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Alberto Ludwig Urquieta expone en Valparaíso |
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escribe Juan Cameron A los 80 años, y afectado por un cáncer, el pintor nacional expone una producción en la que, a través de los símbolos y de un particular estilo, señala nuestra conformación étnica y la ocupación del entorno natural. La muestra está conformada por treinta óleos de gran formato. La publicación que la registra, con la reproducción de cada pintura y su crónica respectiva, reitera la vocación literaria del pintor en estas últimas décadas. Esta geografía improvisada pertenece a todos tanto como la noción de una patria improvisada por el devenir de los hechos y las circunstancias que hacen ser, a sus habitantes, cuanto son ahora. En tal sentido, la «patria» es el lugar del patrimonio, el continente de todos sus símbolos y valores, de su forma de reconocer el mundo y de ser reconocido en él. El contenido simbólico que Alberto Ludwig propone, en treinta obras de formato mayor (más de un metro por lado) se inicia con un protocolo étnico para recordar aquella parte que, a los chilenos, los constituye en hombres de esta tierra. De tal modo indica, a los espectadores, iniciar un recorrido que los vincula a aquellos territorios. Los mismos que también sus antepasados ocuparon, consquistaron o descubrieron, según sea el lenguaje elegido para la ocasión. Tierra e historia se encuentran de esta forma retratadas en la síntesis de una naturaleza sobre la cual la industria humana se establece con su arquitectura, sus trazados y sus medios de navegación. Tras ellos la sombra del individuo se presiente en toda su modernidad para retornar, al sur, al profundo sur, hacia el dominio de lo natural y de lo perenne. Ludwig indica que para mirar este país por dentro, como él lo hace en estas obras suyas, hay que buscar su esencia, constreñirlo, metaforizarlo quitándole todo lo que le sobre para liberar tan solo su belleza. Y en este recorrido hacia el germen de lo primigenio, hacia el interior de la nación que determina a todos más allá de lugares comunes y desgastados clichés, el artista traza limpios sectores monocromáticos sobre la horizontal de la tierra, para señalar la geografía, y rectas verticales que sombreadas dan volumen a la presencia de esta historia. Y allí se establecen las claves: lo natural camina inasible en busca de su propio tiempo y permanencia. Lo humano, en cambio, en ese desesperado intento por encontrar la divinidad ahora mismo, se eleva en el más preciso de los ángulos alejándose, si percatarse siquiera, de esa madre que lo acoge y que lo habrá de reclamar cuanto más alto se encuentre. Alberto Ludwig conoce estas cosas; y también Gioconda, su compañera. La circunstancia de su enfermedad fue una prueba mayor. Por ello, una de sus más inmediatas lecturas nos indica que el entorno puede mirarse, con seguridad, desde nuestro propia ubicación hacia el horizonte. Pero, sin lugar a dudas, es posible también apreciarlo desde el espacio del concepto y de los sueños -desde la altura- como si acaso al intentar elevarse la vista comprendiera a cabalidad las ciudades aplastadas allá abajo. Mi relato -nos aclara sin embargo el artista- compuesto por breves hitos aislados, muchas veces no ligados en el tiempo, se debe a que no estoy escribiendo ni la geografía de Chile ni su historia, sino adentrándome en su corazón. Y esta obra que presenta ahora Alberto Ludwig resulta una cordial y compleja proposición. No sólo el espectador observa aquí el formato de óleo sobre tela sino también, el registro iconográfico de esa muestra seguido de sus textos, en forma de crónica, para dar cuenta de sus motivaciones y de cada uno de los trabajos constitutivos de la misma. Se trata de un nuevo libro, una expresión más de las múltiples utilizadas por el artista en su ya conocida y exitosa trayectoria. Hace algunos meses había presentado, en poesía, Tertulias de las Mascaronas, con pinturas y textos en homenaje a Pablo Neruda. Hoy enriquece el patrimonio común y el de cada uno de quienes puedan disfrutar de esta muestra, con el registro impreso. La edición que fue posible gracias al apoyo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes -FONDART- y al Fondo de Arte de la Universidad de Playa Ancha, en la oportunidad dirigido por la curadora Myriam Parra Vásquez. Myriam, creadora del Fondo, fue trasladada de puesto por las nuevas autoridades de esa casa de estudio. Una lectura de esta exposición no puede de ninguna manera ser inmediata, a causa del entrecruzamiento de los méritos de su autor. Ludwig goza de un estilo muy particular, de un oficio señalado, pulcro y seguro; además de un talento que lo ha destacado entre sus pares durante una ya extensa trayectoria. Por otro lado, es inevitable considerar que Ludwig, a los 80 de su edad, se presente como un artista joven de Valparaíso, a pesar de las afecciones a su salud y del cansancio. El pintor, en verdad, goza de una fuerza y de una alegría vital que sorprende a quienes le rodean.. Hace poco fue resuelto el Premio Nacional de Arte en Chile. Recayó esta vez -y con justicia- en un renombrado exponente, en el grabador Guillermo Núñez. Pero, del mismo modo, es hora de reconocer a Alberto Ludwig Urquieta, por méritos y por justicia, con el máximo galardón que las bellas artes conceden en Chile. |
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