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Dos poetas de Suecia en Colombia |
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escribe Víctor Rojas 1. Suecia en los versos de Bengt Berg Detrás de nosotros la alegría herrumbrosa del otoño Y entonces vendrá la muerte del rey de los bosques. Los turistas alemanes se pelearán con los leñadores suecos por saborear su carne. Y llegará el frío y nos obligará a prender la chimenea. Chorros de humo blanco alcanzaran las nubes y negociaran con ellas gruesas capas de nieve. Nos olvidaremos del alce, lerdo cuadrúpedo cuya indiferencia al pasar las carreteras es la mayor causante de accidentes de tránsito, y nos someteremos al yugo de lo blanco. Será la hora en que recitaremos con nuestro poeta invitado: Vivimos en la nieve y hacemos todo La mitad del año se irá en esas agobiantes tareas. Alcanzaremos a gastar dos pares de esquíes y varios filos de trineos. A perder cualquier cantidad de gorros en el camino y a creer que la piel de las manos es de lana. Guardaremos en apolilladas alacenas la alegría y pondremos vino al fuego lento. Se ausentarán las palabras dieta, grasa y calorías. Y nos convenceremos que al Hacedor de cosas se le ha olvidado exclamar:¡Hágase la luz! Y en alguno de esos lánguidos instantes Bengt Berg habrá profetizado lleno de contento: Un día de abril Pero contra la terquedad del verso, aparecerá la primavera y las aves regresarán de su extenuante viaje al sur del viejo continente. Y en el pueblito de Torsby, llamado así en memoria del hijo camorrista del dios Odín, Bengt Berg hará los últimos debates políticos de la temporada como concejal de izquierda y abrirá de par en par las puertas de su inmensa casona y colgará en las paredes los cuadros de los artistas de la región e invitara a los poetas del mundo para que lean sus versos en la tarima levantada con madera de pino en el patio; y ofrecerá los títulos de su sello editorial a los turistas venidos de todos los rincones posibles; aunque los menos interesados en libros serán los alemanes quienes no se cansaran de preguntar por una carnicería donde vendan carne fresca de alce. Entonces ya será verano y la estatua de la mitológica cabra Heidrun, también así llamada la casa editorial, recobrará vida y de su ubre inflada manará la misma leche que alimentó a los guerreros vikingos. 2. Gunnar Svensson, promotor de nupcias fugaces Antes de partir No era Gunnar el pichón de vikingo en busca de fortuna y fama. No, era un mozalbete embriagado con la hidromiel de Odín, dispuesto, como los grandes guerreros, a salvar la cabeza con versos que no había escrito. El mundo y sus secretos lo atraía pero era la temática de su poesía lo que lo impulsaba. Veamos: Luciérnagas danzan en los salones del corazón Son contados los puertos donde Gunnar Svensson no contrajo nupcias. Era el quinto verano de su vida cuando se topó con Freya, la diosa vikinga del amor, en las orillas del lago de su pueblo natal Åsele. Ungido con savia de abetos por la pícara divinidad, fue condenado al oficio de trotamundos en busca de las esquivas nupcias para toda la vida. Así lo canta Gunnar el inicio de su destino: Nuestras manos se entrelazan Aberdeen Pero no es Escocia el principio y fin de su rumbo. En las afueras de Lisboa, en el puerto de Barreiro, una joven llamada como las grandes amantes, María de Mella, lo aguarda. Y Gunnar tiene ya en su libreta estas palabras: Pequeña y tierna es ella Sin embargo, el escalda sabe que su misión no es la de ser redentor de rameras sino la de promotor de nupcias fugaces. Por eso María de Mello se quedó en el puerto con cuatro gallinas compradas, una blanca y tres marrones. Y Gunnar seguiría por el mundo, protegido por Freya, como si sus nupcias fueran la piedra de Sísifo. Y en esas andanzas llegaría a las costas colombianas, a Cartagena donde se sintió solitario y triste. Y tal vez sea porque en este país, desde los tiempos de los navegantes, las mujeres andan ocupadas abriendo fosas comunes para reconocer a sus muertos. En fin, en mi condición de traductor de poesía sueca, nunca he hallado versos que nos hagan escuchar el rebuznar de los burros a mediodía o el canto de los gallos en el amanecer. Los perros ni siquiera ladran echados. Y para protestar contra el desprecio por la vida, los poetas tienen que valerse de guerras ajenas. Aflora, eso sí, en la poseía sueca del momento, los choques culturales. Los escaldas, arrullados en la cuna del frío, propugnan por la diversidad en todas sus manifestaciones, y para poderle cantar a este fenómeno optan, como nuestros amigos Bengt Berg y Gunnar Svensson, por recorrer el mundo. |
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