inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 30-Noviembre-2007

Aparición de un joven poeta
Suburbios del olvidado

 

escribe Juan Cameron

Con el auspicio de su establecimiento y el apoyo de su profesor de Castellano, el estudiante secundario Gabriel Manzur presenta Suburbios del olvidado. Sorprende al conocedor el desarrollo de su escritura y el manejo del lenguaje mostrado en este poemario inicial.

En la más joven poesía de la región de Valparaíso se destacan varios nombres con una interesante primera obra. Entre los nacidos en la década de los ochenta podemos mencionar a Karen Toro (1980), Nicolás Miquea González (1981), Francisco Quiroz (1982), Cristóbal Sepúlveda (1983), Alberto Cecereu (1986) y Juan Urzúa (1987). De aquellos, sin lugar a dudas, Toro y Cecereu son las voces más prominentes de la generación. A esta pequeña lista de ya editados se agrega ahora Gabriel Manzur, con Suburbios del olvidado, edición auspiciada por el Colegio Mackay, de Viña del Mar, institución donde el joven poeta termina su enseñanza secundaria.

Es importante citar a los autores y sus obras por varias razones. En primer lugar porque la poesía, a pesar de los embates de las generaciones que van apareciendo y se declaran fundadores del género, circula sobre una tradición reiterada siempre por la lengua, la literatura más local y la cultura inmediata al alcance de los poetas; y de aquello precisamente hablan Y además porque si bien muchos de los usualmente citados pueden quedar en el camino -las más recientes promociones en Chile son generosas en estas deserciones- algunos van a inscribirse sin embargo en las listas patrias. Y estos escritores se reconocen porque, desde el mismo germen o instante en el que se manifiestan, indican una clara comprensión de la poesía.

Es sabido, por los relatos biográficos de los propios escritores, que este ejercicio comienza desde la infancia y se manifiesta través de una profunda y definitiva preocupación por el misterio del lenguaje, de la palabra, de lo que las cosas significan. Muchas veces sin saberlo -puesto que no se habrán de iniciar en tales ocultas ciencias sino hasta cerca de la madurez- el niño que ha sido se inquiere, al comenzar su aprendizaje de lectura, sobre cuestiones pertenecientes exclusivamente al territorio de la Lingüística. Es allí, a los cuatro o los cinco de edad es cuando manifiesta por primera vez el poeta que aunque, en la mayoría de los casos, no se comienza a escribir poesía sino un lustro después. También Gabriel Manzur indica haber comenzado a hacerlo a los once años de edad.

No debe ser entonces una sorpresa el apreciar el desarrollo de Manzur en su escritura. Están por cierto presentes las indicaciones de Patricio Morales, su profesor, quien prologa la edición estudiantil. Con todo, una revisión de este oficio desde una perspectiva más técnica, señala la necesidad de corregir algunos versos en uno u otro sentido, ya sea por economía de lenguaje o por fluidez del discurso o, tal vez, para conciliar un juego de consonantes con determinadas aplicaciones en el texto. Pero en todo caso se trata de diferencias de estilo y este joven poeta navega bien en esas corrientes donde sonido y el sentido corresponden a una respiración personal. En síntesis, es claro que Manzur tiene una vinculación con el lenguaje que viene desde muy atrás y, quizás, antes de su escritura.

El título del volumen es bastante acertado, justamente por su amplitud de significados y por su riqueza semántica. La mirada del autor parte desde un centro hacia la periferia; desde la plaza mayor hacia las marcas. Bajo el concepto de suburbio o barrio alejado se indica un lugar donde la vida no ocurre con la misma intensidad o importancia como sucede con otros sectores más favorecidos del mismo territorio. A esta idea de lejanía contribuye también el sustantivo olvidado. El poeta juega con este término ubicándolo en un función gramatical distinta y distante de su actividad calificadora inicial. El olvidado pasa a ser una cosa, un ente objetivado que, muy a trasmano, no existe ya en la memoria colectiva. Manzur ocupa estas acepciones, de lugar y de individuo, en todas las significaciones que el cruce de ambos elementos permite: el ya indicado, los márgenes intelectuales de un sujeto olvidado (que a su vez está en el centro), los territorios donde yace «lo olvidado» (para los efectos el título suena igual), porque la polisemia es una función natural que exige a cada poeta.

La toponimia, o señalización del espacio indicado -la periferia- permite a su vez instalar en la imaginación del lector el escenario del lar materno, el lugar y tiempo de la crianza, la nutriente savia que alimenta el recuerdo a través del amor. Allí se ubica la figura de los mayores; y así lo dice: «el cobre mío siempre/ la lámpara mía/ siempre mi bandera más oculta/ mi tierra firme». Todo presente se sustenta en el pasado: somos cuanto hemos sido, mejores o peores; pero los mismos. La simbología del mirlo, del colibrí, del sauce va por ese camino: el de la memoria y el de la necesidad de reconstruirla.

El verdadero poeta tiene conciencia de «lo poético» en la poesía. Y no necesariamente porque hable de aquello como un motivo en el texto. Esta preocupación es intensa y aparece en forma reiterada en la obra de cada autor reconocido y en diversas etapas de su existencia. Manzur ilustra estos comienzos: «Improviso esta voz/ e improviso este poema/ y saludo precariamente a la luz/ como una planta demasiado pequeña para tenerla». O, dicho de otra manera, no soy digno de este oficio maravilloso porque la magnificencia del lenguaje humano es una responsabilidad que me supera. Tener la luz, dominar la luz o simplemente conocerla es una tarea que nos llevará toda la vida. Y se trata de una de las más intensas preocupaciones del poeta.

Resulta muy satisfactorio conocer la escritura de quienes se inician, como en el caso de Gabriel Manzur. No es un camino fácil el de las letras; aunque entrega, y lo habrá de saber este autor, inmensas satisfacciones; entre ellas interpretar el mundo para si mismo y conocerlo físicamente. Y eso no es poco. Pero se habrá de tener siempre presente la sentencia del Dante: «Pierde toda esperanza/ tú que entras».

Gabriel Manzur Martins, de padre chileno y madre brasileña, nació en Rio de Janeiro, en 1989. Es miembro del Taller de La Sebastiana de la Fundación Pablo Neruda en Valparaíso y, en el año 2006, obtuvo el premio del Concurso de Poesía de la Universidad Adolfo Ibáñez.



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