciales, sacrifica uno de sus zapatos y los pone a hervir. Para luego comérselo parsimoniosamente; sus cordones eran enroscados con el tenedor, degustando en simulacro de espagueti y los clavos de su zapato chupados como los huesos de un suculento pavo imaginario de diciembre. Esta película fue considerada como uno de sus mejores aportes al cine mudo de Charles Spencer Chaplin. Como director y actor tuvo el mágico don de comunicarse con su público mediante el lenguaje de la imagen y relatar esa desgarradora injusticia social que se sentía por la arrogancia del poder económico, en una verdadera producción cinematográfica de denuncia pero sin perder el carisma y el poder del humor del personaje. Cualidad humana plasmada en el arte del celuloide junto a sus demás obras maestras, de las cuales tres se quedaron grabadas en mi retina, «Luces de la ciudad» (City Lights de 1931), «Tiempos modernos» (Modern times de 1936) y esta última que ocupa esta nota, «La quimera del oro». Chaplin de origen humilde nacido en los arrabales de Walworth, Londres el 16 de abril de 1889 sintió de cerca las vicisitudes de la pobreza. Desde su tierna edad experimentó la inclinación por las candilejas y no tardó en llegar el día en mostrar sus innatos dotes. En su biografía él cuenta que a la edad de cinco años tuvo que sustituir a la madre que había caído enferma y tras bambalinas, sintió el apoyo del padre para salir al escenario. Así el pequeño Charles debutaba cantando una vieja canción «Jack Jones». Desde entonces se apoderó del escenario y conquistó laureles por su prolijo trabajo, tanto en Europa como en Estados Unidos. Y a la vez poniendo en vilo y conturbando con sus películas el sueño del sistema de los Rockefeller y de ese monstruoso aparato de hacer fortunas con el sudor de los parias reclutados en manadas bajo los barrotes y los fierros de las industrias. Pese al circunstancial itinerario de su vida, estos rodajes pasaron a la posteridad y a más de medio siglo están más vigentes porque el mismo sistema inhumano al que cuestionaba, sigue tozudamente fabricando más hambre, más niños abandonados como «El Chico» de su película rodada en 1921. Al mismo tiempo estas realidades son materia prima y desafío para los artistas y trabajadores del séptimo arte en interpretar la causa de los vulnerables. Recuerdo que allá por el 1969, año en que surgía la televisión estatal en Bolivia y era dispendioso el pequeño receptor, un filántropo jesuita con la proyectora de cine al hombro nos llevaba el cine a nuestro parque del barrio Minero de San José proyectando en el muro de adobe sin techo y que nunca se terminó de construir, las imágenes en movimiento que encandilaron nuestras vistas. Entre estas películas estaban las joyas cinematográficas de Chaplin. Charlot vestido de chaquetilla corta con corbata y cuello postizo y un singular sombrero hongo, jubón de fantasía, pantalón espacioso, con chapines caprichosamente largos y su peculiar andar de pingüino, nos deleitaba y a la vez nos recordaba la explotación sin fruncir el ceño, sin perder la sonrisa que es el arma más fuerte que el acero a la hora de la sabiduría. Chaplin se llevó muchos elogios y encomios a lo largo de su vida como la inspiración que le dedicaba en sus poemas y notas el vate peruano César Vallejo o los análisis acuciosos desde la vertiente rebelde de José Carlos Mariátegui respecto al vagabundo de Charlot y lo cierto es que este personaje que infunde inspiración está ahí vivo en sus imágenes y ademanes. O tal vez en ese sugestivo y risueño gesto de su sonrisa que la heredaron sus hijas o estuvo presente con Geraldine Chaplin su hija mayor, cuando la veíamos en noviembre del 1992 en Bolivia rodando la película junto a Jorge Sanjinés «Para recibir el canto de los pájaros» o en los cineastas tercermundistas que con altruismo llevan a cuestas el cine de denuncia frente al monopolio mercantilista de Hollywood. Chaplin está presente en la Declaración de Yotala en Sucre suscrita por 18 artistas y amantes del arte visual de Latinoamérica reunidos el 21 y 22 de agosto del 2007 que decían: «Unidos vamos lejos y separados nos vamos a la mierda y terminamos aceptando las migajas de producciones decididas en escritorios demasiado lejanos a nuestras realidades (...) creemos que es posible hacer cine en América Latina en modo eficaz, de alta calidad y con una idea solidaria.» Finalmente Charlot testé presente también en la afirmación que hizo Oliver Stone, director de Pelotón y Nacido el 4 de Julio, a la BBC de Londres el jueves 17 de enero pasado que : «las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia mantiene una lucha desesperada contra un gobierno muy fuerte, arropado por Estados Unidos. Lo que Chávez está proponiendo hacer es poner a las FARC sobre la mesa, como se hizo en Inglaterra con el Ejército Republicano Irlandés (IRA) o como se hizo con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)», afirmaba. Lo cierto es que Charlot como vagabundo que es sigue recorriendo este mundo y de rato en rato nos da campanazos de cociencia y nos recuerda que: luz, cámara y acción son indisolubles al paso del tiempo. |
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