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Una novela de Enrique Sandoval |
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escribe Juan Cameron La novela Vida de Cuartel es la tercera producción del escritor chillanejo Enrique Sandoval Gessler, profesor de literatura jubilado y conocido estudioso del arte de las letras. La narración plantea el tema de la formación individual a través de un escenario difícil de manejar, pero de larga data en la literatura chilena, como lo es la vida de los conscriptos. Con una lectura amena que concita el interés del lector, el libro fue presentado a fines de la semana anterior en la Sala Viña del Mar, localidad a la que pertenece su sello editorial. La primera impresión del lector ante una novela es de una gran sorpresa ante el universo que se le propone. Sin duda el autor se ha designado un tema a desarrollar y cualquier escenario, entonces, es válido para crear una historia singular. Enrique Sandoval Gessler elige, para su primera novela, el tema del desarrollo individual a través de la historia de un joven soldado durante su etapa de formación militar. En parte se basa en su propia experiencia, hace ya más de medio siglo, en el Regimiento Maipo de Valparaíso. Su protagonista, Pedro Chinchilla, es un joven natural de Chillán quien ha quedado solo y sin parientes y quien, al suponer que ha tenido participación en la muerte de su padre natural, el cura del lugar, huye hacia el centro del país y se refugia dentro de los muros del cuartel. Con todo, no podría clasificarse, de buenas a primeras, esta novela dentro de los márgenes de la literatura porteña. Sandoval es natural de Chillán, se desarrolló profesionalmente durante un largo exilio en Canadá y reside actualmente en la capital. Tal vez. Por el hecho de haber vivido aquí durante cuatro años, en plena adolescencia, y de haber hecho su servicio militar en Valparaíso, sean elementos suficientes para fichar a este autor como local. Y, además, hay dos circunstancias que operan a favor de esta posición: la anécdota ocurre en ese puerto y, para mayor redundancia, la editorial Altazor, bajo cuyo sello aparece, es de Viña del Mar. El problema es que, si tuviéramos que ubicarlo por orden de aparición -y no cronológica- en esta lista, debemos dejarlo, precisamente, entre los más recientes y jóvenes autores, con Pablo Simonetti y Carlos Tromben, entre otros. Puesto que, a falta de escuelas y promociones claras -y ante la ausencia de condiciones generales- no existe una llamada narrativa porteña, salvo las individualidades ya conocidas. Pero tampoco ingresa dentro de la literatura del exilio; un sector en plena formación y estudio. Si en poesía está bastante documentada, con focos de creación en Suecia, Italia, España, Estados Unidos o Canadá, donde nuestros connacionales se expresan como grupo social distinto y separado del aborigen, en prosa la producción es más bien ocasional y no es, tampoco, constitutiva de una escuela o movimiento particular. Más bien la obra responde a «lo militar» en nuestra literatura. El tema se centra y determina en un motivo muy específico: la vida dentro de los muros del cuartel y, de aquella, el tema del servicio militar obligatorio. En el siglo antepasado ya teníamos registros al respecto. Daniel Riquelme con El perro del Regimiento y Olegario Lazo Baeza, autor de El padre inician un género con un nutrido desarrollo, sobre todo en el formato de cuento. Pero no se trata de literatura hecha por o para militares. Lo que lo determina es la una relación de vida dentro de los márgenes del regimiento. Ni tampoco ingresa en esta categoría la novelística que registra la dictadura militar en Chile. En este caso el sujeto se ubica, como víctima o testigo, en el mundo civil, opuesto en absoluto a las relaciones de los uniformados dentro de su cuartel. Vida de cuartel opera como perfecto retrato del comportamiento militar, además de servir como retrato de época y de lugar. Al ingresar en la narración el lector percibe que el comportamiento militar no ha variado en absoluto. La rigidez y la verticalidad del mando, la total imposibilidad del análisis situacional y el absurdo de una orden que debe ejecutarse a pesar de su incongruencia con la realidad o con aquello que conceptualmente podría resultar la verdad o lo verdadero, aparte de la anulación de la voluntad individual como sometimiento reflejo, son signos inequívocos de una estructura social, muy particular, que persigue la dominación de una clase por la otra. El profundo desprecio por lo popular, el clasismo, el racismo, quedan cubiertos, protegidos por símbolos totalmente dogmatizados y sacralizados que, en consecuencia, son incólumes. Y, por otra parte, en el esquema de lo militar el mal debe vencer al bien; la crueldad al humanismo, etc.. Así, en los necesarios estereotipos que el género exige, el teniente Pavlovic representa las fuer-zas negativas que, en definitiva, obtendrán el mayor valer militar. En cambio, aquellos personajes que resbalan en rasgos de frater-nidad, como el caso del sargento González, no tendrán una buena salida ni en estas páginas ni en el mundo real. No olvidemos que los grandes discursos en este caso, aquellos pronunciados para el ex-terior o con ocasión de las festividades nacionales, son meros montajes para suavizar ante los ojos de la sociedad ese tipo de conducta ciega. Operan como simples eufemismos. Es en este escenario y frente a tamaño descontrol lingüístico, es que el personaje central de Vida de cuartel debe circular. Allí se despliegan sus inquietudos, sus penas y alegrías, su pasado y la proyeción en un futuro próximo. Para sobrevivir a este destino se maneja con una voz en off; una suerte de voz de la conciencia o de la experiencia, que tiene un sospechoso tonito argentino. Proviene de su tío Rafael, natural de San Nicolás, al interior de Ñuble, quien fuera hermano de su madre. Para el personaje esta voz en cursiva es lo opuesto a lo militar. Sus símbolos son argentinos, lo que para la milicia chilena es el enemigo. El tío Rafael sostiene, por ejemplo, que la Argentina era un gran país, que tenía una música muy linda, las vidalas, las sambas, los tangos que venían de Buenos Aires, donde él había estado una sola vez y lo había dejado deslumbrado. Se trata de una novela amena y que describe con placer el paisaje de la anécdota, sus personajes y la rápìda acción. Es una pieza para leer y disfrutar. Enrique Sandoval Gessler nació en Chillán, en 1928. Formado en Valparaíso, estudió Pedagogía en la Universidad de Chile, en la capital. En Canadá se especializó en literatura inglesa y norteamericana en la Universidad de McGill. Ha hecho clases también en el Dawson College y ha sido profesor invitado en las universidades norteamericanas de Kansas, Berkeley y Nueva York, y en la Bristol University, en Inglaterra. Ha publicado Chillán, siesta provinciana (crónicas, 1953), Cuando es Montreal aquí en el Invierno (poesía, 1998) y el presente Vida de Cuartel (novela, 2007). |
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