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Un texto no olvidado |
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Han transcurrido ya 18 años de haber escrito estas líneas en recuerdo de Harald Edelstam, lo hice pocos días después de su fallecimiento acaecido en Estocolmo el 17 de abril de 1989. Edelstam había muerto y nos golpearon entonces los recuerdos de los días tristes y lejanos de Chile, luego del derrocamiento del gobierno popular de Salvador Allende. Ahora a raíz del estreno de la película Svarta nejlikan de Ulf Hultberg y Åsa Faringer, he releido mi nota y creo necesario agregar algunas otras cosas que entonces no dije. Porque quizá faltaba todavía el transcurso del tiempo para poder valorar más aún la importancia del papel que jugó el embajador Edelstam, defendiendo una política exterior solidaria con los pueblos del Tercer Mundo que ya en la Cancillería sueca algunos intentaban herirla de muerte. En octubre de 1973 conocimos a Edelstam, cuando la Embajada de Suecia en Santiago dio asilo a cientos de perseguidos por la represión pinochetista. Como se sabe, Suecia se hizo cargo de los intereses de Cuba en Chile tras el golpe, y quienes nos refugiamos en la sede de la Embajada cubana, obtuvimos la protección diplomática sueca, por ello pudimos convivir con Edelstam hasta mediados de noviembre cuando recién logramos abandonar el país y recomenzar nuestras vidas en este país que nos acogió. Eramos jóvenes y el desenlace del drama político y social chileno nos dolía como propio. Un año antes por idénticas circunstancias, habíamos tenido que dejar Uruguay y lo que nos volvía a suceder era como un doble asesinato a la esperanza. Otra vez se alejaba en nuestras patrias el sueño de tener lo justo, lo que tenemos que tener. Así nos sentíamos, repitiendo un episodio ya conocido, de tener que soportar tanta ignominia, tanta fuerza bruta impuesta por una minoría de privilegiados que no admitía la justicia para los más, que Allende había intentado instaurar. El asedio y los riesgos acompañaron a chilenos y latinoamericanos hasta el propio refugio que Harald nos dispensó. El propio recinto con inmunidad diplomática estaba rodeado de soldados armados a guerra con cerradas descargas de sus fusiles, o por el asedio de un helicóptero que sobrevolaba y se detenía sobre los techos de la embajada encandilándonos con potentes focos, intentaban perturbar por las noches nuestro descanso. Cada noche, tarde ya, llegaba Harald para protegernos de un posible asalto militar; teniendo su residencia particular optaba sin embargo, por acompañar las noches de hombres, mujeres y niños que intentaban dormir. Temprano por la mañana ya no estaba. Luego, al paso de los días, nos fuimos enterando de como ocupaba él sus horas. Recorría los campos de concentración de la dictadura, peleaba con generales, mayores y capitanes para exigir que le entregaran prisioneros. Así le salvó la vida a un grupo de detenidos del Estadio Nacional. Buscaba y recogía perseguidos ocultos en los barrios santiaguinos y en otros lugares del extenso territorio chileno. Reunía a sus colegas embajadores y los convocaba a sumarse a la tarea de abrir de sus casas para los más buscados. Y también muchas veces por semana, los junteros lo llamaban a comparecer al Ministerio de Relaciones Exteriores para que el ministro fascista lo amenazara con la expulsión y le recriminara por su actitud. A la noche, con una sonrisa en los labios y modestamente nos contaba a los noctámbulos, cuanto los había ofuscado, lo que había soportado y lo que al fin de ese día había podido obtener. Estaba en su elemento, parecía un muchacho, revivía sus años jóvenes de Oslo cuando engañaban al ocupante nazi; entonces bromeaba y decía: los alemanes eran más difíciles. Para muchos de nosotros Harald comenzó a ser uno más, el mejor de todos. Un embajador que se lavaba la ropa, sin mucamos, sin chofer ni guardaespaldas; un hombre que nos revelaba una Suecia que no habíamos conocido en los textos de historia y geografía. Un luchador antifascista valiente, modesto y experimentado. Una persona con conocimientos amplios y profundos de nuestras realidades, pero sobre todo con una sensibilidad y comprensión poco común en un europeo proveniente de la clase alta y la diplomacia. Fue consciente del momento oscuro que comenzaba a vivir Chile y otros países latinoamericanos, por eso desplegó todas su energía psíquica y física no sólo para salvar vidas y denunciar al mundo el carácter fascista de la dictadura de Pinochet apoyada por Estados Unidos, sino además más allá de las estrictas normas de la diplomacia apoyar discretamente a la resistencia contra la misma. Actuación que finalmente le costó la expulsión de Chile y el congelamiento al que fue sometido por la Cancillería sueca al llegar a Estocolmo. Recuerdo que una noche de un fin de semana que Harald inventó para nosotros, nos trajo empanadas y dispuso que se descorcharan unas botellas de Casillero del Diablo; quizá porque nos veía tensos y preocupados en nuestro forzado encierro. Entonces propuso que cantáramos y él mismo arrancó en español entonando aquellas coplas de la Guerra Civil española:Que culpa tiene el tomate que lo pongan en la lata& que hablan de Franco, su mujer, de pobres y de ricos. En aquellos días Harald Edelstam era un hombre más de la resistencia, que nos hablaba de su aprecio por Allende, de su relación en Guatemala con el jefe guerrillero César Montes. Un hombre muy alto, al que los niños se le colgaban de sus largas piernas y que él los levantaba en brazos para darles un beso, cuando descendía de su coche al regresar a la embajada. Edelstam en el olvido Después Harald nos siguió ayudando en las luchas desde el exilio contra las dictaduras. Nos acompañó junto a Olof Palme cuando en 1983 los exiliados uruguayos los invitamos a una fiesta de agradecimiento en Stadshuset de Estocolmo; en jornadas de protestas, en el festejo del número 100 de Liberación. Pienso que el mayor mérito esta la película de Hultberg y Faringer, es justamente haber sacado del olvido toda una época de activa solidaridad internacional sueca. Tiempo que está simbolizado por personas como el embajador Edelstam, quien en vida sólo recibió el homenaje y agradecimiento de los exiliados y del movimiento sueco de solidaridad por Chile y otros países latinoamericanos. En América Latina el que le tributó en agradecimiento el gobierno y pueblos cubanos, cuando lo invitaron para que estuviera presente en un multitudinario acto en La Habana de homenaje a Allende en 1974. Es vergonzoso que en Suecia, ni una plaqueta con su nombre lo recuerda. En cambio, una cátedra universitaria chilena y una calle de Montevideo se llaman Harald Edelstam. Como con Olof Palme también a Edelstam lo han intentado borrar de la mejor historia del pueblo sueco. Más ahora que Estados Unidos y la Unión Europea le dictan a Suecia lo que debe hacer en política exterior, y le recomiendan que sólo se ocupe de lo que sabe hacer: la promoción de la democracia y de los derechos humanos y del medio ambiente y se calle la boca en otras cosas. Personalmente tengo una deuda permanente de agradecimiento hacia Edelstam, al ver ahora ya adulto a mi hijo mayor Emilio, al que él también lo salvó de morir en Chile cuando aún estaba en el vientre de su madre. Por eso siempre la imagen y valiente actitud de Harald, seguirá viviendo en nuestro recuerdo como en los días de Santiago. Porque asumió sin miedo la posición internacional que tenía Suecia, la que se abandonó definitivamente a partir de la trágica desaparición de Palme. /Pepe Viñoles |
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