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Un artífice del modernismo literario |
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escribe Víctor Montoya
El poeta Ricardo Jaimes Freyre (1868 1933), hijo del destacado escritor potosino Julio Lucas Jaimes y de la escritora peruana Carolina Freyre, nació en el consulado boliviano de Tacna, donde su padre ejercía como diplomático. Inició su obra poética en Argentina, país en el cual pasó gran parte de su vida. En 1901, se instaló en Tucumán para desempeñar tareas culturales, universitarias y periodísticas por el lapso de veinte años. Fue redactor del diario El País y dirigió la Revista de Letras y Ciencias Sociales, una propuesta única y vanguardista en su época. Sus biógrafos aseveran que este hombre de personalidad cautivante, de mostachos erguidos y melena alborotada, se convirtió en un personaje singular en la vida cultural tucumana no sólo porque lucía una capa española y un sombrero alón, sino también por el timbre de su voz que lo destacaba como un declamador de primera línea. Se dice que fue un talentoso orador, cuya retórica, hecha a la medida de sus dotes de poeta y al magistral manejo de sus ideas, dejaba pasmados a los hombres de letras y a los políticos acostumbrados a los debates más exquisitos en los recintos parlamentarios. Años más tarde, motivado por la actividad política, las ideas socialistas y las concepciones anticlericales, James Freyre retornó a Bolivia dispuesto a trabajar por el bienestar del país andino, pues pertenecía -y pertenece- a esa categoría de seres que, además de tener una alta sensibilidad por los asuntos humanos, poseen un caudal intelectual que les permite visualizar los entretelones de la vida social, donde está presente el drama cotidiano de quienes no tienen acceso a los privilegios de las clases dominantes. Colaboró con el presidente republicano Bautista Saavedra. Ejerció los cargos de ministro, canciller, diputado y diplomático en México, Chile, Estados Unidos y Brasil. En 1926, fue candidato a la presidencia de la República; pero, al ser elegido Hernando Siles, con quien estuvo en desacuerdo sobre el rumbo que debía tomar el país, renunció a su cargo diplomático y volvió a establecerse en Buenos Aires hasta el día de su muerte. El 8 de noviembre de 1933, sus restos, junto a los de su padre, fueron trasladados a Potosí, para ser depositados en la Catedral de la ciudad, con los honores que ameritan a los hombres cuyos aportes son indiscutibles en las naciones iluminadas por sus obras y sus ideas. Ricardo Jaimes Freyre, dueño de una fulgurante personalidad y un estilo literario inconfundible, está considerado como el primer poeta boliviano de relieve continental. Tuvo el mérito histórico de haber sido uno de los artífices del movimiento modernista en América, pero también un maestro en el manejo del lenguaje rítmico y la métrica en el arte de la versificación castellana. Su afamado poemario Castalia Bárbara (1899), además de reafirmar su talento y sus conocimientos de las estructuras rítmicas del lenguaje, marcó un hito en la poesía iberoamericana por su evidente pasión y su honda emoción humana. En sus versos, cargados de simbolismos y finas metáforas, trasciende su filosofía, su fantasía y su interés por los mitos de la tradición oral escandinava. Leopoldo Lugones, en el meditado prólogo del libro, confirma la propuesta estética de su amigo y colega: Todo poema consta de tres elementos internos o de concepción: la idea, el sentimiento y la proporción; y, de tres externos o de realización: la perspectiva, la metáfora y el ritmo (...) Se quiere que cada verso sea un diamante cuyas facetas produzcan fulguraciones diversas a la vez. Por esto la reforma en el ritmo, en la perspectiva, en la metáfora -los nuevos modos de decir adaptados a los nuevos modos de pensar. Castalia bárbara presenta trece composiciones, precedidas por el poema Siempre. El autor, en su afán de narrar de manera épica las sagas de la mitología y el paganismo nórdicos, exalta la violencia y el heroísmo en un Olimpo bárbaro; una realidad que, por ser lejana y extraña a su medio, se torna en fantástica y misteriosa. Es aquí donde el lector, en medio de la furia y la belleza, se encuentra con paisajes que exhiben mares de olas encrespadas, noches de hielo, oscuros bosques y tierras envueltas en sangre y nieve, donde se oyen los aullidos de los lobos y el raudo vuelo de los cuervos sobre los pinos solitarios. En el paraíso o Walhalla, cuya cosmogonía es propia de la invención popular, aparecen personajes de cabelleras blondas como los elfos, las hadas y valquirias; héroes con alma guerrera y montados en negros caballos, blandiendo lanzas y espadas, y cubriéndose el pecho con escudos. Los versos dejan constancia de la omnipresencia de Odín y sus cuervos, la belleza de Freiya y el heroísmo de Thor, dios del trueno y la guerra, quien, conduciendo una carreta tirada por machos cabríos voladores, se enfrenta en las batallas con su martillo mágico. Castalia bárbara, junto con Prosas profanas (1896) de Rubén Darío y Las montañas de oro (1897) de Leopoldo Lugones, está considerada como una de las piezas claves para comprender las visiones de un movimiento literario que coincidió con el pujante desarrollo de algunas ciudades latinoamericanas que, aparte de tornarse en cosmopolitas, intensificaron sus relaciones comerciales y culturales con la Europa de principios del siglo pasado. Por mucho de que su obra poética, a diferencia de su prosa, sea breve en extensión -en el lapso de casi veinte años publicó sólo libros de poesía: Castalia bárbara y Los sueños son vida-, nadie pone en duda de que sus teorías planteadas en Leyes de la versificación castellana, han contribuido a perpetuar la genialidad de Ricardo Jaimes Freyre, considerado uno de los poetas iberoamericanos más grandes del siglo XX. |
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