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La vanidad de un poeta despistado |
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escribe Víctor Montoya
Hace un tiempo atrás, mientras les echaba un vistazo a las páginas digitales de la prensa boliviana, leí una nota que anunciaba la presentación de un poemario escrito en inglés por un poeta cuyo nombre prefiero mantener en el anonimato. En ella se decía, entre otras cosas, que se trataba de la primera obra en inglés de la literatura boliviana. Cuando el periodista le preguntó al autor por qué había escrito un libro de poemas en inglés, éste contestó: quizás porque he escrito ya en francés y en otros idiomas, tal vez porque es algo que nunca se ha hecho antes en Bolivia.... Luego añadió: ¡Se me ocurrió una locura!.... No cabe la menor duda. Así la locura no esté en escribir un libro en inglés o en otro idioma no oficial en Bolivia, sí lo está en la vanidad de presentarlo ante un público que apenas carraspea los anglicismos que aparecen como interferencias en nuestra lengua materna. No es casual que él mismo admita su situación de incomprendido en Bolivia cuando dice: «Había tiempos en los que me sentía un paria, porque hay más gente que lee mis obras en Londres y Noruega que en mi propio país». ¿Y qué quería nuestro poeta?, ¿qué los bolivianos aprendamos el inglés para leer sus obras? Espero, sinceramente, que el poeta en cuestión no se trepe a las nubes ni se le suban los humos por el simple hecho de haber escrito unos versos en inglés, pues aun siendo un mérito el ser bilingüe, trilingüe o políglota, puede ser contraproducente la ciega ambición de buscar la fama impresionando a los más incautos; cuando en realidad, en estos tiempos corroídos por el arribismo y la superficialidad, es necesario anteponer la humildad a la soberbia, al menos como una actitud poética digna de encomio. Si bien es cierto que la poesía no tiene fronteras ni banderas, es cierto también que el idioma tiene sus limitaciones concretas. Por eso mismo, escribir un poemario en inglés, en un país donde son pocos quienes leen versos en la lengua original de Shakespeare y Whitman, es, más que un acto de locura, un esnobismo que no conoce fronteras, una petulancia de la que suelen adolecer los jóvenes talentos, diría el escritor chuquisaqueño Raúl Teixidó. Admito que existen escritores bilingües como fue el caso de Adolfo Costa du Rels, quien escribía con la misma destreza tanto en español como en francés, pero con el cuidado de entregar la versión francesa a los lectores galos y la que estaba en español a los hispanoamericanos. No conozco a otro autor que se haya atrevido a presentar su obra en inglés en un país donde las mayorías hablan español, quechua o aymará, pues me imagino que esa debe ser una situación tan extraña como la del mudo refiriéndose a sordos. Ahora entiendo mejor el porqué Blanca Wiethüchter, en una de sus entrevistas, definió a Bolivia como país surrealista. Claro está, en un territorio donde todo es posible, es también natural que el tuerto sea el rey entre los ciegos. Si la poesía es leída por la inmensa minoría de la cual hablaba Juan Ramón Jiménez, entonces la publicación y presentación de un poemario en inglés deber ser como una gota de agua en un inmenso océano, pues no conozco a un solo poeta nacional que se haya dado el lujo de publicar cientos de ejemplares de un poemario, debido a la inexistencia de un mercado que le permita vender y difundir la obra de su creación. Ni siquiera los vates más descollantes de la literatura nacional han vivido de la venta de sus libros. Por ejemplo, el afamado vate Jaime Saenz, como la mayoría de los poetas bolivianos cuyas obras están destinadas a un círculo reducido de lectores, imprimía sus libros de manera artesanal y numerada, a veces no más de doscientos ejemplares que eran distribuidos entre amigos y conocidos, y casi siempre financiados con dineros prestados o de su propio bolsillo. A estas alturas de la historia, me pregunto: ¿para qué escribir en inglés, si tenemos un idioma en constante expansión tanto geográfica como demográficamente? Pues sirve de vehículo de comunicación aproximadamente a 380 millones de individuos. Sólo en EE.UU. hay cerca de 34 millones de hispanohablantes y en el Viejo Mundo, sin tomar en cuenta a España, son varios millones los europeos que estudian el español como lengua extranjera; datos aproximativos que permiten constatar que el idioma de Cervantes es la tercera lengua más hablada en el mundo, después del chino mandarín y el inglés. De modo que el español, como sistema lingüístico y como vehículo de comunicación, es una lengua de cultura de primer orden; geográficamente compacta y de rápida expansión internacional desde la época de la colonización americana y las posteriores olas migratorias que se han experimentado a lo largo de cinco siglos. Además, aunque algunos países incluyen grandes zonas bilingües o plurilingües como el boliviano, el español sirve de medio de comunicación entre las diferentes comunidades que comparten un mismo territorio nacional. Volviendo al caso de nuestro poeta despistado, se debe advertir que la capacidad de escribir en una segunda o tercera lengua no debe ser un acto de vanidad ni de esnobismo, porque se corre el riesgo de que el complejo de superioridad se convierta en un complejo de inferioridad, si se parte del criterio de que escribir en inglés o francés, y no en quechua o aymará, es sinónimo de ser más culto y civilizado, un craso error que se mantuvo vigente durante la colonia y la república, hasta que por fin hoy, bajo la dirección del actual gobierno, se están introduciendo los cambios necesarios en el sistema educativo, no sólo con el afán de que el bilingüismo y trilingüismo sea más activo, sino también con firme propósito de que a las lenguas originarias se les conceda la importancia y el respeto que se merecen. Considero que los escritores bolivianos, a excepción de quienes son bilingües o trilingües por razones obvias, deben seguir escribiendo en el idioma aprendido en el pecho materno y en el que esté más cerca del corazón. Es más, el deber de los escritores estriba en evitar la extinción de un idioma por muy minoritario que éste sea en el concierto de las lenguas dominantes del mundo actual. Qué ganarían nuestros autores al escribir en lenguas prestadas, pues no sería lo mismo para los bolivianos leer las obras de Pedro Shimose en japonés, de Eduardo Mitre en árabe, de Norah Zapata en francés, de Montes Vannuci en portugués, de Paz Soldán en inglés o este artículo en sueco. De pasadita, valga recalcarle a nuestro poeta despistado que no se gana la fama ni la fortuna porque se escriba en un idioma prestado, por mucha que ésta sea el mejor instrumento de la mentada globalización -bobalización, diría Galeano-, sino con originalidad y con la intención de colocar a una pequeña aldea en el mapa universal. Por lo demás, si la obra de creación está bien concebida, tanto ética como estéticamente, de seguro que ésta será nomás traducida un buen día al resto de los idiomas confundidos en la Torre de Babel. Ahí tenemos el caso de los Premios Nobel de Literatura, quienes, sin haber dejado de escribir en su lengua materna, han sido reconocidos y galardonados por haber aportado con su talento al pluralismo cultural y multilingüe de la humanidad. Por último, lejos de la vanidad muy propia de los jóvenes creadores, me tomo la libertad de convocarlos a que nos atrevamos a ser bolivianos, a conservar nuestra diversidad idiomática -entre ellas el español- y a sentir orgullo de nuestra cultura y sus tradiciones, que son los patrimonios más significativos que un pueblo puede dejar como herencia a las generaciones del porvenir, con un sentimiento genuino que se refleje en todos los ámbitos de la vida cultural. |
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