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Mártires y misterios

 

escribe Víctor Montoya

La libertad
En el territorio de los inmortales se cruzaron dos hombres. El primero, montado a caballo, lucía espada al cinto y vestía uniforme de militar, casaca bordada y charreteras de general. El segundo, de barba y melena rebeldes, estaba enfundado en un uniforme de campaña; llevaba mochila, fusil al hombro, pipa encendida y boina con una estrellita roja en la frente.

Al hacer un alto en el camino, no se hablaron ni se miraron, hasta que el segundo, la voz asmática y el cuerpo acribillado a tiros, le preguntó al primero el porqué estaba allí.

Estoy aquí contestó agotado tras un largo viaje, porque juré liberar a las naciones americanas del colonialismo español. Fundé cinco repúblicas, pero la traición y la enfermedad acabaron con mi vida a los 47 años de edad. ¿Y tú?

Porque quise liberar a esas mismas naciones de otro imperio más poderoso. Intenté encender la chispa de revolución continental, pero la muerte, fuera de combate y a los 39 años de edad, se me anticipó a la victoria final.

La libertad no conoce espadas ni balas que la maten le consoló. Y nuestros ideales de forjar una Patria Grande, donde todos vivan hermanados por la libertad, hoy se hacen realidad.

A todo esto dijo el que estaba de pie, haciendo humear la pipa, ya sé quien eres, mi general; pero me gustaría que lo dijeras tú mismo.
El jinete tendió la mirada en el horizonte, sujetó las riendas del caballo y prosiguió su camino.

El tigre de Bengala
En un cuadro hindú, donde destacaban las frondas de los árboles, las aguas de una cascada y los colores de una explosión de flores y de aves, asomaba por el ángulo inferior izquierdo la cabeza de un tigre de Bengala, como si acechara a su presa agazapado en la maleza.

Cuando le clavé la mirada en sus azulinos ojos, el animal comenzó a moverse enseñándome los colmillos. Su musculatura vibraba a cada paso y su cola hacía ondas en el aire, mientras las rayas negras en su pelaje de color naranja, que parecían serpientes venenosas alrededor de su cuerpo, se imponían en la naturaleza salvaje, provocándome una sensación de peligro y de belleza.

Después se alejó sigilosamente hacía el centro del cuadro, donde había una pequeña abertura por la cual se deslizó con agilidad felina. Lo extraño es que, ante mi atónita mirada, la pintura se vació por la misma abertura por donde desapareció el tigre.

Al poco rato, del cuadro no quedó nada, salvo un lienzo en blanco y unos marcos de bambú atravesados de lado a lado.

El sueño de Atahuallpa
El soberano del imperio incaico, antes de que fuese conducido al patíbulo y el torniquete le partiera la nuca, soñó que Túpac Katari acorraló a Nuestra Señora de La Paz y clamó justicia y libertad, hasta el día en que, traicionado como Cristo por uno de los suyos, cayó a merced de sus enemigos.

Soñó que Túpac Katari estaba en un sombrío calabozo, frente a su interrogador, quien lo torturaba y le pedía los nombres de los principales cómplices de la rebelión. El caudillo indio lo miró con desprecio y nada le contestó. Entonces los realistas, tras coronarle con una gorra de espinas y pasearlo por las calles en actitud de escarnio, dictaron su sentencia de muerte por descuartizamiento: lo amarraron de pies y manos a la cincha de cuatro caballos, mientras un gritó retumbaba en los cuatro Suyos: «¡A mí sólo me matan, pero volveré y seré millones, carajo!.

El sueño de Atahuallpa fue premonitorio. Así como soñó que los restos de Túpac Katari fueron reducidos a cenizas y las cenizas esparcidas al viento, soñó también que el antiguo imperio de los hijos del sol, quienes compartían los lemas de Ama Suwa (no robar), Ama Llulla (no mentir) y Ama Qhella (no ser ocioso), volvería a ser como antes: la Pachamama prometida por Manco Cápac y Mama Ocllo.

La veleta del diablo
La veleta que había en la torre de la iglesia, ubicada frente a mi casa, tenía un caballito al trote sobre la flecha herrumbrosa. Los curas decían que apareció como por milagro, no sólo para indicar el cambio del clima y la dirección del viento, sino también para ahuyentar a los espíritus malignos que, en las noches sin luna ni estrellas, se robaban a las mujeres jóvenes y a los niños desobedientes.

Quizás por eso, toda vez que los vientos corrían aullando como lobos lastimeros, no podía conciliar el sueño.

Me levantaba de la cama, con el corazón agitado por el miedo, y me asomaba a la ventana desde donde podía divisar la veleta recortada contra el cielo.

Cuando los vientos del sur cruzaban por el pueblo, arrojando arena contra las puertas y haciendo silbar el fallo de los techos, el caballito de la veleta, como picado por las espuelas del diablo, parecía galopar a rienda suelta con las crines tendidas al viento.

Esa visión insólita, la única que aún recuerdo con cierto temor, me acompañó durante la infancia, hasta que un día, al fijarme en la torre por casualidad, no vi la veleta en su lugar. Los curas dijeron que desapareció como por ensalmo. Nadie sabía lo qué pasó, salvo un devoto que, poniéndose de pie entre los feligreses y atribuyéndose el rol de testigo ocular del caso, confesó que la veleta se llevó el diablo, quien, montado a horcajadas en el caballito, que de pronto adquirió dimensiones naturales, avanzó a galope tendido contra el viento que azotaba su rostro. Y, a modo de dar mayor aplomo a sus palabras, añadió que el diablo iba vestido con traje oscuro, botas charoladas, sombrero alón y capa de tres cuartas.

Desde entonces, en el pueblo nadie más sabía en qué dirección soplaban los vientos, hasta que otro día, cansados de vivir en la incertidumbre, colocaron otra veleta en la torre de la iglesia, pero esta vez con un crucifijo de aluminio para evitar la presencia del diablo, aunque yo, con la intuición de todo niño precoz, siempre sospeché que la primera veleta habida en la torre de la iglesia, a lo largo de muchos años y enfrente de la ventana de mi cuarto, no era una veleta que apareció como por milagro para medir la dirección del viento y ahuyentar a los espíritus malignos, sino la veleta que puso el diablo para orientarse en su paso rumbo a los dominios del infierno



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