|
||||||
Acerca de un encuentro de escritores |
||||||
escribe Juan Cameron El poeta Eduardo Embry anduvo por el país. Tras una larga ausencia, e invitado a participar en el congreso de escritores convocado por la SECH, compartió varios días en su Valparaíso natal. Luego de 33 años llegó a Chile Eduardo Embry Morales. El poeta vino invitado por la Sociedad de Escritores de Chile a participar en el Encuentro Internacional Chile tiene la palabra. El congreso, celebrado entre el 2 y el 6 de noviembre reciente, tuvo lugar en la ciudad de Santiago, para culminar con una lectura pública en la Plaza Aníbal Pinto, en el vecino puerto de Valparaíso. A su vez, contó con la presencia de poetas de diversos países y calidades, Embry arribó a Santiago la mañana del 31 de octubre. Su regreso a Inglaterra estaba anunciado para el 18 de noviembre; pero el sábado 10 ya emprendía vuelo hacia Southampton, ciudad donde reside hace décadas con Penny Turpin, su compañera, y los hijos de ambos, Joanna y Robert. Había compartido algunas tardes con Eduardo y Pablo, habidos en su primer matrimonio. Y, sin embargo, no logró cuajar en este país tan diferente al que dejara tras el golpe de Estado del 73. Para nada le agradó al poeta; y tenía razón. El discurso derechista y pro empresarial de los aún llamados socialistas (por esos días se desarrollaba la Cumbre Iberoamericana), el desamparo y la cesantía de sus amigos, la suciedad y el abandono de los espacios públicos fueron demasiado. Chile es un país triste; y el poeta lo captó con intensidad. Por otro lado, el encuentro de la SECH produce -utilizando el estúpido lenguaje de la televisión- «sentimientos encontrados». Alguien por ahí, aconsejo los nombres de magníficos autores. Pero como se esperaba hubo de todo, de aserrín a pan rallado; y en lo nacional pocos fueron los poetas importantes. En la mejor nómina se destacaban Carlos Germán Belli y Arturo Corcuera, del Perú; Jorge Boccanera, de Argentina; Claribel Alegría, de El Salvador; Humberto Akabal, de Guatemala, a quien conocimos en Las Jornadas de la Poesía en Malmö; Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, de Nicaragua; William Osuna, de Venezuela; Miguel Barnet, de Cuba; Montserrat Doucet, de España, y los mexicanos Guillermo Meléndez y Ciprian Cabrera, este último reciente Premio Nacional de Poesía en su país. De los poetas chilenos resaltaban los nombres de Hernán Miranda Casanova, Jaime Huenún, Jorge Montealegre, Andrés Morales, Waldo Rojas, Javier Bello, Pedro Lastra y algunos más, junto a una abultada nómina de fieles e incondicionales militantes del gremio de calle Simpson. En general este encuentro suma puntos para la entidad organizadora. Cecilia Palma, su vice presidente, y la encargada de prensa, Ximena Troncoso, tuvieron una notable participación. Con el auspicio del Gobierno de Chile, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, las municipalidades de Santiago y Valparaíso, la Cámara Chilena del Libro y la Universidad de los Lagos, se produjo una veintena de presentaciones públicas bajo la supervisión general de María José Fontecilla. Las actividades comprendieron mesas de discusión y lecturas de poesía, además de algunas intervenciones en la Feria Internacional del Libro que por esos días se desarrollaba en Santiago. Las mesas consideraron discusiones tanto en poesía como en narrativa. Pero la revisión de los hechos (que ahora el lenguaje mercantilista de moda denomina bajo el dulce nombre de «evaluación») permite establecer ciertas observaciones. La más obvia es la imperante necesidad de que el Estado o un organismo contralor se haga cargo de la Sociedad de Escritores de Chile. Y ello nada tiene que ver con la cuestión financiera, de la cual no hay ningún reparo que pueda considerarse como serio. La vieja SECH de calle Simpson ya parece una tira cómica asociada a tal apellido. Es necesario que el gremio nacional de profesionales quede a cargo de profesionales y no de aficionados a las letras. Desde hace unos veinte años la institución perdió fuerza y vigor; no representa a quien dice representar. Sólo unos pocos autores con obra y buena voluntad apuestan a ella para sostenerla moralmente. Tanto es así que la lista de invitados sorprendió al incluir a varios destacados colegas del continente. Y queda pendiente la duda sobre quién fue el iluminado. La otra conclusión es la ausencia de criterio respecto al oficio de poeta. Porque el exceso de «mesas de discusión», de ponencias y «temas» (otra jodida palabra en boga) confunde la tarea escritural con cierta dependencia académica. Por cierto que los ensayistas deben ensayar escribir sus opiniones, que los pueblos originarios propugnen por su identidad, que las mujeres, etcétera, etcétera. Pero el público quería escuchar a los poetas, quería repetir aquellas piezas aprendidas por puro placer estético. Y no tuvo la oportunidad; al menos, no en cuanto se esperaba. Y, por último, cuando ocurre es hora de escuchar a los poetas en la plaza pública (en la Plaza Aníbal Pinto, entiéndase también), la idea es compartir con los mayores, con Boccanera, Corcuera, Belli, con nuestro Embry que es de Valparaíso, con Barnet. Es decir no con esos que el ignorante periodismo nombra por repetición como tales. Mi buen amigo Patricio Manns, por ejemplo, quien es un estupendo narrador, debía deleitarnos con sus magníficas piezas musicales; y no con sus extensas poesías. Lo de Valparaíso fue, con todo, una buena oportunidad para abrazar amigos y brindar con algo más que un par de copas de buen vino. Eduardo Embry, por su lado, tampoco se llevó un balance positivo. Pasó la mayor parte del tiempo en su Valparaíso natal. No quiso viajar a Calama, a donde había sido invitado a participar en le Feria del Libro, y se retiró antes del anunciado homenaje que se le haría el martes 13 al mediodía en la Sala El Farol. Tal vez no sintió el afecto esperado; tal vez percibió esa abulia que como una sombra extraña aplasta la voluntad en tiempos de derrota. Pero su viaje fue intenso; rindió homenaje a los suyos el 1º de noviembre, abrazó a una prima lejana, a los viejos camaradas, parloteó con algún miembro de la revista Piedra y una buena mañana tomó sus maletas a la carrera, pidió un taxi y, casi sin tomarse el té ya servido, se fue al aeropuerto de Santiago y se puso «standby», como siempre, a la espera de los próximos acontecimientos. Fue reconfortante verlo después de treinta y tantos años; fue una buena noticia para el verano que se inicia en estas latitudes. |
||||||
|
||||||
|