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Los Sauces de la Colina |
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escribe Juan Cameron Desafiando la intolerancia dominante y el poco sentido crítico de esta sociedad, André Jouffé publica Los sauces de la colina, una crónica de su tratamiento de desintoxicación alcohólica en un establecimiento de Colina, Chile. La osadía le significó una vez más la cesantía y su reciente partida hacia Punta Arenas, en el extremo sur chileno. Al leer a André Jouffé no es difícil estar de acuerdo con todos los aspectos de su trabajo. Y aunque resulte un tanto incomprensible, así es en verdad. Porque el periodista de espectáculos, y anterior encargado de relaciones culturales de la Universidad San Sebastián, tiene muñeca para escribir y su ojo profesional capta bien el instante y el escenario donde la situación ocurre. Este doble juego escritural, entre quien registra el hecho para comunicarlo de inmediato y el de quien lo cita como recurso de una creación a más largo plazo, le entrega los elementos para construir un relato ameno, creíble y de fluida lectura. Los Sauces de la Colina es una crónica fragmentada cuyos capítulos, breves e intensos, van construyendo el entorno necesario para complicidad y simpatía del lector. Y este teatro de operaciones -donde el relato funciona- es un centro de rehabilitación para drogradictos y alcohólicos en cuyas instalaciones el autor estuvo internado en el curso del año 2006. Este dato se difiere de su declaración de estar pronto a cumplir los sesenta de su edad. Hay varias cuestiones a destacar en este libro. Desde ya, se induce que la edición estuvo a cargo del Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (CONACE) como medio testimonial y de difusión. En este caso existe una clara intención de carácter pedagógico y ejemplarizador transmitido por el autor a quienes sean capaces de escuchar (de escuchar esa vocecita interna que nos lee los libros y despierta nuestra conciencia en el silencio). Si esa fue la idea del organismo estatal, me parece correcta y de mutuo beneficio. Pero también es manifiesta la actitud del escritor de dar cuenta de su propia existencia a través del ejercicio de escribir. Muchas veces ocurre que, al hacer un comentario, una crítica, un reportaje, se está dando cuenta en ese gesto de la propia actividad sobre este mundo. Y esas mismas veces, también, quien escribe recibe quejas, tirones de oreja, disfrazadas recriminaciones por que tal o cual receptor se siente olvidado, no mencionado u, derechamente, mal describo en cuanto a su carácter, sus hechos o sus dichos. Esto, a todas luces, es un error. Porque el cronista se retrata en sus crónicas y en verdad a quien debe dar respuestas es solamente al Creador; o al Tiempo; o a quien sea. Esto es muy evidente en Jouffé. En Pinkas y Gabrielle, por ejemplo, establece las marcas de la sangre y de la errancia para determinar sus verdaderas raíces. Cualquier psicólogo avalaría estas claves. En El lado B de los escritores da cuenta de sus relaciones o vínculos con sus colegas. Y ahora, generosamente relata su propia Montaña Mágica, ahora en Colina, Chile, confesándonos cierta adicción al alcohol que, por lo demás, acom-paña coma musa la extensa vida social impuesta por el oficio. Y lo hace con herramientas de clara intención literaria como lo son, más allá de las figuras retóricas que uno suele encontrar cuando lo quiere, con ironía, con tendrá, con un profundo sentimiento de solida-ridad humana. Nos habla por ejemplo de la de-mocracia del dolor; de esa igualdad impuesta por la fuerza de las cir-cunstancias que nos impele a acu-dir en auxilio del caído; como tam-bién a responder a quien pide en la soledad de este exilio interior que viene a ser la internación en una recinto de este tipo. Pequeñas acua-relas van señalando, a partir de un boceto, los caracteres de persona-jes -personas reales por cierto- que se humanizan en estas páginas. Ale, el interno celador, Marina, la cocinera, los habitantes de esta is-la errante en el tiempo -que son mu-chos y pasan como los días- cons-truyen en el recién llegado, tanto como los fragmentos hacen al libro, un sentido y un estar para su nuevo nacimiento. Iniciación o limpieza, no todos serán capaces de soportar este paso. Como a menudo se sos-tiene en los textos especializados, muchos son los llamados pero po-cos los elegidos. Y de ello nos da cuenta, en forma valiente o atrevida André Jouffé. Pero más allá del hecho literario o del terapéutico de este texto, nuestro autor señala una verdad intensa, dura, de carácter filosófico, a la que, en términos chilenos, le hacemos el quite. Y es que cada individuo se encuentra solo en el mundo. Este ser único e irreempla-zable, y no la familia, constituye la mínima unidad en la sociedad. Tal soledad, al parecer, es el elemento germinador de a fraternidad y que lleva, en definitiva, hacia el amor. Cada sujeto viene a ser uno más, como aquellos del hospicio de Coli-na, en busca de alguna explicación o respuesta acerca del sentido de la vida. Al menos, tal es la enseñan-za que esta lectura, una rápida lec-tura, deja. Para el autor queda una más. Le reitera que la intolerancia nacional y la poca visión de ciertos patrones no perdona este tipo de «debilida-des». Jouffé se despide con una amplia sonrisa; y emprende vuelo hacia la sureña Punta Arenas. Des-de allí, cubata en la mano, me tele-fonea agradeciendo la presenta-ción de su obra en la Feria del Libro de Viña del Mar. La ficha de André Jouffé es ex-tensa. Periodista desde hace cuatro décadas, ha publicado Café Voltai-re (ensayo sobre el Dadá, 1976), El fin de la dinastía Somoza (1978), My beautiful people (1982), Mis encuentros con la oposición (1983), El diario del fin del mundo (novela, 1986), Las piernas de Ma-riana (1992), Bye Bye París (cró-nicas, 1997), Primeras damas (1999), Relatos eróticos, del medio-filo y siúticos (2001), Como amar a Pamela Jiles (2003), Tomás Wells, un artista provocador (2004), El lado B de los escritores (2005) Yu-raseck, el estúpido asesinato de un triunfador (2006), La otra his-toria de Pinkas y Gabrielle (2006) y este reciente Los Sauces de Co-lina (2007). Agregado de prensa de la Embajada de Chile en Francia, entre 1994 y 2000, fue declarado Caballero de la Legión de Honor en el país galo. |
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