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El ignorante Cheney muestra el camino

 

escribe Simón

¡Ahora lo entiendo! No es que el presidente George Bush y su vicepresidente Dick Cheney odien las transformaciones que se están realizando en Venezuela, y por consecuencia al presidente Hugo Chávez. Es sólo que sus asesores los confunden cambiando el nombre de los países y sus gobernantes.

Me costó pero al fin de cuentas logré entenderlo. Todo se hizo claro este fin de semana cuando leí sobre la participación del vicepresidente norteamericano Dick Cheney en un evento del Consejo de Asuntos Mundiales, en la ciudad estadounidense de Dallas.

Cheney, vicepresidente de la potencia mundial y autoproclamado conocedor de la situación latinoamericana se explayó sobre la política exterior de su país en la región y en el mundo.

Ante una pregunta sobre que opinaba del presidente Hugo Chávez, Cheney fue categórico. Aseguró que Chávez no representa el futuro de América Latina. Y el pueblo de Perú, creo yo, se merece algo mejor. Pero eso es obviamente un asunto que ellos deben resolver por sí mismos.

Parece difícil creer que el vicepresidente norteamericano, que con sólo apretar un botón puede destruir el planeta, confunda de país y presidente, es para ponerse a temblar. Imaginen que resuelve declarar la guerra al presidente de Bielorusia -por mencionar un gobierno que no les gusta- y termina bombardeando Ucrania que está al lado, sólo porque confunde quien preside uno u otro país.

Tal vez los intentos por derrocar a Chávez hayan fracasado porque la CIA envió sus agentes al Perú y no lo encontraron. Por las dudas mejor no hablar mucho del error, se pueden corregir, aunque no creo que hayan fallado por eso.

Lo más seguro es que un asesor lo confunde deliberadamente. La potencia más grande del planeta no puede ser tan irresponsable.

La otra opción es que no les importa, que le da lo mismo gobierne quien gobierne. Que todo el planeta, o al menos Latinoamérica es una misma cosa que les debe rendir pleitecía. Piensan que todos los gobiernos son iguales -inferiores y subordinados- y que en definitiva merecen el mismo destrato, y que a la hora de ser agresivos con uno, se puede serlo con todos a la vez.

Y quizás es ahí, en el fondo, donde tiene razón, o empieza a tenerla. En el fondo somos todos iguales ante el imperio, o deberíamos serlo. Si partiéramos de esa base, de que somos uno, y de que sufrimos la misma dependencia, entonces podríamos empezar a cumplir el sueño de los libertadores, alcanzar la independencia y la unidad continental.



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