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Conversación con el Tío de la mina |
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escribe Víctor Montoya
La gente anda hablando por ahí que hago pactos con el diablo le dije al Tío, con una sonrisa de ceja a oreja. Eso sería poco rectificó. Hay quienes dicen cosas peores; lo que pasa es que tú no los ves ni los oyes. Los más atrevidos aseveran que eres un don nadie, que te quedaste a vivir en Suecia conmigo y que eres un apátrida de mierda, aunque a mí me consta que llevas clavado en el corazón una Bolivia portátil, repleta de riquezas materiales y espirituales... Ya lo sé dije, pero me causan más risa los compañeritos que especulan que mantengo pactos con el diablo. A propósito, ¿quién es él y de dónde vino? El Tío se miró enterito, como examinándose de anverso y reverso. Las brasas se le encendieron en los ojos y los dientes le brillaron en la boca. Luego tosió levemente y contestó: El diablo es un ángel caído como un lucero del alba. Algunos lo identifican con Luzbel o Lucifer, ese querubín que, antes de ser expulsado del reino de los cielos, caminaba entre piedras de fuego, las alas desplegadas y luciendo un manto salpicado de luces y gemas preciosas. Era el espíritu celestial de la luz, uno de los tres ángeles principales junto con Gabriel y Miguel, y el jefe de un séquito de ángeles rebelados contra la palabra de Dios. ¿Y por qué fue expulsado? Porque intentó alzarse, con soberbia y complejo de grandeza, por encima del Ser supremo, hasta que el arcángel San Miguel, declarado su rival irreconciliable, lo venció en una batalla cuerpo a cuerpo y lo arrojó junto a un tercio de los ángeles rebeldes a las fauces del infierno, a ese abismo en llamas donde van a dar las almas impuras después de la muerte. Desde entonces el diablo, que tiene tantos nombres como piedras preciosas en su traje, hace todo lo posible por frustrar los propósitos del Señor. Esto quiere decir que el diablo no sólo representa al espíritu del mal, sino que también incita al mal moviéndose como una serpiente sigilosa entre los árboles del Edén. Nada más ni nada menos corroboró el Tío. Mas debo aclararte que el diablo, en medio del libre albedrío, es también un mal necesario y, a veces, como Mefistófeles en la obra de Goethe, es una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien. No entiendo dije. ¿Cómo puede practicar el bien si siempre desea el mal? Lo que quiero explicarte es que el diablo no siempre quiere el mal aclaró el Tío, intentando justificar las malas intenciones del espíritu maligno. Todo depende de los pactos que se hagan con él. Si tú le ofreces tu alma, tu vida y tu casa, el diablo, como la locura y la ciencia, te iluminará la mente con su sabiduría proveniente de los quintos infiernos. Él posee atributos y perfecciones a la luz de los principios de la razón, independientemente de las verdades reveladas. Por un instante quedé como desenchufado de mí mismo. Después dejé errar la mirada por el cuarto y, en un tono algo más elevado, repuse: ¿Cómo puedes justificar a ese ente que siempre está en acción y nunca duerme? Es un espíritu miserable, vengativo y destructivo. Rechaza los credos, se burla de los fieles y jamás ingresa en la casa de Dios. El diablo, aunque inicialmente era bueno, ahora es un espíritu impuro, si antes estaba hecho de luces, ahora está condenado a vivir en las tinieblas, si antes hacía estragos en los cielos, ahora hace estragos en los suelos... El Tío se volvió a mirar el cuerpo y suspiró como quien se siente tocado en las fibras más íntimas. Apenas dijo nada y dejó que siguiera arremetiendo contra él: El diablo, así esté dotado de recursos que en otra época estuvieron reservados sólo a la Divina Providencia, es un espíritu pervertido y pervertidor, capaz de convertir las catacumbas del infierno en un paraíso y el paraíso en un infierno. A veces, como en los cuentos de espanto y aparecidos, se presenta mientras menos se lo espera, entra en el cuerpo de los hombres convertido en aire y penetra en el cuerpo de las mujeres sin que ellas lo noten. Actúa de manera versátil, susurra en el oído de los creyentes inculcándoles su doctrina de odio contra el Hacedor del universo. Les pone venda en los ojos, se ríe de sus desgracias y los esclaviza en las tinieblas... El Tío reaccionó de súbito, se incorporó de golpe y, tendiéndome su mano sobre el hombro, dijo: Calma, calma. Nada malo te pasará si lo cobijas en tu casa y en tu cuerpo. No estoy de acuerdo contigo le refuté. Sé que el diablo se manifiesta con opresiones y obsesiones para atormentar terriblemente a quienes le han abierto las puertas de su corazón y de su casa, y si a algunos incautos les brinda riquezas, es para que no le abandonen ni le cierren las puertas. Piensa bien dijo infundiéndome serenidad. Cuando ya no te sirva el diablo, puedes deshacerte de él, echarlo de tu casa y de tu vida. No será posible repliqué. Una vez que el diablo se apodera de tu vida es difícil expulsarlo, cuanto más procuras sacarlo por la puerta, tanto más vuelve a entrar por la ventana; cuanto más quieres liberarte de él, tanto más te convierte en su esclavo. El Tío estaba cansado de mi palabrería y mi actitud beligerante. Suspiró hondo por última vez y preguntó: ¿Por qué te atrae tanto el diablo? Porque tiene un poder de fascinación y seducción. En lo que a mí respecta, el diablo se convirtió en una obsesión en mi vida desde el día en que entraste en mi casa y te apoderaste de todo lo que me rodea. El Tío, consciente de que el diablo nos induce a los pecados carnales y espirituales, me invocó otra vez a la reflexión y dijo: Si el maligno es un estorbo en tu vida, entonces debes proceder a expulsarlo de tus sentimientos y pensamientos. Tienes que liberarte de sus poderes, hacer prevalecer tu victoria sobre el príncipe de las tinieblas. Tienes que echarle de tu casa para darle cabida al Creador. Sólo él es mucho más grande y más poderoso que el diablo, quien jamás podrá meterse como un zorro en su rebaño y posesionarse de una de sus ovejas con sus artilugios hechos de mentiras y engaños. Las palabras del Tío me extrañaron sobremanera. No sé si las decía en broma o en serio. Mas para probar que le nacían del corazón, le di un giro más a la tuerca de mi duda y le pregunté: ¿Y por qué en lugar de defenderlo como a tu propio hermano, hoy quieres concederme la razón? Porque quiero demostrarte, de una vez y para siempre, que no soy un diablo puro, como algunos andan hablando por ahí, sino el Tío de la mina contestó con una ráfaga de lucidez sobrenatural. Soy un diablo a medias, extraño sincretismo entre lo católico y lo pagano, entre lo mitológico y lo folklórico, por eso soy mitad dios y mitad diablo en la oscuridad de los socavones. |
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