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Perfil del ciudadano sueco |
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escribe Víctor Rojas Los ciudadanos suecos siempre han procurado llevarle la contraria al resto del mundo. Comen papas con jalea y avisan en voz alta que van al baño. Aman y desaman sin invocar las musas de la tragedia. Son pacifistas a morir que venden armas al mejor postor. Cuando están tristes y lloran las lágrimas las derraman por dentro. El único pecado capital que cometen, en sano juicio, es el de la envidia. Pero cuando están borrachos se olvidan de que no hay que desear a la mujer del prójimo. Nada en la vida les es trascendental pero todo lo toman en serio. Hasta las bromas. Saludan con mucha alharaca, derroche de alegría y mirada viva cuando hacen la visita. Pero en la calle ponen la mirada como si dos días atrás hubieran muerto y la clavan en el piso o la pierden en la distancia. Y sin más ni menos siguen de largo. Aún están convencidos que la única manera de volver al Paraíso es ganándose el pan de la vida con el sudor de la frente. A sus ídolos los elevan lo más alto que se pueda. Y un poquito más. Luego se sientan a esperar que caigan con estrépito. No pueden vivir sin un bosque al lado y un laguito en la cercanía. La mujer sueca se afana por aprender desde joven a caminar como los caballos ardeneses, para no levantar miradas obscenas. Cuando se ponen furiosos nombran al diablo. Y esa es la mayor de las groserías, la que hiere de muerte cuando se escucha. Los suecos tienen por lema que si se tiene hay que ahorrar. Y si no se tiene también. Han hecho de sus claros ojos la morada de la ternura. Viven renegando del frío pero se deprimen cuando no cae nieve. Siempre van a lo que van. Y son tan ingeniosos que hasta se inventan la necesidad. Obedecen ciegamente a un decálogo casero: -No creas que eres alguien. -No creas que eres igual de bueno a los demás. -No creas que eres más inteligente que los demás. -No creas que eres mejor que los demás. -No creas que sabes más que los demás. -No creas que eres más que los demás. -No creas que eres apto para algo. -No te rías de nosotros. -No creas que los demás se preocuparán por ti. -No creas que puedes enseñarles algo a los demás. Pero quienes más nadan contra la corriente son los ciudadanos anarcosindicalistas. Ellos brillan por su disciplina organizativa. Su movimiento está debidamente autorizado y los libros de contabilidad de la organización son llevados con abuso de transparencia. Estos rubios admiradores de Bakunin le piden permiso a la policía para hacer sus manifestaciones. Y son unos eternos arrepentidos de alguna vez, en aquellos tiempos caóticos, haber tirado alguna bomba o una piedra. El más osado de ellos, Anton Nilsson, murió de canas, atendido por hermosas samaritanas en un confortable ancianato. Los viejos anarquistas de Suecia son confesos ateos que siguen rigurosamente la moral luterana. A nadie le desean el mal, ni siquiera a los déspotas. ¿Y los comunistas suecos? Es para rascarse la cabeza. Lo único clandestino que tienen son los deseos de llegar a la jubilación con una buena mesada. Las células del Partido sirven hoy en día para aprender a bailar salsa cubana. Y las únicas estrellas importantes para los marxistas, son la de los hoteles donde se van a llevar a cabo los congresos. El deber sagrado de todo buen comunista es pagar a tiempo sus impuestos. ¿Y las autoridades suecas? Son muy honestas, le anuncian a sus requeridos la hora y el día en que los van a sorprender con las manos en la masa. Es preferible no tratar de entender porqué la televisión pasa avisos advirtiendo cuales días y a qué horas se hará control del pago del usufructo de televisión. Lo más increíble es que quienes no han pagado la respectiva licencia, ese día prenden el televisor a la hora anunciada. La consigna: ¡Honestidad o morir!, no se grita, se practica. Pero más enredada se pone la pita al echarle una mirada a los camposantos suecos. El de los humanos está lleno de rústicas piedras labradas. El de los animales domésticos, sobretodo perros y gatos, está adornado con cruces, y es el más visitado el día de los muertos. Caso aparte, en ese arte de llevar la contraria, es el de los delincuentes. ¡No mentiras en los tribunales!, así es como interpretan el octavo mandamiento de la ley de Dios. Y cuando son condenados a prisión, se van cabizbajos para sus casas, arreglan lo que tienen que arreglar y luego, se van con la sentencia en la mano a cualquier cárcel del país a rogar que los dejen entrar a cumplir la pena. Son tan propensos los suecos a llevar la contraria que mientras los campesinos pobres de otros países aprendían las artes de la emboscada, acá se dedicaban a aprender por sí mismos a leer y a escribir. Querían hacer la revolución con libros. ¡Y nadando contra esa fuerte corriente lo lograron! Pero no sólo eso, sino que de paso inventaron el tercer camino, la alternativa a la economía de mercado y a la economía planificada. El hogar del pueblo, llamaron su propuesta política que garantizaba techo, comida y dientes sin caries para todos. ¿Y los millonarios? Se van al extranjero, a matar el aburrimiento pues Suecia es demasiado parecida a cómo dicen que es el Edén. |
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