inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 24-Agosto-2007

Tomás Harris en la actual poesía chilena
Ocupación de la tierra baldía

 

escribe Juan Cameron

Tomás Harris en la poesía chilena, si bien hereda la fuerte voluntad intelectualista y conceptual de sus tiempos de estudiante en la Universidad de Concepción, refleja con fidelidad la desesperanza del individuo en la época actual. En todo caso el poeta nos instala en el escenario de un desafío ante ese medio inhóspito, desolado y deshumanizado cercano a la imagen del cómic. En su trayectoria, desde la tierra baldía a la tierra prometida, afloran las mismas propuestas interdisciplinarias impuestas por el inevitable posmodernismo a muchos poetas de su generación.

En sus recientes publicaciones Tomás Harris ha observado un evidente desarrollo en relación a sus antecedentes. No se trata de un cambio de calidad, sino de una visión diferente ante al espacio elegido para instalar discurso en sus primeros textos (desde Zonas de peligro a Crónicas maravillosas). En ellos persiste una mirada al territorio como si se tratara de una tierra baldía, arrasada, de cuya destrucción el autor no tiene conciencia, aunque guarda, sí, una leve memoria de un pasado tal vez mejor: «Donde ahora funciona la Tropicana Boite/ antes estaba el Cecil Bar y cantaba nada menos que la Billye Holliday/ en tiempos de mayor gloria/ para todos los que hablamos».

Para Mario Garrido, de la Universidad de Concepción (ver www2.udec.cl), «el cuerpo urbano configurado por Harris es la extensión de la ciudad como un conjunto de zonas de peligro, y en este sentido, como un espacio de terror que actúa sobre el cuerpo colectivo». Pero la tierra baldía no es sólo Concepción o la calle Orompello; es también la visualización de la poesía de Gonzalo Rojas, del «perdí mi juventud en los burdeles» en la primera etapa del párvulo estudiante y poeta crecido en la desesperación, la soledad y el desarraigo de una época de dictadura y sin sentido. La tierra baldía es, en este caso, la ausencia de salida en ese laberinto borgiano, sin límites, sin horizonte posible donde se encuentra. País inasible, difuso o teatral, éste queda reflejado en Cipango, obra que reúne todos sus cuadernillos anteriores. En el prólogo de la edición definitiva, Grinor Rojo apunta que «la duplicación teatral y cinematográfica es un factor decisivo en la visión del Descubrimiento y la Conquista que Tomás Harris proyecta en este libro».

Pero no es la misma visión la que encontramos en sus libros posteriores. Ítaca, ya por el simple título, propone una suerte de tierra prometida o, al menos, de apertura de la visión en el sentido del texto de Kabaphes: la inutilidad de buscar la ciudad que llevas siempre contigo, en el pensamiento. El sentido de la vista recobra fuerza acá tanto por la función de vate que el oficio le impone cuanto por la mirada con que el poeta alimenta su escritura.

El vaticinio emerge también de una simulación, de una parodia de hombre, de un payaso cuya boca está desdentada: «Soy el Hombre Sin Brazos,/ El hijo del Hombre, pero sin brazos,/ Al que no podrán crucificar./ Yo, Lon Chaney, Padre, soy El Hombre sin Brazos./ Trabajo en este circo miserable, el Circo Timoteo». Si bien la última cita se refiere a un espectáculo de homosexuales, máxima puesta en escena o simulación posible, toca de soslayo un sector de la poesía de Manuel Silva Acevedo, ese magnífico vaticinador quien antes dijera «no tengo por costumbre abrir/ las alas/ qué alas voy a abrir si están/ quebradas/ apenas sé reptar por esta tierra». Si ya es difícil nadar hacia la playa, nadar brazos, o volar sin alas, más aún lo será, al conseguirlo, descubrir que esta tierra está también baldía: «Regresé, le dije a mis amigos,/ pero mis amigos no podían hablar: habían muerto./ Aquí estoy le hablé a la ciudad toda;/ pero la ciudad toda estaba en ruinas».

Encuentro con hombres oscuros es otra toma de posesión, esta vez de la ciudad -nunca fundada- de las sombras. El epígrafe, extractado de Caravansary, de Alvaro Mutis (¿Quién convocó aquí a estos personajes?), está muy bien aplicado. Aquellos hombres no son otros sino los que el mismo fue, sus amigos idos, la reconstrucción de su padre, su recordado padrastro alemán; «Oremos para que este sacrificio./ Y ésos, los otros, los muertos menos ilustres, los insepultos/ como el cadáver de Polínices mordisqueado por los perros/ y los buitres».

Encuentros aporta con textos notables. Desde los autobiográficos El hombre que bebía demasiado y El audaz hasta El soldado Erwin Kopp lee a Georg Trakl mientras sobrevuela el frente italiano, los fragmentos de la historia que lo conforman se van reconstruyendo en dirección de aquel país tan necesario. Y tal vez de aquellos, el importantísimo El hombre de las nieves sea su mayor ajuste de cuentas con el pasado. El texto se refiere a su padre, un teniente de ejército fotografiado en campaña, de cuya imagen posee sólo fragmentos.

Divorciado de su madre cuando el poeta cuenta con dos años de edad, se suicidará casi treinta años después sin aportar mayores antecedentes para la reconstrucción de la memoria: «La barba rala con la que aparece/ sólo la conocí en las fotos,/ y una boina negra y el uniforme de campaña/ y algo de mis rasgos,/ y mis gestos le acompañan». Descontextualizado de su propuesta estética y enriquecido por una fuerte actitud lírica, que el poeta pugna por ocultar, sin duda alguna Encuentros con hombres oscuros es su mejor poemario hasta el momento.

Su más reciente producción, T ridente, un puerto también a su escritura, reúne tres extensos discursos en torno a las figuras de Edipo, Goya y Timothy McVeigh, el asesino Oklahoma. Según Andrés Gómez Bravo, del diario La 3ª, Harris «es lo que podría llamarse un poeta impuro: un poeta que admira a Ezra Pound y a Stephen King al mismo tiempo, fan del expresionismo, la ciencia ficción y los zombies de George Romero».

Tiene razón, en tanto el poeta no se aleja mucho de los experimentos de Sergio Badilla en su propuesta de «transrealidad». Con todo, cierto estudiado descuido, sobre todo en la adjetivación, la mezcla intencionada de planos y referentes socio culturales (en el escenario de la simulación indicado por Braudillard) hacen atractiva para algunos esta poética. Para Armando Roa Vial, en la presentación del libro en Santiago, Harris está «en una nueva travesía, más apocalíptica quizá que otras navegaciones anteriores. Aquí, el navegante que se esconde en Harris es un sobreviviente de la catástrofe de una época terminal, viciada por un nihilismo planetario, vertedero final de las miserias de épocas pasadas y de épocas por venir».

Tomás Harris Espinosa nació en La Serena, el 3 de junio de 1956. Se tituló como profesor de Castellano y Magister en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Concepción y actualmente es investigador en el Archivo de Escritores de la Biblioteca Nacional de Chile. Ejerce como académico en Literatura en la Universidad Finis Terrae. Ha publicado Zonas de peligro (1985), Diario de navegación (1986), Alguien que sueña, Madame (1986), El último viaje (1987), Cipango (1992 y 1996), Noche de brujas (1993 y 2000), Los 7 náufragos (1995), Crónicas maravillosas (1997), Ítaca (2001), Encuentro con hombres oscuros (2001) y Tridente (2005). En narrativa es autor del volumen de cuentos Historia personal del miedo (1994). Ha obtenido además los premios Municipal de Poesía (Santiago, 1993), del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1993), Pablo Neruda (1995) y Casa de las Américas (1996). Es coautor de Veinticinco años de poesía chilena (FCE, 1966) y de Cien Poemas de Amor (Planeta, 1998) junto a Teresa y Lila Calderón.



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